Cuando después de casi 20 años la gente se sigue acordando de una serie es que algo (bueno) pasa. Luego ocurre que cuando a uno le preguntan por sus favoritas tira por la seriedad y el prestigio y cita Los Soprano o The Wire, y pocas veces de comedias que le han hecho reír durante años y que todavía están en el imaginario de todos. En España no hay muchas series que hayan conseguido convertirse en iconos y aguantar generación tras generación. Podríamos decir que ‘Del barco de Chanquete no nos moverán’ y ‘¡Para adentro Romerales!’ fueron las primeras frases que se hicieron virales mucho tiempo antes de las redes sociales y que se pasaron de padres a hijos y todavía hoy aguantan.

En esa lista de ficciones españolas que han hecho historia está sin ninguna duda Aquí no hay quien viva. La serie creada por Alberto y Laura Caballero se estrenó en 2003 y poco a poco se convirtió en un clásico en una época en la que la gente se sentaba en torno a la televisión para ver la televisión en horario de prime time. Aquella comedia con toques de 13 Rúe del Percebe fue conquistando a la audiencia y haciendo picos de share históricos con un rival tan fuerte como Los Serrano enfrente.

Lo que no sabíamos entonces es que se crearía un fenómeno fan tan fuerte que haría que cada repetición en Neox se convirtiera en un éxito de audiencia años y años después. Aquí no hay quien viva ha llegado a Netflix -dónde si no-, y todos hemos vuelto a hablar de ella. La volvemos a ver con la mirada que da el tiempo, y es ahora cuando podemos decir sin ningún tipo de duda que en aquella serie había un personaje único. Belén López. Un nombre y un apellido normales, como ella, la treintañera que bordó Malena Alterio y que realizó el mejor retrato de una generación sin haberlo pretendido.

Es curioso porque cuando uno pregunta por los personajes más ‘graciosos’ de la serie, o por los más ‘icónicos’, nunca se acuerdan de la pobre Belén. Siempre mencionan a Emilio, el portero excéntrico. O a su padre, aún más excéntrico. A las tres señoras que conformaron el mítico Radio Patio y que respondían al estereotipo de las vecinas cotillas. Hasta a Paloma Cuesta o Mauri. Pero nunca a Belén López. Es como si su normalidad impidiera ser el mejor personaje de todos. Porque lo era. Precisamente porque todos éramos Belén. En su mediocridad, en no destacar. Por mucho que nos engañemos no somos listos, ni graciosos, ni guapos. Somos del montón, como le dijo Emilio a Belén. Y eso está bien. Belén nunca le diría a un amigo guionista: ‘buah, tengo una idea que te encantaría’.

Todos somos Belén. Lo hemos sido, o lo seguimos siendo. Belén pasó de trabajo precario en trabajo precario. Siempre malviviendo. Siempre mirando la cuenta a final de mes y contando los euros para poder pagar el alquiler. Compartía piso con una amiga y encima pasaba de relación tóxica en relación tóxica hasta que se dio cuenta de que lo mejor que podía hacer era escapar con una amiga. Ni príncipe azul ni nada. Intentaba encajar en otros mundos, en otros ambientes, haciendo “un break para un coffee” mientras deseaba mandar a la mierda a esos arribistas.

'Aquí no hay quien viva'.

Si hay un retrato del milenial en la televisión reciente es el de Belén López. Una mujer que recurría a la ironía y al sarcasmo para defenderse de un mundo que no se lo ponía fácil, mientras a la hija del rico (esa pija que siempre iba tan mona vestida) se le ponían delante mil oportunidades. Para Lucía trabajar en el supermercado o en el telecupón era un ‘coqueteo de clase obrera’, para Belén era el sueldo del mes.

Cuánto le debemos también a Malena Alterio por encarnar a ese personaje sin juzgarle, sin mirarle por encima del hombro, retratando el hastío, la desgana y la falta de perspectiva de tantos jóvenes. Dando vida a una joven ‘normal’, eso que cuesta tanto conseguir a muchas actrices, que no saben ni lo que vale un café en la cafetería del barrio. Me imagino cómo estará ahora Belén López, y creo que estaría igual. Seguiría saltando de trabajo en trabajo, cobrando cuatro duros y compartiendo piso, porque hay en cosas en las que la España de entonces sigue igual de mierda que ahora.