"¡Espera, espera, ya voy yo a por ti!". Un minuto después, Andrés Vázquez de Sola, casi 95 años entre pecho y espalda, se asoma desde la cima de una escalera. Veinte peldaños que dan a la plaza. A él no le gustan las metáforas religiosas, pero conforme desciende se le va poniendo cara de Lázaro. El móvil colgado del cuello con un cordón, unas zapatillas de colores y un jersey de lana gorda.

Nos convencemos de que se trata de un resucitado cuando emprendemos el camino a la inversa. Otra vez esos veinte escalones… subidos a la misma velocidad. "Bueno, pues bienvenido a mi pueblo, Monachil, Granada. En realidad, soy de San Roque, Cádiz, pero vivo aquí desde hace años".

Pregunta.- ¿Y qué tal?

Respuesta.- Encantado. Ahora, en muchos sitios, los políticos me hacen "hijo adoptivo", "hijo predilecto"… ¡Pero si yo siempre había sido un hijo de puta!

Cuando alcanzamos la puerta de una casita andaluza de color granate, Vázquez de Sola se lleva las manos a la cabeza. "¡Mierda! Me he dejado la llave dentro. Bueno, mi mujer no tardará en llegar". Sólo puede tener despistes quien conserva la memoria. Y la de Vázquez de Sola es la memoria de toda una generación. Decía Umbral de sus dibujos: "Ha hecho el tebeo y la historieta del régimen en libros que cuentan la triste vida de unos españoles tristes".

Lo escribió al poco de que Vázquez de Sola regresara a España. Fue un exilio de décadas que le llevó a convertirse en una estrella de las revistas, previo paso por la albañilería y los bajos de un puente en el Sena. El comunista que, con su sátira, puso de los nervios a Franco. El comunista best seller con aquellos libros de Ruedo Ibérico en la clandestinidad. El comunista que, con su "insolencia", sacó de sus casillas a Carrillo. "Era libre hasta la insolencia", dijo otro admirador suyo de nombre Julio Anguita.

Una de las viñetas de Vázquez de Sola. R.- Vázquez de Sola

Un exilio andando a París

P.- Usted huyó a París andando. Es una vergüenza que yo haya venido en tren. Mis disculpas.

R.- ¡Qué va! Lo que me extraña es que haya podido llegar usted en tren. No lo hemos tenido hasta hace muy poco.

P.- Pero, ¿cómo pudo ir hasta París andando? Es una puñetera locura.

R.- No, mire, no fue una locura. Todo tiene su historia.

Andrés Vázquez de Sola (San Roque, 1927) acepta contar esa historia y todas las demás. Tiene casi tantos años como su partido, el comunista, que ahora cumple un siglo. Andrés se dice "cada día más comunista". Es el presidente de honor de las juventudes de la organización, igual que lo fue su amigo Alberti. Contrastada su salud, es momento de evaluar la de su ideología.

Todo en este viaje tiene algo de desafío biológico. Seguimos frente a la puerta de casa. Andrés no necesita sentarse, no cambia de postura, no se incomoda. "¡Hacen falta muchísimos años de experiencia para aprender a ser joven!", suelta una carcajada.

Vázquez de Sola hojeando un libro en su casa. Daniel Ramírez

Estábamos en la historia del exilio a pie. Vázquez de Sola trabajaba en un programa de la única televisión que había. En un minuto, con la cámara encima, esbozaba caricaturas de los invitados. Ya era un periodista incómodo para la dictadura por lo que escribía en otras cabeceras. Un compañero de TVE –que resultó ser el padre de Forges– le avisó: "Ten cuidado, la policía va a por ti". Era 1959.

"Se lo conté al director del diario Madrid, donde también escribía. Me aconsejó que, en vez de escaparme, me fuera muy abiertamente, con todo el mundo mirando. Era mucho más difícil que me detuvieran con público alrededor que a solas". Siempre hay una sonrisa aventurera en el gesto del dibujante; y un asombro en el de sus interlocutores. ¡Parece que fue ayer!

Así lo hicieron. Se convocó a los medios en el kilómetro cero de Madrid, en la Puerta del Sol. Asistieron un montón de cámaras y un notario. "Para certificar que yo no llevaba dinero. Quería demostrar que un artista, con su trabajo, podía llegar sin un duro hasta París", evoca.

