La Universidad de Sevilla (US) se encuentra en un momento único, pues, por segunda vez en su historia, el máximo cargo en el Rectorado de la US será elegido mediante sufragio universal ponderado. Pero, pongámonos en situación: ¿A qué se debe esto?

La Ley de Reforma Universitaria de 1983 (LRU) establecía que la elección para designar a la persona al frente del Rectorado en las universidades públicas españolas debía realizarse a través del claustro como órgano elector.

A comienzos del año 2000 se introdujo el sufragio universal ponderado como único método para elegir a la persona que ocupase la dirección universitaria, aplicado por primera vez en la US en 2003, proceso que finalizó en 2004 con la reelección de Miguel Florencio Lora.

En 2007, la Ley Orgánica de Modificación de la anterior Ley Orgánica de Universidades (la denominada LOMLOU) permitió a las universidades elegir entre el sistema claustral o el sufragio universal, y la Universidad de Sevilla optó, mayoritariamente, por el primero, por el claustral.

Sin embargo, la actual Ley Orgánica del sistema Universitario (LOSU) de 2023 eliminó esa opción, imponiendo el sufragio universal ponderado como único sistema en todas las universidades públicas españolas.

Aclarada esta cuestión histórica, y para ubicarnos, es importante ser conscientes de que esta transformación democrática ante la que nos encontramos quienes formamos parte de la US marca un hito en la vida universitaria y ofrece la posibilidad de implicar más directamente a todos los sectores que conforman la comunidad académica.

La participación de estudiantes, del personal técnico de gestión, administración y servicios, así como del personal docente e investigador en una misma consulta electoral significa un paso firme hacia una universidad más abierta, más inclusiva y más consciente de su responsabilidad social e institucional.

En este sentido, una participación masiva evidenciará que la comunidad universitaria realmente refrenda el cambio de sistema.

No obstante, junto a lo que considero claramente una oportunidad de mejora, surgen también peligros que creo deben señalarse con claridad. Y es que la novedad del proceso no puede hacernos olvidar que una elección democrática no implica, por sí sola, legitimidad si no va acompañada de transparencia, juego limpio y responsabilidad.

En un contexto como el universitario, donde la ejemplaridad debería ser la norma, es esencial huir de los vicios de la política partidista: la crispación, el uso interesado de los recursos públicos o las campañas encubiertas son prácticas que deberían (de hecho, deben) quedar fuera del espacio universitario y, desde luego, del discurso rectoral.

Si convertimos la elección rectoral en un campo de batalla ideológico o en un mercado de favores, no solo estaremos pervirtiendo el proceso, sino también comprometiendo el futuro de la institución.

Hay señales preocupantes que ya han empezado a aparecer. Algunos sectores en la US han expresado, de manera ciertamente discreta, inquietudes ante determinadas estrategias de campaña que se perciben como encubiertas o desleales.

La utilización de recursos institucionales para actos que rozan lo propagandístico, los gastos no declarados o los intentos de captar apoyos mediante mecanismos poco transparentes son prácticas que deben anularse y, en su caso, denunciarse e investigarse.

El hecho de que algunas candidaturas tengan más acceso que otras a ciertos espacios o canales de comunicación institucional también debería preocuparnos.

Las universidades no son empresas, ni partidos políticos; son instituciones públicas, sociales, de todas y todos, de conocimiento, crítica y formación. Sostengo firmemente que es fundamental el establecer y respetar reglas claras, mecanismos de control y espacios abiertos de debate.

Y, precisamente por eso, el ejemplo que se dé durante este proceso electoral es también una forma de enseñanza a la sociedad en general.

Una situación financiera delicada

Además del proceso electoral en sí, otro tema, cuanto menos preocupante, es el estado actual de las cuentas. La situación financiera de la US es delicada, se conoce de sobra. Se habla de déficit o de limitaciones presupuestarias que están afectando a departamentos, proyectos de investigación y servicios al estudiantado.

En este punto es necesario que las diferentes candidaturas sean claras al respecto y expliquen, sin rodeos, tanto las causas como los efectos de este escenario económico.

Y aquí, tras mucho preguntar y, sobre todo, tras escuchar aún más a quienes saben de esto, llego a la conclusión de que las causas son, en parte, estructurales: financiación insuficiente, infraestructuras sobredimensionadas o falta de flexibilidad en la gestión de recursos humanos y materiales.

Pero también hay ciertas causas coyunturales que no debemos obviar. Las decisiones tomadas en los últimos años merecen un análisis profundo: ¿Se han priorizado correctamente los gastos? ¿Se ha invertido en lo verdaderamente necesario? ¿Ha habido una planificación económica realista?

En mi caso, sigo sin tener respuesta a estas preguntas que considero que es imprescindible que se aborden con honestidad. Máxime ahora, cuando la gerenta ha comenzado ya a recabar datos para la elaboración de los presupuestos de 2026, cuando apenas se han aprobado los de 2025, in extremis, en casi tiempo muerto.

Las consecuencias, en cambio, son ya muy visibles: la precarización del PDI (incluso existe un colectivo autodenominado PrecariUS), la carga burocrática cada vez mayor, el deterioro de los espacios comunes...

La comunidad universitaria necesita conocer cuál es el verdadero estado de las cuentas y qué plan tiene cada candidatura para mejorar la situación. Y aquí no valen promesas vacías, ni eslóganes fáciles: necesitamos rigor, valentía y una hoja de ruta clara.

Estamos ante una magnífica oportunidad, sí. La elección por sufragio universal puede ser un gran paso hacia la democratización real de la US, pero solo si va acompañada de ética, transparencia y compromiso con la verdad.

Insisto nuevamente: creo que no podemos (ni debemos) repetir lo peor de la política partidista. La universidad debe enseñar democracia, sí; pero también debe practicarla con honestidad, con responsabilidad y con valentía.

Esta oportunidad histórica no puede convertirse en una decepción más. Insisto en la idea: la Universidad de Sevilla reestrena el sufragio universal. Hagamos, por favor, entre todas y todos, que esta campaña sea un ejemplo de respeto y participación.

*** Gloria Jiménez Marín, Personal Docente e Investigador de la Universidad de Sevilla.