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El día 1 d.M. (después de Morante) hubo vida sobre el albero maestrante. Día de resaca torera en la que era complicado que la gente se emborrachara otra vez de toreo.

Con otro tipo de intensidad, y no es por comparar, sólo un torero capaz como Borja Jiménez sería capaz de lograrlo. Y de camino, salvar una desastrosa tarde en el descuento por la falta de todo de los de Jandilla entre los sones del pasodoble por excelencia, el de 'Jucal'.

Sobre todo, tras dos horas de corrida en la que los afortunados que lo vieron en la plaza, más el millón de personas a través de Canalsur -después dicen algunos responsables públicos que los toros ya no interesan- seguían recordando los lances de Morante a una mano como si hubiera resucitado Joselito 'El Gallo' ya pasadas las 21,00 horas.

En cuanto 'Jugarreta' metió la cara convirtiéndose en un tuerto en el país de los ciegos y Jiménez empezó su efectista faena, la gente se tiró de cabeza y le pidió las dos orejas que el palco concedió.

Excesivas o no, entre la resaca morantista y el hastío por la falta de bravura y raza de la corrida de Jandilla hasta que no salió ese sexto, el personal se agarró al clavo ardiendo que presentó el de Espartinas... Y el palco también.

El caso es que hasta ese último momento en el ruedo maestrante no había pasado nada. Ante una fuente de nobleza, pero justo de fuerzas, Jiménez creó una faena alegre para conectar con los tendidos entre pases cambiados, circulares y, ya más asentado, una tanda de derechazos muy jaleada y una estocada muy efectiva. Con el marmolillo tercero poco pudo hacer.

Antes Castella se había ido a los chiqueros a recibir al primero. Es normal que lo hiciera el día 1 d.M para despertar del sueño al personal, pero después se topó con la realidad. Eso sí se jugó la vida por ambos pitones sin mucho eco. Al igual que con el segundo, con el que expuso mucho sin ningún feedback del público.

La de hoy ha sido una de las tardes en las que Manzanares no ha tenido suerte con el lote como nos tiene acostumbrados. Su primero fue peligroso, sobre todo por el derecho, por mucho que intentara fijarlo en sus vuelos. Al quinto le dio quitar su maldad en el caballo y ya en la muleta no podía con el rabo. Eso sí, el volapié rozó la perfección.