Una de las viñetas del dibujante. Vázquez de Sola.

Un ciclista famosísimo le recomendó que se agenciara una bicicleta. Vázquez de Sola, como el caminante de Machado, apenas transigió con las ruedas: algunos trechos los hizo en burro y otros en carro. "La gente se ofrecía encantadora y yo decía que sí. También me monté en algún camión, creo, pero no cogí trenes ni autobuses. ¡Nada! Tardé dieciocho días. Fue una experiencia vital fantástica, pero un fracaso periodístico terrible", cuenta.

"Era mucho más difícil que me detuviera con público alrededor que a solas"

P.- ¿Por qué?

R.- Tenía que mandar una crónica cada día. Las dos primeras me salieron muy bien porque estaba descansado. Pero todo se fue torciendo. Acabé escribiendo unas mierdas horribles que, por supuesto, no se publicaron nunca.

Al borde de su destino, en la ciudad de Pau, Vázquez de Sola cenó con unos españoles. Cometió "el error de hablar demasiado". Confesó su comunismo y otras cosas por el estilo. Cuando llegó a París, se presentó en el consulado para recoger el dinero que le había enviado allí el diario Madrid.

Tras negárselo, el diplomático de turno le dijo: "¿Usted sabe lo que es la alta traición?". Nuestro protagonista respondió: "Sí. Lo que hizo Francisco Franco el 18 de julio de 1936". Le echaron del edificio y no pudo volver a tener el menor contacto con los emisarios españoles.

P.- Lo suyo fue como cuando a Azorín le dieron una pistola y lo mandaron a recorrer la ruta del Quijote.

R.- No conocí a Azorín, pero sí lo veía por ahí… Cuando llegué a Madrid por primera vez, antes del exilio, me planté en las casas de todos a los que admiraba: Fernández-Flórez, Jardiel Poncela, Fernández Shaw… ¡Baroja me abrió la puerta con un gato en brazos! A González-Ruano lo conocí en la redacción de Gráficas Espejo. Paco Narbona, un periodista "fascista", fue uno de mis mejores amigos. Me ayudó y me quiso mucho –era el padre de la actual presidenta del PSOE, Cristina Narbona–. ¿Sabe? Para mí lo importante no es lo que se piensa, sino lo que se siente.

P.- ¿Y qué siente hoy? Se cumplen cien años del nacimiento del Partido Comunista español. Usted calza casi los mismos y sigue siendo comunista. Tiene bemoles la cosa.

R.- Y cada día lo soy más. Me gusta la palabra comunismo porque suena a comunidad. Es como decir solidaridad. Aunque soy miembro del partido, mi preocupación no es partidista, sino ideológica. No concibo que se pueda comer sabiendo que hay alguien que tiene hambre. Me he ganado muy bien la vida –fue uno de los periodistas más famosos de Francia a bordo de Le Canard enchaîné–, he tenido sueldos fabulosos, pero he vivido siempre con modestia.

"El comunismo es hoy inevitable en España"

Por fin aparece Angélica, su mujer, con las llaves de casa. Es cubana, luego hablaremos de Fidel Castro. Se ha retrasado porque en el pueblo se conocen todos. Y todos se saludan. Dos besos. "Hola, papá", acaricia a su marido. Atravesamos un patio andaluz, inundado de plantas y fuentes de piedra. Nos sentamos en el salón y tomamos té con pastas.

Por la tarde, cuenta Angélica, vendrán "a ver lo de las placas". Placas solares. Vázquez de Sola afronta los miércoles como si fuera a vivir para siempre. "Nuestra idea es que de esa energía puedan beneficiarse todos los que lo necesitan en el pueblo", explica sin darle importancia. Monachil tiene, aproximadamente, 8.000 habitantes.

Hace frío, parece que no hay calefacción. Brilla en un extremo de la sala la llama de una chimenea portátil. Dieciocho grados. Eso, en un interior, es un frío terrible. Andrés parece que no lo nota. Más frío debió de hacer en los bajos del Sena aquellas noches de vagabundaje.

Por fin consiguió un trabajo como albañil. Se cayó del andamio y casi se mata, pero aquello le dio la vida. El médico que le atendió preguntó y Andrés contó que era "journaliste". El doctor entendió "journalier", que significa jornalero. Andrés añadió: "¡Eso! Soy un jornalero del periodismo".

