“No sé gran cosa del mar, pero sí sé que aquí es así. Y también se lo importante que es en la vida no necesariamente ser fuerte, sino sentirse fuerte, medir tu capacidad al menos una vez, hallarte al menos una vez en el estado más primitivo del ser humano. Enfrentarte solo a la piedra ciega y sorda sin nada que te ayude, salvo las manos y la cabeza”. El día que Sergio Rodríguez Basoli (Granollers, 1984) escuchó estas palabras en la película 'Hacia Rutas Salvajes', de Sean Penn, supo que la vida que soñaba tenía más que ver con el idealismo y el espíritu aventurero de Christopher McCandless, su protagonista, que con lo que había conocido hasta la fecha como prometedor ingeniero afincado en Alemania. 

El principio de esta historia arranca hace más siete años. Sergi había viajado hasta La Habana por motivos de trabajo con el runrún de poder escaparse por la isla y adentrarse en sus lugares menos conocidos. La suerte quiso que, por aquel entonces, se cruzase en su camino un tipo llamado Huber, como el mítico dirigente revolucionario. Tras ochos días de aventura, Sergi volvió a Europa con la firme convicción de pegar carpetazo a todo lo que había conocido hasta la fecha. Había prendido la mecha.

Empecé a soñar con la posibilidad de un viaje a lo grande. Con un kayak. Por el Mediterráneo. Yo solo

“Empecé a soñar con la posibilidad de un viaje a lo grande. Con un kayak. Por el Mediterráneo. Yo solo. Eso hizo que volviese a Alemania y acabase la tesis que estaba realizando a una velocidad de la hostia”, rememora. En mayo de 2011 deshacía sus últimos siete años de vida, dejaba su casa en el país germano, el trabajo al que había dedicado hora y horas de esfuerzo, cogía un avión y volvía a Barcelona, a la playa en la que había trabajado durante algún tiempo alquilando kayaks, con el firme propósito de que su antigua jefa le prestase uno.

“Era un kayak de estos de recreo. Pronto me di cuenta de que iba supercargado de peso, que el material era el equivocado, así que acabé comprando uno”. El 11 de junio, tras dejarse parte de sus ahorros en una piragua, Sergi salía de la localidad francesa de Argelès sur Mer para dar la vuelta a la Península Ibérica en kayak. Un objetivo que se cumplió seis meses después, cuando el 8 de diciembre llegó a la playa de La Concha, en San Sebastián después de medio año paleando y durmiendo en calas de toda la geografía. Había completado su primera gran aventura bajo una premisa que marcaría el resto de los viajes: no pagar por dormir. Éste fue el comienzo de una vida alejado del sistema, en contacto con la naturaleza y sin más pretensión que vivir sin ningún tipo de atadura. Ser libre.

El primer gran viaje

En 2013, tras un breve periplo por México y una vuelta fugaz a Alemania, este aventurero decidió que, ahora sí, había llegado la hora de emprender un nuevo y largo viaje. Tan largo que le llevaría algunos años. “El objetivo esta vez era recorrer el Mediterráneo casi con lo puesto”. En su piragua amarilla, un saco de dormir, una tienda, un móvil que carga con una batería solar y desde el que comparte sus peripecias en Facebook e Instagram, un par de mudas, una miniolla, un chaleco, hilo para pescar y algo de dinero. Poco dinero. Por si la venta de pulseras y collares que él mismo confecciona y con la que consigue algo de efectivo no va muy allá en alguno de los pueblecitos a los que llega.

En el primero de los viajes recorrió toda la costa francesa y consiguió llegar hasta Italia. En la isla de Capraia dejaría ‘aparcada’ un mes la piragua. “Volví a casa por Navidad y el 15 de enero retomé el viaje. La idea era navegar por Córcega y Cerdeña haciendo un ocho”. En esta segunda isla, en Algué, encontró a la que hasta hoy es la única integrante de su tripulación: su perra Nirvana. “Estaba abandonada en la calle, muy asustada en una zona peligrosa, cerca del aeropuerto. La vi y me pareció súper mona pensé que tal vez podría venirse conmigo en el kayak y convertirse en una perrita marinera. La llevé al veterinario porque tenía la piel muy mal y estaba traumatizada. Pero tras la ‘puesta a punto’, dije: ‘Bueno, va, yo tengo que continuar mi viaje’”.

Nirvana no había visto el mar en su vida, así que la adaptación al medio acuático le costó tres días de vomitonas. “Conocí a un pescador que me tranquilizó y me dijo que las ganas de estar conmigo serían mayores que cualquier tipo de obstáculo”. Y así fue. Desde 2014, Nirvana es la más fiel escudera de este aventurero catalán en cada uno de sus viajes. “Algo así como la mujer de mi vida”, reconoce.

Eso sí, como en toda relación de pareja que se precie, a veces llegan las discusiones. “Una hora o media hora antes de emprender la marcha empieza con los lloriqueos. Porque si el mar está bien, yo la dejo en la tierra y me va siguiendo por la costa. Ella se entrena y yo voy más ligerito de peso”. Nirvana, la mitad de las veces, hace por tierra los 10 - 20 kilómetros de media que Sergi hace paleando. “Cuando no puede pasar por algún sitio, pega un brinco y vuelve a bordo. O si hay un día de lluvia, le pongo su chaqueta rosa y ya sabe que va a ser una jornada movida”.

La aventura de estos dos marineros no ha estado exenta de sobresaltos. “El momento más crítico que he vivido en toda esta peripecia fue en Sicilia, cuando unos perros callejeros la mordieron. Me asusté muchísimo. Ahora, cuando ve que se acerca un perro grande, se echa al agua y a mí me toca hacer un sprint con el kayak. Es muy lista”.

Tres años años después de encontrarse y más de 8.000 kilómetros en los brazos, Sergi continúa su periplo junto a Nirvana sin plantearse volver a su vida anterior. “En mayo volvemos al mar. Saldremos de Malta y mi intención es llegar al menos hasta Venecia”. ¿Y el punto final a todo esto? “No lo sé, tío. Tengo al menos Croacia y Grecia en mente. No lo sé. A mí lo que me gusta es viajar. El mar. El mar con Nirvana, claro”.