"Coletillas viejunas, chistes más caducados que el DNI de la Pasionaria, moho social, cochambre comunicativa, lugares comunes y vergüenzajenismo a quemarropa". El universo rancio es un pozo sin fondo, un maná de caspa que brota a borbotones, una fuente de torreznos tras una vitrina grasienta y la pandemia que asola esta España nuestra desde el origen de los tiempos.

Hace algunos años, Pedro Vera (Murcia, 1967) encontró la musa perfecta para sus viñetas en toda esa serie de expresiones repetitivas y actitudes putrefactas que nos fascinan tanto como nos abochornan. Desde entonces, este historietista se ha convertido en una especie de antropólogo del garrulismo que, cada semana, retrata en 'El Jueves' al ser humano en su más esplendorosa ranciedad. La cosa, desde 2010, le ha dado para tres libros: 'Ranciofacts', 'Mi puto cuñado' y 'Rancio no, lo siguiente', su última Biblia sobre el 'cochambrismo' ilustrado, que ha visto la luz hace unos días con Caramba, el sello de la editorial Astiberri.

Pero, ¿cuál pudo ser el origen de este mal endémico que se extiende por el mundo sin dejar títere con cabeza? Vera lo tiene claro: "La ranciedad ha existido desde siempre. El ser humano no ha evolucionado tanto y estoy convencido de que el propio cuñado existe desde la época de las cavernas. Seguro que por aquel entonces ya estaba el típico que, mientras se comían un bisonte, te decía: '¡Yo me hago un Altamira en 30 horas!'", explica el dibujante al otro lado del teléfono, desde su guarida en la Murcia Tropical.

El historietista se percató del asunto hace seis años, durante una conversación con su amigo Pepe Colubí. Fue entonces cuando lanzó el primer anzuelo a las redes sociales. "No recuerdo exactamente cómo fue, pero escribí algo relacionado con el periodismo, con alguna de las muletillas habituales que utilizan los periodistas como 'marco incomparable', 'climatología adversa' o alguna mierda así”. Acudió entonces a Twitter y escribió la expresión junto al hashtag #Ranciofacts. Y fue como invocar al Kraken. Esa misma tarde se convirtió en trending topic.

Desde entonces, este fenómeno que echa por tierra la Teoría de la Evolución no ha dejado de expandirse como la peste. Escapar resulta prácticamente imposible. En el momento más inoportuno uno se sorprende utilizando un "efectiviwonder" del Pleistoceno; pidiendo un "cubasta" o un "zumo de cebada" en Casa Pepe; inmortalizando con el móvil un plato de jamón bajo la leyenda "aquí sufriendo"; o viendo a Álvaro Ojeda repartir banderas de España entre los monos de Gibraltar mientras grita: "¡Eh tu bandera, carajo! ¡Que soi epañole! ¡Epañole!".

Porque todo el mundo ha participado en algún 'Ranciofest' a base de expresiones del Cretácico y perogrullismo de alta escuela (del "no te digo na y te lo digo to" al "de dónde no hay no se puede sacar", pasando por el "hazme caso, que te lo digo yo”). Porque tú también has sido esa persona que no ha movido un dedo para evitar que se cerrase la puerta del ascensor mientras escuchabas llegar al vecino del primero. O te has acabado descojonando cuando alguien, a la hora de tratar el arte del onanismo, ha utilizado frases con sabor añejo como "darle al manubrio" o "hacerse un cinco contra uno".

Vera afirma que lejos de retratar estas actitudes y conductas al borde de la putrefacción desde la superioridad moral, lo hace desde el orgullo rancio, como "cinturón negro cuarto dan de ranciedad". Con un ímpetu y una mala baba casi reivindicativos.

Para el dibujante, lo rancio abarca todos los estratos de la sociedad. "No conoce de edad ni de posición social. Por ejemplo, un albañil, en un alarde rancio, puede llevar en la parte de atrás del coche un sombrero de paja de publicidad de alguna bebida alcohólica. Pero también los arquitectos lucen con orgullo su casco de albañil en sus coches". Es precisamente ahí donde radica su fascinante poder de atracción. Los dibujos "toscos, groseros, pero certeros y crueles" de Vera, tal y como los define Santiago Segura en el prólogo, son puro costumbrismo a través de los cuáles uno siente una catastrófica empatía.

En este tercer libro, el dibujante rinde un especial homenaje a "toda la basura televisiva que ha marcado nuestras vidas". Telecinco cumplió 25 años en 2015 y no podía dejarlo escapar. Según Vera, esta cadena consiguió que los españoles sustituyeran "el póster de jamona clavado con chinchetas por la pantalla de la tele" gracias a programas como 'Las noches de tal y tal', con Jesús Gil rodeado de "jamelgas" en un jacuzzi, o 'Goles son amores', con Manolo Escobar y las 'Mamachicho'.

Desde entonces, la cosa ha derivado hasta 'Sálvame' o 'Mujeres y hombres y viceversa', la "versión extrema de 'Contacto con tacto'”, de Bertín Osborne", en la que, tal y como ilustra el dibujante, "medio 'IMDB' del porno español ha sido tronista y se complementa con canis ciclados de gimnasio poligonero". "Estos programas tardarán mucho tiempo en pasar de moda", reconoce.

Pese a lo que pueda parecer y a que el moderneo nos lleve a pensar que estamos salvados de lo viejuno, en plena era de los 'retuits' y los virales, lo rancio se reproduce casi por esporas. Cualquier comentario o chascarrillo recurrente corre el riesgo de convertirse en algo extraído del desagüe de la mente humana sólo con que algunos popes de Twitter se pasen un rato dando la matraca con coñas tipo: "El Roto, siempre certero". Porque lo viejuno, como decía aquel famoso enunciado de Lavoisier, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Y, por suerte o por desgracia, seguirá vigente por mucho tiempo.