El médico le pidió una muestra de sus trabajos. Andrés logró que una persona llevara al hospital "la corrida franquista", un dibujo con el que, al estilo de Goya con sus aguafuertes, pretendió encapsular en una plaza de toros todo lo que significaba el franquismo

El dibujo sobre "la corrida franquista". Andrés Vázquez de Sola

El doctor quedó impresionado y, cuando le dio el alta, lo mandó directo a Le Canard, la revista satírica por excelencia en Francia y en Europa. Allí lo contrataron. Ascendió hasta el consejo de dirección. Se hizo famosísimo.

P.- Me hablaba del comunismo hoy.

R.- Sí. El comunismo es hoy inevitable en España.

P.- ¡Seguiré sus pasos hacia el exilio, maestro!

R.- El sistema que nos gobierna se está acercando al abismo. El paro estructural sumado al desafío tecnológico… No hay más remedio que hacer lo que decía Marx.

P.- Cada vez que se ha llevado a la práctica lo de Marx, el terreno de juego se ha llenado de cadáveres. Stalin, Lenin, Castro…

R.- También se han cometido barbaridades en nombre de Dios. Franco y la santa inquisición. Pero no huyo de su pregunta: los comunistas somos los primeros en condenar el estalinismo. Fueron crímenes hechos en nombre del comunismo, pero no por los comunistas. El gran error de mi partido es haber sido exagerados en lo bueno y en lo malo.

"Mi mujer es cubana y vamos mucho allí. ¿Dictadura? Me hincho a reír"

P.- Ponga un ejemplo.

R.- Eso de que Stalin era el sol que alumbraba el mundo. Algo así dijo Pasionaria. ¡Lo de Lenin y Castro lo niego!

P.- En Cuba no podríamos hacer esta entrevista y sólo hay un periódico.

R.- Perdone, perdone. Aquí, en esta conversación, de Cuba sé más que nadie. Mi mujer es cubana y vamos mucho allí. ¿Dictadura? Me hincho a reír.

P.- El pueblo no elige a sus gobernantes.

R.- Para que vea la libertad que hay le voy a contar el argumento de una obra de teatro que vi en Cuba. De repente, una cola llena de gente. Sale un funcionario: que pasen tres más, pero se acabó. Es gente que va a suicidarse, es la casa oficial del suicidio. Porque tienen muchos problemas. Todo el mundo se va, pero el único que se queda saca un billete, soborna al funcionario y consigue suicidarse. ¡Esa crítica al sistema aquí no se permitiría!

Cuando trabajó en 'EL ESPAÑOL'

Vázquez de Sola es irreductible. A estas alturas nada le saca de la concepción que tiene de Rusia, Cuba y China. Pero hemos venido a hablar, sobre todo, de España. De esos cien años de la historia del partido. La organización, por primera vez desde la república, tiene a una militante en la vicepresidencia del Gobierno.

Yolanda Díaz, con carné del PCE, se presentará a las próximas elecciones generales. ¿Qué le parece a Andrés? "Cuando me quede viudo, me casaré con ella", suelta una carcajada. "Podría hablar de lo encantadora que es Yolanda, pero eso es secundario. Está haciendo un gran papel en el Gobierno", frunce el ceño.

"Está luchando con el PSOE, que no contra, para desarrollar políticas comunistas. Al PSOE hay que empujarle porque está para defender a las grandes empresas y los bancos. Y su sonrisa… quita las tapaderas de los sentidos", razona.

Andrés echa una mirada hacia la puerta. Angélica no está. Se ríe y, con una sonrisa traviesa, apostilla: "Con permiso de mi mujer le digo que estoy enamorado de Yolanda. Bueno, en realidad no pasa nada porque mi mujer también lo está. Nuestra Yolanda tiene una fuerza terrible".

P.- Usted es anticlerical, pero, visto lo visto, el comunismo resulta una ideología muy religiosa. Todo el día con el catecismo. Me gusta mucho la anécdota que cuenta Bryce Echenique: en aquel Mayo del 68 que usted también vivió, Bryce tenía una amiga marxista que había organizado todos los días de su vida hasta la muerte.

