Hubo un tiempo, no hace tanto, que Madrid vivía una fiesta perpetua de estrenos cinematográficos en jueves con canapés y vino bueno. Días felices aquellos cuando las cadenas de televisión cerraban discotecas para agasajar a sus empleados con barra libre hasta las tantas. Yo llegué media hora antes de que todo cerrara y alguna pillé. Era el despiporre. Paquita Salas, la protagonista de la nueva serie de Atresmedia debió gozarlas a tutiplén.

Aquel mundo más fácil, grabado en VHS, en el que todo era posible y no hacía falta presentar factura, es el que rememora Paquita durante los títulos de crédito mientras se zampa una empanadilla grasienta envuelta en papel de plata. Representante de actores desde 1988, from a little place called Getafe, ha pasado de los años del maná de las privadas a lo peor de la crisis y está a punto de perder a su única estrella. Se parece bastante a Florinda Chico, es irascible como la Amparo Baró de las collejas y, a menudo, delirante como la Valerie Cherish de The comeback.

Fotograma de Paquita Salas.

El primer episodio (que se ha estrenado hace unos días como avanzadilla de la serie, que no llegará hasta septiembre) aprovecha el trilladísimo recurso del falso documental para cerrar una comedia ejemplar. Tanto, que dura los veintitantos minutos que deberían ser obligatorios para todas sus congéneres.

Qué simbólico que precisamente la que se ajusta a la norma no tenga hueco en una parrilla convencional. Y qué buena idea albergarla en una plataforma de internet como Flooxer, lejos de las luchas por las cuotas de pantalla. Como dicen los pedagogos cursis, Paquita Salas va a tener un entorno propicio donde desarrollarse.

Si es un producto marginal o un exitazo el tiempo dirá, pero aun a riesgo de convertirse en una serie nicho, es imprescindible que mantenga su singularidad. La necesitamos tal como es. Javier Calvo y Javier Ambrossi, los autores, no deberían empeñarse en complacer a todos los paladares. Me encantaría que Paquita Salas gustara a mucha gente, pero igual no es para todo el mundo y puede que no deba serlo. Como Louie, como Girls, rentables en su marginalidad e importantes gracias al privilegio de la libertad.

Javier Ambrossi y Javier Calvo, creadores de Paquita Salas. Flooxer

El piloto tiene una estructura sólida, un ritmo muy bueno y unos diálogos trufados de guiños endogámicos. Me lo voy a pasar pipa explicándole a mi prima la profesora de secundaria quién es la Tonucha de los castings o por qué es tan importante hablar con el tal Piti antes de un evento. Calvo y Ambrossi, saben, sin embargo, que un puñado de chistes complacientes con sus colegas no bastan; es la mezcla de ese humor que tan bien manejan con mucha nostalgia y bastante mala leche lo que hace a Paquita trascender.

Paquita Salas se hace grande en su propuesta de penitencia socarrona del mundo del espectáculo. Ese “nos íbamos a comer el mundo y nos quedamos con la hipoteca al descubierto y un montón de deuvedés guardando polvo en el armario”. El relato de Paquita muestra que la mayoría de gente de la farándula no son las penélopes que hicieron las Américas o esas otras estrellonas que evaden capitales a la mínima ocasión. Se parecen más a Paquita Salas pidiendo el menú del día en el EmyFa mientras mendiga por teléfono una figuración con frase en El secreto de Puente Viejo. Todo el mundo, se dedique a lo que se dedique, ha sacado pecho en alguna ocasión por una amiga que “estudió márquetin en la Complutense”.

Ojalá los siguientes capítulos sean tan buenos como este primero y ojalá Paquita sea capaz de encontrar un hueco como personaje mítico en nuestra ficción. Porque lo merece. Esta mujer reconocible, tenaz, tan segura de sus capacidades hoy como entonces, a pesar de los palos y de los años, que sabe que se puede enrollar con su ex el día que se casa con otra vestida del Sepu o de Carolina Herrera, según esté el presupuesto. Esa profesional que probablemente tenga un archivador petado de portadas del Ragazza, reportajes de El País Semanal y todas las galerías de jóvenes promesas en bañador de Fotogramas desde 1997. De los fracasados que siguen con ella (qué maravillosa autoparodia la de Lidia San José) y también de los ingratos que la abandonaron.