Si las buenas faenas pudieran ser declaradas patrimonio de la humanidad, en la Unesco hoy no habría habido ningún voto en contra de la obra de arte que ha tallado Juan Ortega sobre el albero maestrante, que al igual que sus tendidos, ha caído rendidos a sus pies.
No se puede torear con más dulzura, más lírica, más melodía, más sentimiento y más emoción, que realmente es la que mueve el mundo, y que esta tarde ha cimbreado la feria de Sevilla.
Ortega le cortó dos orejas de ley a ese sexto poniendo un buen colofón a una tarde que casi se despeña por el desfiladero de la nada por la poca colaboración de los animales de Domingo Hernández.
Pero salió ese sexto, por cierto también el de mejores hechuras, y todo cambió. Aunque no lo dejó lucirse a la verónica al perder las manos varias veces, Ortega observó su calidad y lo dejó crudo en el caballo. Expuso su banderillero Jorge Fuentes en el tercer par, perdiendo pie justo al entrar en el burladero. Fue Luque quien le hizo el quite providencial.
Y tras brindarlo a Pepe Luis Vázquez comenzaron los astros a unirse. Primero por ayudados por alto de cartel, muy templados y acompañándolo con todo el cuerpo, abriéndole los caminos, y después por abajo con una belleza exquisita. Esa que solo saben recrear los privilegiados.
Un pase de pecho con una rodilla en tierra ya con la música sonando y con el animal ya al ralentí desató a los tendidos, que pudieron ser testigos de unos naturales llenos de pureza, torería y templanza, que es lo difícil.
Torear más despacio es imposible, así como dibujar esos remates con una rodilla semiflexionada que hicieron llorar al mismísimo Pepe Luis. La estocada entró casi entera y el presidente sacó rápido los dos pañuelos.
La tarde sin duda fue de menos a más porque Daniel Luque también dio una lección de torería con ese quinto. En su capote no quiso pasar y en la muleta en el inicio presagió que no iba a ocurrir nada, pero por el momento en el que se encuentra este torero nada se le resiste y era por lo civil o por lo criminal.
Poco a poco, a base de tragarle y consentirle mucho, fue ganando Luque terreno e imponiéndose al animal e inventándose la faena al aprovechar la más mínima opción. Le cortó una oreja, incluso tras un aviso, al rematar con sus luquecinas poniendo al público en pie. A su primero lo crujieron con el capote entre los dos, pero después no terminó de fajarse.
Morante, con un precioso terno gris sin alamares y con la chaquetilla cargada de bordados, no tuvo su tarde. Ni por el lote ni por su disposición ante su primero. Estuvo discreto con este animal que pedía un mayor mando. Con el cuarto, un sobrero impresentable en hechuras y en celo de García Jiménez, abrevió y menos mal.
Queda mucha feria, pero el trono de Sevilla, al menos hoy con Morante por tercera vez sobre el albero, Luque con una recién Puerta del Príncipe y Juan Ortega estrenándose en el ciclo, este último tiene muchas papeletas de ocuparlo por derecho propio además.