R.- He sido un militante muy contestatario. Nunca me han puesto cortapisas. Y no estoy de acuerdo con su metáfora. Una cosa es creer en la fantasía del cielo y otra creer en un plato de comida. Hablo, como decía Mao, del pan y la rosa.

P.- Dígaselo a Mao lo del pan… Con él, el pueblo se moría de hambre.

R.- ¡Se morían ya antes! Bueno, oiga, es que usted ha venido a provocarme. Eso me gusta. ¿De qué periódico era?

P.- De EL ESPAÑOL.

R.- ¿Cuál es su línea editorial?

P.- Diría que el centro liberal.

R.- ¡Eso dicen siempre los fascistas! –bromea–. ¡Yo trabajé en El Español! Pero en el de los años cuarenta.

P.- Somos camaradas, entonces. ¿Y qué tal le fue?

R.- Me echaron por un comentario que hice…

Estamos en la redacción de aquel El Español, años antes del exilio. Reunión de portada donde se reparten los temas. Vázquez de Sola participa con sus dibujos satíricos. Se prepara un número especial para conmemorar el "glorioso alzamiento nacional". Esas son las palabras que utiliza el director. A Vázquez de Sola le entra la risa y no consigue disimular.

Una viñeta del autor. Vázquez de Sola.

El director le pregunta: "¿Qué te hace tanta gracia?". Nuestro protagonista responde: "La voz engolada… Cómo ha dicho lo de glorioso alzamiento nacional". El director embiste: "¿No te parece glorioso el alzamiento?". "Pero si no es lo que a mí me parezca. Lo que me ha hecho gracia es el tono". Termina la reunión. A Vázquez de Sola nadie le encarga nada. "¿Y yo?". "No, ya no hace falta que hagas nada".

P.- Una vez dijo que, siendo comunista, prefería trabajar en medios de derechas.

R.- No exactamente. La frase se malinterpretó. Lo que digo es: en un periódico de derechas, burgués, si me dejan expresarme libremente, mi trabajo tendrá mucha más credibilidad. Decir las cosas que digo en un medio de izquierdas sería evidente.

Las broncas con Carrillo

La irreverencia sigue caracterizando al personaje. Nunca cerró la boca ni colgó la pluma. Muchos actuaron de manera similar, pero les cortaron la cabeza. Véase los casos de Javier Pradera o Jorge Semprún, ilustres expulsados del PCE.

"Esos ejemplos no valen. Dejaron de defender lo que defendían. Si un cura defiende al diablo en lugar de a dios, lo tendrán que echar de la iglesia. Eran derechistas. Además, ¿qué más da? Problemas con Carrillo los tuvimos todos. Para mí el manifiesto comunista es el España en marcha de Celaya", rebate.

Ya que lo ha puesto en bandeja, igual que las pastas que rodean las tazas de un té humeante y oscuro, le preguntamos por sus broncas con Carrillo. A grandes rasgos, fueron dos. 

Estamos en una reunión del partido. El secretario general, el "camarada Santiago", trata de una forma despectiva a un compañero. Vázquez de Sola interviene: "Santiago, tú eres mi empleado. Ese camarada es tu jefe, no tu súbdito. Paga su cuota para que tú cobres. Tu sueldo es gracias a él. Le debes un respeto". Carrillo transigió.

La segunda discrepancia tuvo forma de carta. Vázquez de Sola escuchó a su líder utilizar el verbo "gitanear". Herido, el dibujante le escribió: "Santiago, ¿te referías a los millones de gitanos muertos en los campos de concentración? Si no es el caso, elige otra palabra porque se merecen un respeto". Carrillo, de nuevo, transigió.

Vázquez de Sola en un acto de homenaje a Lorca tras la muerte de Franco. De derecha a izquierda, Rafael Alberti, Gabriel Celaya y Vázquez de Sola, con gafas de sol. Cedida.

P.- Pero Carrillo nunca hubiera puesto a un hombre libre como usted a hacer, por ejemplo, el programa electoral. Tampoco le hubiera dado un cargo directivo en el partido.

R.- ¡Oiga, que soy el presidente de honor de las juventudes! Yo ya les digo: "No me hacéis ni puñetero caso. ¡¡Llamadme para algo, coño!!". Y no tiene usted razón. Fui candidato al Senado por Cádiz, con Alberti de diputado. Afortunadamente, no salí elegido. Quisieron que fuera alcalde de Cádiz. Hice una campaña durísima contra mí dentro del partido, pero aun así me pusieron. Aquello no funcionó. Yo no sirvo para programas electorales, sirvo para criticar.

