Álvaro de Marichalar ha irrumpido en nuestras vidas políticas desde hace una semana, más o menos. Su decisión de instalarse en Barcelona para salvar a la patria y acercar posturas es una tarea encomiable, pero vacía. Sin embargo no hemos venido a criticar las buenas intenciones de la gente. Si no a reírnos de ella.

Porque, admitámoslo, lo de hoy ha rozado lo esperpéntico. Y no lo digo yo, lo dicen las imágenes.

Primero se lo llevan de entre la multitud y lo hacen por su bien porque los Mossos temen por su vida. El ambiente está calentito y no sería prudente decir o hacer cosas que molestasen a la gente. ¿Qué pretendía hacer allí?

¿O tal vez era todo un estudiado plan?

Sea como fuere, algunos creen que es prisionero de las fuerzas del orden catalanas.

Si bien es cierto que cuando a uno lo detienen, su leyenda empieza a forjarse.

El caso es que tengo la sensación de que la reacción, en todos los bandos e independientemente de la ideología de cada uno, se puede resumir en el siguiente tuit.