"Cada día aguanto menos a mi hija que ya tiene 15 meses. Cuando nació empezó con los cólicos, luego cuando tenía que haber empezado a dormir se despertaba unas 10 veces en la noche y ahora unas dos o tres (...) Durante el día es insoportable se lo pasa llorando, no se entretiene con nada, es nerviosa, intranquila, impertinente (...) A veces me da la sensación que no es feliz, que no está conforme con nada. Ya no tengo más paciencia, hay días que me los paso llorando (...). Es lo que más deseaba en el mundo y cada día me arrepiento más, aunque la quiero más que a mi vida. ¿Cuándo empezará a cambiar?"

Es un comentario al azar extraído de un foro español dedicado a madres primerizas. Pero es representativo de una tendencia que se abre paso, de un tabú que se rompe: el de las madres que no pueden más con la carga de un deber abnegado. Que denuncian que la maternidad no es el cuento de hadas que promete el discurso socialmente aceptable, que el amor a veces no alcanza a paliar los rigores y sacrificios de la crianza, que se sienten culpables por no encontrar la manera de hacerlo mejor y por tener un pensamiento que las corroe por dentro y pugna por abrirse paso: aunque quieran a sus hijos, se arrepienten de ser madres.

La BBC ha dado un paso importante en visibilizar este sentimiento al nombrar como una de sus '100 mujeres del año' a Corinne Maier. Esta psicoanalista y ensayista francesa, nacida en Ginebra en 1963, lleva con orgullo el emblema que le otorgó el New York Times de "heroína de la contra-cultura": "Me esfuerzo para ganármelo disparando a matar (...) contra la empresa, esta comedia agobiante; la familia, ese montaje incierto; y la República, ese reclamo paternalista que justifica todas las guerras" - proclama en su biografía.

Maier es madre de dos hijos adolescentes, Laure y Cecil. Y puede ponerle fecha al momento en el que dijo 'basta'. "Salimos a cenar en familia a las afueras de París. Mi pareja y yo no queríamos ir porque estaba lejos y nos aburría, pero los niños se empeñaron" - contaba a The Globe and Mail.com. "A la vuelta, los adultos pensamos que estaría bien pararse a ver una exposición sobre los surrealistas belgas. Pero una vez entramos en el museo, los niños empezaron a portarse de forma horrible. El niño empezó a gritar, mi pareja se lo llevó fuera, yo le grité '¿por qué no eres más estricto con él?'. Discutimos, al final no vimos nada. Fue en el aquél momento en el que pensé me arrepiento, de verdad me arrepiento de haber tenido hijos".

De esa mala velada - nada tan dramático, como se puede comprobar, como el lamento de la madre desesperada que abría el artículo - nació en 2007 el libro No Kid. 40 buenas razones para no tener hijos. Una provocativa propuestas contra la concepción tradicional de madre, contra la idea de la familia que no es otra cosa que "una guerra constante", una "prisión que se repliega sobre sí misma" y "un viacrucis de múltiples estaciones, con una cumbre de la abominación: la Navidad". Se trataba de una invitación hacia las mujeres que han decidido no tener hijos para centrarse en su carrera o su vocaciones - o porque la idea no les atrae en absoluto - a que dejasen de sentirse presionadas. Y para las que son madres, a atreverse a verbalizar lo indecible.

"Los niños nacen para decepcionarte"

"El niño es una especie de enano perverso, de crueldad innata". La cita la toma Maier del novelista Michel Houellebecq para ilustrar una visión descarnada de la maternidad. "Los niños nacen para decepcionarte porque soñamos con niños perfectos, pero no existen los niños perfectos, son personas como nosotros y como tal, fracasan. La mayoría de los niños son, además, difíciles".

La principal crítica de la autora es sobre un concepto de la maternidad como deber nacional en Francia acompañada de generosas prestaciones que considera "herramientas de opresión", una "baby manía" para contrarrestar los efectos demográficos de la inmigración. Entre las 40 razones que recopilaba para advertir contra la maternidad entraba de lo pejiguero y aguafiestas ("No adoptar su lenguaje-idiota") a lo práctico ("¿Qué oportunidad hay de tener una vida sexual cuando una mujer se ve forzada a convertirse en un animal gordo y deforme?" ; "Una madre encuentra más líneas rojas en su vida laboral").

Pero también entraban reflexiones humanistas de un hondo pesimismo, como corresponde a una discípula de Lacan. "La mayoría de las personas tienen hijos por las razones equivocadas. Creen en una inmortalidad que no existe (...) Ser madre no debe significar que tus hijos supongan el sentido de tu existencia. Para mí fue encontrarme metida en una trampa de la que no podría salir en 20 años".

Diez años después, confiesa a BBC, su visión es mucho más optimista... porque sus hijos han alcanzado la edad en la que van a independizarse. Sobre la crianza, se muestra igual de crítica: "Es obligatorio encontrar placer en la maternidad. En mi experiencia, la realidad es muy diferente: criar a un hijo es 1% de felicidad y 99% de preocupación (...) Los padres se convierten en 'hiperpadres' que producen niños hipercontrolados e hipervigilados".

