"¿En qué trabajas?", "Soy médico", "¿Qué especialidad tienes?", "Soy médico especialista en cuidados intensivos". Tras ese diálogo, el interlocutor casi siempre frunce el ceño y emite monosílabos como "uf". "Allí mueren muchos, ¿verdad?", suele ser la pregunta posterior, seguida de "¡Qué duro debe ser trabajar allí!".

Con frecuencia, los pacientes y los miembros de la sociedad en general conocen la actividad de ciertos médicos especialistas de corazón, cardiólogos, del cerebro, neurólogos, etc. Sin embargo, cuando se habla de cuidados intensivos, solo se conoce que allí se atienden enfermos muy graves, pero el limbo cognitivo respecto a lo que ocurre en las unidades de cuidados intensivos (UCIs) es muy grande.

Hace poco más de un año, la Real Academia de Medicina de Sevilla incorporó la Medicina de Cuidados Intensivos como área de conocimiento científico, otorgándole el rango de Académico de Número de Medicina Intensiva al Dr. Carlos Ortiz Leyba. No obstante, los cuidados intensivos crecieron hace más de 70 años, cuando, por la epidemia de poliomielitis que afectó a los países escandinavos, muchos pacientes precisaron ventilación asistida con el entonces denominado "pulmón artificial". En España, algunos años después se creó la "especialidad para tratar enfermos muy graves", como a veces es denominada la UCI.

En Sevilla, se ha celebrado hace pocos meses el cincuentenario de la creación de la UCI del Hospital Virgen del Rocío. Más de 3000 pacientes al año pasan por sus camas. Pacientes de alto riesgo de mortalidad: accidentes de tráfico, pacientes con quemaduras graves, cuidados postoperatorios de alto riesgo, infecciones graves, trasplantes, etc… todos con la esperanza puesta en los equipos médicos y de enfermería de la UCI para que, en una actuación sincronizada, cuiden, vigilen y traten a las personas más vulnerables, aquellos que están en riesgo de morir.

Como médico que llevo desarrollando mi actividad profesional en UCI desde hace muchos años, he visto al ser humano desvalido, acorralado por la enfermedad grave, y que pide ayuda a otros seres humanos (las personas que trabajan en UCI) para sobrevivir. Ciencia y humanismo, ambas imprescindibles, deben combinarse para beneficio del paciente.

Aunque a veces, pocas, la muerte gana la batalla, en la mayoría de los casos la vida resulta triunfadora. Algunos pacientes recuerdan a los profesionales que salvaron sus vidas; otros muchos ni siquiera recuerdan a esos "otros seres humanos" que los cuidaron y trataron para devolverlos a la vida.

Pocos pensamos que algún día necesitaremos ingresar en una UCI, pero las UCIs deben estar ahí, porque todos los días las UCIs reciben enfermos. Pocos conocen a los profesionales médicos y de enfermería de las unidades de cuidados intensivos, pero siempre están ahí, desde hace 50 años en el Hospital Virgen del Rocío.

"Cuídenlo mucho", me decía una madre tras ser informada de que su hijo acababa de ingresar en la UCI en estado muy grave tras sufrir un accidente de tráfico. Aquel día su hijo estaba siendo cuidado por personas desconocidas para ella hasta ese día, en un lugar desconocido para ella hasta ese día, y nos dejaba bajo nuestro cuidado lo que más quería en el mundo, su hijo. "Cuídenlo", repetía mientras cogía mis manos entre sus manos. "Cuídenlo", repetía y repetía.

Ciencia y humanismo. Confianza en que las unidades de cuidados intensivos "siempre están ahí para cuando un paciente nos pueda necesitar". Confianza en la profesionalidad de los que allí trabajan.

Aquel paciente sobrevivió al traumatismo por el accidente de tráfico. Actualmente realiza una vida normal; es ingeniero, deportista y padre.

Gracias a los que ayudaron a salvarle la vida, también gracias a los pioneros en cuidados intensivos, gracias a los que crearon hace 50 años la unidad de cuidados intensivos del Hospital Virgen del Rocío, y gracias a todos aquellos que han hecho posible que siga siendo una gran unidad de cuidados intensivos.