P.- Muchos adversarios vinculan a Carrillo con la matanza de Paracuellos y con acciones sanguinarias durante la Guerra Civil. Usted lo trató mucho. ¿Qué piensa?

R.- Tuve amistad con Santiago, pero fui más amigo de Tierno Galván. Santiago me llegó a decir: "Quieres más a Tierno que a mí". Le respondí: "Porque él es mi amigo y tú eres mi señorito". Lo de Paracuellos es curioso, ¿eh? No se le relacionó con eso hasta que fue secretario general del PCE. Nunca hablé de eso con él. Además, si usted, por ejemplo, fuera un sanguinario, no me lo diría, ¿no?

P.- ¡Espero no serlo!

R.- Bueno, yo sí lo diría, pero porque soy de una manera muy particular. Me gusta más hablar de mis fracasos que de mis aciertos.

P.- Dentro de otros cien años, cuando muera, ¿a quién prefiere encontrarse? ¿A Marx o a Jesús de Nazaret?

R.- A Carlos Marx, por supuesto. Jesús no tiene nada que decirme, aunque dijo cosas que hoy decimos los comunistas. A Marx le transmitiría mi admiración. Supo contradecirse a sí mismo y acertar. El marxismo es una ciencia. La pena es que quienes lo aplican no son científicos.

Una comida franciscana

Entra Angélica al salón: "Es la hora de almorzar". No hemos terminado la entrevista. "¿Por qué no se queda con nosotros?", invita Andrés. "Pero tendrá que aceptar nuestras normas franciscanas".

P.- ¿A qué se refiere?

R.- A que tendrá que comer con nosotros, como si fuera un hijo.

P.- Un hijo no comunista que, por supuesto, aceptará en la mesa las normas de este politburó.

R.- Así me gusta. ¡Vamos!

En la puerta de la cocina, un cartel reza: "Si la cocina es arte, que cocinen los artistas". Andrés se encarga cada día de los fogones. Ha preparado unas croquetas y una menestra de verduras con lomo de cerdo. Es él quien se acerca a por los platos. Es él quien sirve, quien los recoge, quien pone el agua en los vasos.

Esta mañana, cuenta Angélica, ha llamado el médico. Ha preguntado por la revisión de un hombre de casi 95 años, "Andrés Vázquez de Sola". Angélica le ha dicho que el hombre de 95 años no va a poder ir a la consulta. 

El médico ha insistido: "Imagino que estará muy anciano, pero sería muy importante que le viera. A esas edades…". La mujer ha intentado sacarle del error: "No puede ir porque está haciendo una entrevista". "Disculpe, ¿entrevista? ¿Estamos hablando del hombre de 95 años?".

Andrés llega con la menestra, que está muy rica. Vuelve a disculparse. Lamenta que no sea "una comida muy elaborada", aunque luego suelta una de sus carcajadas y encuentra consuelo en lo que hacía su amigo Picasso: "Cuando estábamos en su casa y llegaba la hora del almuerzo, se levantaba, sacaba un salchichón envuelto en un periódico, partía unas rodajas y ponía un poco de pan. ¡Ya está la comida!".

Eran los días de gloria. Vázquez de Sola era un famosísimo dibujante en París. Un azote de dictaduras, pero también de gobiernos democráticos. Se cruzaba con un montón de ilustres por la calle, algunos eran sus amigos. Por ejemplo, Fernando Arrabal.

Vázquez de Sola, en primer plano y de pie, en la redacción de 'Le Canard' Cedida

P.- ¿Es verdad lo de la virgen? Que él contó que se le había aparecido y que usted… Luego se enfadaron.

R.- No exactamente. Él dijo que se le había aparecido la virgen y yo le pregunté: "Después de haber pasado por tu casa, ¿sigue siendo virgen?". Me llamó blasfemo, pero creo que formaba parte de su numerito. Lo quiero un montón y espero que él me siga queriendo. Es uno de los grandes. De los más grandes.