La explicación que aporta Maier es de índole económica, citando un estudio sobre hogares españoles de la Confederación Española de Amas de Casa, Consumidores y Usuarios (Ceaccu) previo a la crisis que ponía precio a lo que cuesta criar a un hijo hasta los 18 años: entre 98.000 a 310.000 euros. "La presión alrededor de la natalidad consiste en proporcionar un número cada vez mayor de pequeños consumidores que nunca se fatigarán de un capitalismo que necesita vender cada vez más productos. Y que cuesten una fortuna a sus padres".

"Cambiemos el mundo, no los pañales" es la proclama del texto de Meier. Basando en teorías malthusianas, plantea que el error de centrarnos en la familia nos impide enfrentarnos a los retos globales como la contaminación, el cambio climático y la sobrepoblación. "Niños, bienvenidos y buena suerte a todos mientras os abrís camino en este mundo podrido que vuestros padres, que os quieren mucho, os han dejado" - se despide con ironía. "Pasaron tanto tiempo cuidando de vosotros que no tuvieron tiempo de transformarlo".

"Hice lo que pude, pero no fui feliz"

Egoísta, antojadiza, superficial... la posición de Corinne Maier ha recibido todos estos calificativos, pero sobre todo, la de provocativa. A raíz del texto BBC ha decidido publicar las reacciones de sus lectores. Entre ellas están las de total rechazo a su visión del mundo, entendiendo la paternidad como un "trabajo duro y costoso" - nadie entrará a discutir esto - que trae sin embargo "enriquecimiento personal y felicidad".

También está la visión contrapuesta, especialmente entre padres novatos con hijos pequeños. "Sí que amamos a nuestros dos hijos y somos muy felices cuando ellos están, pero de alguna manera nosotros hemos desaparecido" - lamenta una pareja noruega. "Solía ser paciente y tener un cerebro funcional. Eso parece haber desaparecido (...) En los momentos más difíciles, me gustaría una vida sin niños, pero cuando recibes un abrazo o un beso, o cuando hacen algo importante por primera vez, no lo cambiaría por nada del mundo" - escribe una madre holandesa.

No es esta mezcla de alegrías y sinsabores a lo que se refiere el hecho de las madres arrepentidas, y ellas también aprovechan la tribuna abierta para hacer oír su voz. En algunos casos convive la amarga sensación de amar a los hijos pese a que la maternidad fuera una pesadilla; en otros, la desconexión es total. "Nunca se me han dado bien los niños… y sigue siendo así. Mi hijo tiene seis años y todavía me parece difícil relacionarme con él y sus amigos. Gran parte del tiempo no me gusta ser madre y en general no encajo en ese rol" - confiesa una mujer alemana.

"Tengo 50 años y estoy arruinada. Por suerte, solo financieramente porque mantuve mi salud mental y mi vida intactas a pesar de los niños. Definitivamente, la maternidad no es para todo el mundo (...). Di todo lo que pude e hice todo lo que era necesario, pero ¿eso fue "felicidad"? No. Si volviera a mis tiempos de nuevo, nunca tendría hijos" - zanja categórica una madre británica.

Prácticamente a la par que Maier publicaba su libro, la socióloga israelí Orna Donath empezaba la investigación que daría lugar a su ensayo Madres arrepentidas: una mirada radical a la maternidad y sus falacias sociales, publicado el pasado septiembre. A través de 23 entrevistas a mujeres israelíes (es el país con la tasa más alta de natalidad de la OCDE) Donath ponía voz al hecho: quieren a sus hijos, porque los han tenido. Pero si no hubieran sido presionadas socialmente para ser madres, no lo habrían hecho. Y es un arrepentimiento que perduraba, escribía la socióloga, hasta entre abuelas.

"Soy una buena madre, de veras. Me da vergüenza decirlo.(...) Porque no quiero tenerlos, en serio, no los quiero a mi lado" - confesaba una de estas madres arrepentidas. "Aunque murieran, Dios no lo quiera, seguirían estando conmigo en todo momento. El duelo por ellos, su recuerdo y la pena serían insoportables. Pero perderlos ahora supondría cierto alivio".

"¿Por un día de felicidad, por un instante de placer, tienes que sufrir tantos años? Y a veces el sufrimiento no tiene fin, encima. Ahí está, la sensación de sufrimiento interminable. Así pues, ¿qué tiene de bueno?". Este era el testimonio de una abuela. La revolución de las madres arrepentidas no es forzosamente como lo plantea Meier un acto de rencor a los hijos. Es la verbalización de un hecho, que la maternidad impuesta por las convenciones deja un poso de desolación inabarcable.

"Nos estamos equivocando completamente y, además, nos equivocamos doble" - alertaba Donath en EL ESPAÑOL. "Nos equivocamos al no escuchar con cuidado a las mujeres que dicen que no quieren ser madres y la sociedad trata de seducirlas a que tengan hijos. Y nos equivocamos cuando no entendemos las necesidades de las madres, porque les cae todo sobre los hombros".

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