Cada vez es más frecuente leer en medios de comunicación y en redes sociales informaciones y opiniones inconsistentes y superficiales acerca de la pandemia por COVID-19. Sin tratarse de posicionamientos negacionistas extremos, repetidamente se lanzan críticas a las medidas de prevención de la enfermedad ("las mascarillas no eran necesarias", "las vacunas fueron un experimento", etc.) que denotan un desconocimiento profundo de lo ocurrido en esos meses o, aún más grave, un olvido riesgoso de lo vivido, especialmente en los primeros meses de la pandemia. Actuaciones que, en muchos casos, están contribuyendo a borrar de la memoria colectiva las graves repercusiones que para las personas y para la sociedad tuvo aquella devastadora epidemia mundial.

En aquellos días, se integraron en el léxico cotidiano términos médicos como "coronavirus" (nombre genérico de un grupo de virus), o "pandemia", palabra que fue utilizada por primera vez con propiedad, ya que hasta entonces no había existido una epidemia a nivel mundial que justificase tan apropiadamente su uso como en este caso. Sin embargo, durante las primeras olas, los médicos desconocíamos casi todo sobre el microorganismo que provocaba aquella enfermedad, que en muchos casos estaba resultando mortal.

Durante las primeras semanas de la pandemia no se conocía, siquiera, cuáles eran las vías de transmisión del virus (¿por contacto?, ¿por vía respiratoria?); tampoco se sabía cuáles eran sus reservorios, ni sus mecanismos de supervivencia fuera del organismo. Eran días en los que se desinfectaban las calles, higienizábamos los alimentos que comprábamos en el supermercado e incluso las barandillas de las escaleras o los bancos de las iglesias.

Personalmente, experimenté la experiencia de las primeras olas de la COVID-19 en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde médicos y otros profesionales sanitarios exponían sus vidas diariamente para salvar la de los pacientes. Solo el hecho de conducir por la mañana hasta el hospital me trasladaba a otra dimensión; era como visitar una ciudad fantasma con sus calles vacías y silenciosas. Los sanitarios que terminaban sus turnos de trabajo, exhaustos, temían regresar a sus hogares por el riesgo de contagiar a sus familiares; incluso se habilitaron hoteles para aquellos profesionales de la salud que tenían personas vulnerables en sus domicilios. Todos los sanitarios actuaron durante la pandemia con una abnegación, entrega y profesionalidad que siempre debe ser recordada.

Analizar lo ocurrido en esos meses desde la perspectiva actual debe partir de la exigencia de una valoración contextual si no se quieren cometer errores significativos. Criticar actualmente las medidas implementadas en aquellas fechas, como la vacunación o el empleo de medidas de barrera (como fueron las mascarillas) establecidas para la protección contra la infección, constituye una acción negligente y poco responsable.

Es cierto que las primeras dosis de vacunas contra la COVID-19 que se administraron tenían un recorrido experimental limitado, pero no debe dejarse de lado que los sanitarios, aquellos que nos encontrábamos próximos a la COVID-19 y a la muerte producida por el virus, acudimos en masa a la vacunarnos. Frente a la opción de una vacuna de corto recorrido o la posibilidad de ser infectados y enfermar, los sanitarios optamos masivamente por la vacunación, aun a sabiendas de que ninguna vacuna está exenta de riesgos.

Las mutaciones espontáneas del virus, las vacunas y el conocimiento de las medidas de prevención de la transmisión han influido en la transformación de la COVID-19 en una enfermedad menos virulenta, que contrasta con la alta letalidad de los comienzos pandémicos. No obstante, este hecho no debe utilizarse para trivializar y desvirtuar lo ocurrido en aquellas fechas y mucho menos fomentar su olvido.

No olvidemos la pandemia COVID-19, por más doloroso que pueda resultar su recuerdo. No olvidemos a los fallecidos y respetemos su memoria. No olvidemos a los que pusieron su vida en juego para salvar a sus semejantes (algunos lo pagaron con su propia vida) y no frivolicemos ni hagamos política con algo tan cruel como lo vivido. Pero, sobre todo, tengamos en cuenta que algo parecido pudiera volver a ocurrir.