También pasaba por allí Jean-Paul Sartre. Andrés lo admiraba un montón. Lo veía muy vulnerable. Con las gafas, encogido… Así que se puso a seguirlo por la calle todos los días. Unos metros por detrás. "Había mucha agitación social, mucho facha suelto. Me daba miedo que le agredieran. Sin decirle nada, le hacía de guardaespaldas".

Un día sonó el teléfono en la redacción de Le Canard. Era Simone de Beauvoir. Preguntaba por Andrés Vázquez de Sola. Quería darle las gracias –y se las dio– por lo que había hecho por Jean Paul.

A Vázquez de Sola no le gustaba molestar a la gente conocida, pero tampoco le gustaba que lo hicieran con él. Algunos días, el director de su banco llamaba al telefonillo de su piso y le subía clientes que querían conocer al artista de Le Canard: "Joder, ¡pero el tío lo hacía a las ocho de la mañana! ¡Me los subía a casa! Me cagaba en todos sus…". El capitalismo feroz.

Otra viñeta del dibujante. Vázquez de Sola.

Otro de los ilustres que disfrutó mucho con los dibujos de Andrés fue Mitterrand, el presidente de Francia. Una noche, lo invitó al Elíseo. A una fiesta. Un ministro se quejó al ver a Vázquez de Sola: "Usted nos critica mucho, pero luego viene aquí como si fuera un amigo". Antes de que el comunista pudiera contestarle, apareció Mitterrand: "Si nosotros trabajáramos igual de bien que él; él no podría trabajar".

Andrés –dice Angélica– "es muy goloso". Aunque estamos en diciembre, el dibujante hace ya días que ha estrenado la Navidad. De postre, mazapanes. Los quiere ofrecer en un cuenco muy grande, pero su mujer elige otro que encaja mejor: "No seas cutre, papá". Recogemos la vajilla y regresamos al salón. Al segundo tiempo de la entrevista.

"Con permiso de mi mujer le digo que estoy enamorado de Yolanda. Bueno, en realidad no pasa nada porque mi mujer también lo está. Nuestra Yolanda tiene una fuerza terrible"

P.-Tras el éxito de Francia, muerto Franco, regresó usted a España, pero no triunfó demasiado en los periódicos nacionales. Se quejaba de la "corrección política" de la Transición.

R.- Primero me gustaría decir que la culpa seguro que fue mía. Quizá no supe comunicar. Dicho esto: venía de un país donde la libertad era absoluta en el sentido del que hablamos. Cuando critiqué mucho al gobierno de Francia, ¡el gobierno de Francia me puso escolta por si los fachas iban a por mí! Aquí no sabíamos lo que era la democracia.

P.- ¿Nota hoy esa moralización de la cultura? Esa obsesión por lo políticamente correcto. Los marcos obligatorios.

R.- Mire, a mí lo de hombre y mujer sólo me interesa saberlo para hacer el amor. En el gobierno, en el arte, en la literatura… No me interesa el sexo, sino el talento. ¿Qué es eso de políticos y políticas, hombres y mujeres, españoles y españolas? ¡Qué barbaridad! Es una tontería.

P.- Pues está de moda en su partido lo del "lenguaje inclusivo".

R.- Oiga, ¡mi partido soy yo! Hablo por mí. La igualdad debe ser efectiva, claro. Pero esas tonterías no se traducen en hechos. Las cosas no se transforman por llamarlas de una u otra manera. Mi mujer es negra. Usted y yo somos blancos. Toda esa ostentación de lo que algunos creen que debería ser correcto nos quita libertad. Esos nuevos relatos no aportan ni consiguen nada.

Andres Vázquez de Sola y Julio Anguita, en una cena. Cedida.

Las mujeres rapadas

Vamos ahora al principio: ¿de dónde sale Andrés Vázquez de Sola? ¿Cómo se gesta ese comunismo a prueba de bombas? Nació en San Roque (Cádiz) en 1927. Su primer recuerdo es el de una escuela republicana, donde le daba clase Ildefonso Rabanillo.

De pronto, el maestro Ildefonso ya no está. Hay dos profesores nuevos: uno de ellos da clase con la pistola encima de la mesa. El otro es un cura. El niño todavía no lo sabe, pero Ildefonso Rabanillo ha muerto en la cárcel en unas condiciones deplorables.

