"He comprado unos corales y quiero otra cosa, pero no te lo digo que me la quitan. [susurrando] Bueno, te lo cuento, es un mantón de Manila. Sale por 400 euros y es una preciosidad". Quien habla y susurra es Gema que, junto a su hermana Concha, acudieron el pasado miércoles a la subasta de arte y joyas de la casa Isbilya, en Los Remedios, un barrio de Sevilla.
Una tarde en la casa de subastas se parece mucho a las películas... Y a la vez, no tiene nada que ver. Porque no hay una colección de marquesas con abrigos de piel comprando arte para sus palacios. Para nada. La realidad es una cura contra prejuicios y una invitación a un plan divertido que combina arte, belleza y compras.
En la sala de Isbilya había este miércoles una pareja joven -él le compró un impresionante anillo a ella a golpe de paleta-; una restauradora de arte; una nieta que iba comentando los lotes con su abuela; señores con pinta de saber mucho de arte; y alguno que iba a cumplir el sueño de tener la obra de un artista al que adora. De todo y con todas las pintas posibles. Jóvenes, mayores, parejas, gente sola.
Quien quiera ir a las próximas citas debe saber que no todo es como en las películas. Pero algunas sí y es, quizás, lo más divertido. Al llegar te registras y te dan una paleta con un número. Sí, como en las novelas, hay que levantarla cada vez que se puja por un cuadro, un jarrón o unos pendientes.
Pero hay que ir eliminando mitos y miedos. "No, no es posible comprar un cuadro de 200.000 euros por error", desmiente el director de la casa de subastas, Joaquín Muñoz. La duda es legítima, señala el periodista, porque en las películas a veces se puja con gestos sutiles que indican al director de sala -el señor del martillo que va dirigiendo las ofertas y asigna los lotes.
Paleta en mano
Pero no. "Hay que levantar la paleta y, cuando se compra, se pide que se enseñe de nuevo", explica paciente Muñoz a un neófito en esto. No hay posibilidad de hacerse con una Inmaculada de 50.000 euros por rascarse una ceja a destiempo. Imposible.
En la tarde del miércoles primero se subastaron las joyas. Colgantes de diamantes y esmeraldas; collares de marfil del Mediterráneo; un collar isabelino de esmeraldas y plata; perlas, amatistas, rubíes...
El ritmo es frenético. Hipnotiza. "Lote 79 -dice casi sin respirar el director de sala- cruz de estilo isabelino en plata con diamantes y esmeraldas, precio de salida 1.000 euros". Si se levanta una paleta o desde los teléfonos alguno de los empleados de la sala hace un gesto, empieza el juego.
Si no, se sigue sin descanso. Lote 80, sortija de oro blanco y esmeralda; lote 81, sortija lanzadera; lote 82, collar negué en platino... Muy de vez en cuando, cuando el director de sala coge aire para seguir, se escuchan los niños que juegan en la calle, una moto que pasa o una conversación lejana. Son las 6 y media de la tarde y aún hay luz natural.
Algunas de las obras que se subastaron el pasado miércoles.
La sala está iluminada como un museo. En las paredes se cuelgan los cuadros. Muchos religiosos. "En Andalucía hay más mercado para anunciaciones o inmaculadas", explica una de las trabajadoras de Isbilya.
El ambiente es animado y no para de llegar gente. Hay sillas dispuestas frente al director de sala que empieza ya con las pinturas. De más antiguas a más modernas. Óleos del siglo XVI, XVII y XVIII. Algunos, por menos de 500 euros. Piezas con cientos de años por menos de 100... si nadie puja en contra.
Antonio, que se sienta serio y ha venido solo, explica que hay que tener "sangre fría". "Te tienes que marcar un límite porque si empiezas a pujar sin control...". Él quiere dos cuadros. Los consigue los dos tras levantar su paleta con gesto contenido dos veces en la primera obra y cuatro en la segunda.
Esa se le ha ido de precio un poco, pero se lleva ambas pinturas. Se marcha con una sonrisa enorme. ¿Qué aconseja a quienes vienen por primera vez? "Mirar qué se quiere. Hay gangas del siglo XVIII por solo 200 euros", explica.
Cuadros estrella
La sala se queda en silencio cuando llega la primera estrella: un cuadro de Bacarisas. Nadie puja ni en persona ni por teléfono. Se queda sin vender. Lo mismo ocurre con el Gonzalo Bilbao. Ambos salían por decenas de miles de euros.
Sin embargo, hay obras que encienden unas guerras rapidísimas. Un retrato de San Pedro, siglo XVIII, precio de salida 400 euros, dice el director de sala, martillo en alto y vista puesta en las paletas. Empieza el baile. 400, 450, 500, 550...
Por teléfono entran otras ofertas que se cantan igual. 600, 650, 700... Quienes no pujan miran a los que quieren el cuadro. Silencio general que solo rompe la voz de quien debe adjudicar la obra. Sube a 1.000 euros, 1.500. Llega a 2.000 y sube por última vez una paleta amarilla con el número en blanco: "Adjudicado por 2.200 euros", cierra con un golpe de martillo. Brevísimo silencio y... "lote 292..."
Las casas de subastas no solo sirven para comprar. Se puede ir como si fuera una sala de exposiciones. Tienen obras magníficas. Y el día de la subasta, a ver el espectáculo de quienes compran y venden arte. O a probar por poco dinero.
Porque otro mito es ese: lo que se vende en subasta no siempre es caro. Se ofertaron cuadros del siglo XVIII por 200 euros, jarras de plata pura por 300 o muebles de época por 100. Había mantones, azulejos, crucifijos, abanicos...
Una señora en el público buscaba regalo para una boda de los hijos de unos amigos. "Aquí te llevas algo con historia y que sabes que no tienen. Si conoces a la pareja seguro que les hace mucha ilusión", explica.
Tarde con plan original, arte, la diversión de pujar. Pero las casas de subastas también son una forma de ganar dinero. Porque todo lo que se subasta viene de particulares que querían venderlos.
Es el caso de las hermanas Gema y Concha. "Nosotras conocimos Isbilya porque vendimos dos retratos de nuestro bisabuelo. Somos tres hermanos y a ver quién se los quedaba. Los trajimos aquí y genial, los vendimos. Desde entonces venimos a ver, a pasar la tarde o comprar", señalan.
¿Se acuerdan del mantón chinesco que querían llevarse? No hubo suerte. Se remató por algo más de dinero del que ellas querían gastar. Aún así, una fracción de lo que cuesta en cualquier tienda. Los corales, eso sí, se los llevan a casa. "Son preciosos, ¿verdad?", se ríen ambas.
