Ya no hay domingueros como los de antes, esos que inundaban los campos con sombrillas y neveras. Ahora, el séptimo día de la semana la calle Tetuán, una de las principales arterias comerciales de la ciudad, se convierte en un desfile singular de turistas que, después de pasar varios días explorando la ciudad, se ven forzados a abandonar sus apartamentos.

No importa si las tiendas están abiertas o no. Pasean en grupo, no tienen prisa y agotan el tiempo antes de volver a subirse a un avión. Es como si cada domingo se filmara una película sobre el fin del mundo, van caminando sin rumbo, como zombis con maletas. "Atontados que se comportan como autómatas" (definición de zombi según la RAE). Lo importante es hacer tiempo. Al lago largo no llegan… ¡Oooh!

El turismo en las ciudades históricas como Sevilla es una de las principales fuentes de ingresos y una de las mayores joyas que alimenta la economía local. Sin embargo, cada vez se están viviendo nuevas dinámicas turísticas que, aunque parecen inofensivas, están generando fenómenos curiosos y hasta algo cómicos en la vida cotidiana de los habitantes. Uno de esos fenómenos son los llamados nuevos domingueros: aquellos turistas que deben dejar sus apartamentos de alquiler, generalmente a las 12 del mediodía, y que, por razones logísticas, se convierten en una especie de masa humana errante, atestando las calles de Sevilla a la misma hora.

La mayoría no habla español. Llevar maleta o no depende de la buena voluntad del propietario del piso o de pagar una taquilla de esas que tanto proliferan por la ciudad. Los hay que, a pesar de todo, pasean con la maletita, o la mochila, por eso de no pagar más en la compañía aérea. Miran constantemente el reloj y con suerte podrán parar a tomar un café en alguna de las terrazas. Si no llueve… Domingo sí, domingo no, se entremezclan con los hinchas de alguno de los equipos, si ese día hay partido. Domingo rojo, domingo verde

La situación se convierte en una escena que puede generar cierto humor involuntario para los observadores locales, ya que las personas parecen estar esperando una señal que les indique qué hacer con su tiempo. Limbo turístico. Domingo en Sevilla, nadie sabe a dónde van, pero todos se dirigen a la misma calle.

Sentirse turista en la propia ciudad y preguntarse ¿qué llevan en esa maleta que hace tanto ruido después de cuatro días por aquí? ¿una camisa rota como la de Montoya o una bolsa de regañá partía? Los objetos de las tiendas de recuerdos han evolucionado: ven reducido su tamaño para no aumentar el peso de los equipajes ¿llevará ese una minigiralda o una minimaestranza? Benditos imanes de nevera que salvan la vida a quienes deben llevar algún regalito a la suegra sin sobrepeso. "Aquel que quiere viajar feliz, debe viajar ligero" (Antoine de Saint-Exupéry).

Una amiga siempre bromea sobre el hecho de que trasladen algún cadáver, como en las series del CSI. Lo dice la misma que nunca deja una servilleta usada en un bar o una colilla en un cenicero, por eso de que alguien traslade el objeto usado a un escenario para involucrarla en un crimen ¿Y con los chicles qué hacemos? ¡Ay madre!

Se trata de los mismos zombis que alargan las colas del supermercado. Hileras que engañan. Afortunadamente solo compran un producto o dos: una lata y un bocata, dos piezas de fruta y agua con gas. Menos mal que la cola va rápida porque el de la caja no entiende el idioma y está más pendiente de si el TPV lee la extraña tarjeta. El tiempo es la cuestión.

Zombiverso. Como las películas de George A. Romero. Aquellos que cenan antes de la oscuridad para abarrotar los restaurantes que recomiendan los influencers y adelantarnos los horarios. Ya mismo estamos como en Europa. Si paseas por la Gavidia a las ocho de la tarde ya hay cenas en las mesas. Por no hablar de Mateos Gago. Antes teníamos plazas comedor, ahora también calles…

"El viajero ve lo que ve, el turista ve lo que ha venido a ver" (G.K. Chesterton). Al final, bien. Benditos turistas. Todos somos parte de ese proceso llamado turismo. Las calles de Sevilla, con su bullicio y su vida, siguen cambiando y adaptándose a las nuevas formas. Afortunados apartamenteros. Gracias a Dios en la Sevilla del siglo XXI la definición no es como la acepción colombiana y sí es sinónimo de nuevos domingueros que llenan las huchas e intentan -esperemos que nunca lo consigan- hurgar en nuestras costumbres. Viajar llena el alma de unos y los bolsillos de otros. La vida es corta y el mundo es amplio. La primavera se acerca…