"Es muy difícil que yo recuerde ahora y pueda decirle la verdad. La memoria es peligrosa porque genera un relato y adultera la verdad. Pero no le miento si le digo que recuerdo esa pistola encima de la mesa, la del nuevo profesor", rememora Andrés.

P.- Ildefonso Rabanillo.

R.- Sí. Lo encerraron porque, según el fiscal, "Dios no se equivoca". Si se apellidaba Rabanillo, "tenía que ser rojo a la fuerza".

P.- Me está tomando el pelo.

R.- No, no, se lo digo totalmente en serio. Mi padre, abogado, le defendió en el juicio. Lo intentó así: "Dios nos demuestra con este hombre que un rabanillo es rojo por fuera pero blanco por dentro". No hubo manera.

Por esas mismas fechas, el niño Andrés ve a decenas de mujeres por la calle que tienen el pelo rapado. Caminan en fila, se hacen sus necesidades encima. El niño no lo sabe, pero les han cortado el pelo a la fuerza y les han obligado a beberse los purgantes y el aceite de ricino.

"Había tal dignidad en aquellas mujeres… Eso formaba parte de la política de Falange. Días después, yo hice la comunión vestido con la camisa azul de Falange. No entendía. Esas cosas no se olvidan", afirma.

Para estirar las piernas y entrar en calor, subimos al estudio donde Andrés pinta y escribe. Está en el último piso de la casa. Para llegar a la buhardilla, hay que ascender por unas escaleras que, a un lado, tienen la pared, pero al otro… el vacío. Un vacío de dos o tres metros.

P.- Yo por ahí no sé si subo. Es peligrosísimo.

R.- Y tanto que lo es, ¡venga, hombre! –Andrés ya atraviesa la puerta de la buhardilla.

Las putas de Van Gogh

Dentro, cientos de cuadros. Dice que nunca ha vendido ninguno: "No lo hago precisamente porque soy comunista, pero no los regalo porque no soy gilipollas". Está en conversaciones con el Ayuntamiento de su pueblo natal, San Roque. Con suerte, un museo albergará toda su obra.

Hay muchísimos retratos. Casi todos de gente que conoció. Muchos de los nombres han ido saliendo en esta conversación. Señala uno lleno de mujeres desnudas que están junto a un pintor. Es Vincent van Gogh. Según cuenta Andrés, el holandés pagaba a las putas con cuadros.

Vázquez de Sola con dos de sus cuadros en una imagen de archivo.

P.- He leído sus libros El polvo del camino (Reino de Cordelia, 2015) y Verdadera historia del gayumbo milagroso (Oportet, 2020). O todo estaba lleno de putas o ustedes estaban todo el día de putas.

R.- Era otra sociedad. Un hombre, para demostrar que "era hombre", tenía que ir de putas. Las putas eran mujeres pobres en su mayoría. Sin educación. Preferían echar un ratito en la cama en lugar de fregar pisos. Iban voluntarias. El hambre las llevaba, no digo que no, pero preferían ese trabajo a otros. No tenían conciencia de ser esclavas.

P.- ¿Por qué está tan seguro? ¿Lo habló con ellas?

R.- Muchas veces. Tuve amigas putas. Es que no tiene nada que ver con lo que sucede hoy. Yo no digo que estuviera bien lo de antes, pero le cuento cómo era. Las casas de putas eran lugares maternales y fraternales. Te sentabas allí… No tenías por qué consumir ni consumar.

P.- Usted es un firme defensor de la prostitución, según leo en sus libros.

R.- No, no. Soy un firme defensor de las prostitutas, que no es lo mismo.

P.- ¿Sabe que su partido quiere abolir la prostitución?

R.- No es todo el partido, sino una parte. Hemos tenido grandes discusiones en ese sentido. Yo defiendo la libertad absoluta de la mujer. Ojo, pero si elige ser puta, que lo elija en condiciones verdaderamente libres.

P.- El otro día, The Objective publicó que la vicepresidenta Calvo pidió el cese de Ábalos por frecuentar clubes de alterne –no han aportado pruebas–.

R.- Yo jamás habría publicado eso. De hecho, dirigí El Cocodrilo durante sólo quince días. Quisieron publicar un tema sobre folleteos de Alfonso Guerra. Dije que por ahí no pasaba. Me fui. Por cierto, prefiero que un ministro sea putero que un ladrón como el rey. A Juan Carlos sí le hemos estado pagando las putas.

P.- Una curiosidad: ¿es verdad que en la Cuesta de Moyano de Madrid, donde las casetas de libros, había mucha prostitución?

R.- Sí, sí, ahí estaban las pajilleras. Llevaban unas latas de tomate llenas de agua. Al terminar, lavaban ahí los aparatos… Hice un estudio con un amigo mío médico, una encuesta sobre las enfermedades venéreas. Porque metían todas las pollas en el mismo tarro; las enjuagaban y las secaban con el mismo paño.

P.- Pero ese estudio… ¿lo hizo en primera persona? ¿Fue lo que periodísticamente se conoce como un testigo directo?

R.- No, no. Mi amigo el médico y yo fuimos a entrevistar a la gente que había allí. Es que Franco había cerrado las antiguas casas de putas a través de un decreto; y sólo existían ya los llamados bares americanos. Total que quitaron las putas a los pobres para ofrecérselas solo a los ricos. Vimos lo que había. Las pajilleras lo hacían con música y todo.

P.- ¿Cómo que con música?

R.- Sí. Con cascabeles en la mano. Ofrecían esa tarifa. Iban a toda velocidad. Salía uno y entraba el siguiente.

Vázquez de Sola, en la redacción del periódico '10 minutos', antes de emigrar. Cedida.

Franco y Felipe González

Regresamos al salón. Bajamos por las escaleras. Muchos de los cuadros de Andrés van a ser expuestos próximamente en Córdoba. Nos sentamos en los butacones marrones de antes. Hace frío. Cae la tarde.

Sobre la mesa, un libro editado por Ruedo Ibérico en 1971, en París. Impreso en castellano, El general franquísimo se convirtió en un best seller clandestino en España. "Yo te estoy siendo muy franco en esta entrevista, ¿eh?", se ríe.

P.- Al final, Franco sí consiguió meterte en la cárcel.

R.- Felipe González también lo intentó.

P.- ¿González?

R.- Es que para mí Felipe González y Franco son iguales. González fue todavía más traidor. Porque Franco, un militar golpista, hizo lo que se esperaba de él. Pero Felipe era teóricamente un abogado laboralista. Mírelo ahora. Un gobierno que se dice de izquierdas no debe robar ni matar. Si González hubiese podido ser dictador, lo habría sido. Yo lo conocí. Vino él a verme a mí.

P.- ¿Ah, sí?

R.- Sí, sí. Me llamó a mi casa de París el ministro de Exteriores francés. Me dijo, de parte de Mitterrand, que un paisano mío quería que le presentara a un amigo. Me mandó a ese paisano a la redacción de Le Canard.

P.- Y el paisano era Felipe.

R.- Ahí estaba, en la antesala, sentado en una silla y con las manos sobre las rodillas. Ya era líder del PSOE, si no recuerdo mal, pero no era presidente del Gobierno. Quería conocer a Carrillo. Por supuesto, lo monté en mi coche y lo llevé a casa de Santiago.

P.- ¿Y qué tal?

R.- Los dejé solos. Salió a recibirnos el secretario de Santiago, un catalán llamado "Pera" –escrito Pere–. ¿Sabe? Yo creía que lo llamaban "Pera" por lo gordo que estaba, pero luego me enteré de que era su nombre –se carcajea–.

P.- Le denunciaron, los socialistas, por sus viñetas contra la entrada en la OTAN que defendía Felipe González. La famosa viñeta de los "hijos de puta".

R.- El juez me dio la razón. Me defendí con el siguiente argumento: yo no dije que todos los que votaran sí a la OTAN serían unos hijos de puta, sino que todos los hijos de puta votarían sí a la OTAN. No es lo mismo, oiga. Además, añadí: si algún hijo de puta ha votado no, que se querelle contra mí.

Una de las viñetas contra la entrada en la OTAN publicada por Vázquez de Sola.

P.- Le había preguntado por lo de la cárcel.

R.- ¡Ah, sí, sí! Fue porque regrese a España desde Francia para escribir un reportaje sobre la ocupación española de Ceuta. Porque si Gibraltar es España, Ceuta es Marruecos. Seamos consecuentes. Por la noche me detuvieron y me metieron en la cárcel. Fueron desde Madrid para interrogarme. No me pegaron, pero estuve amenazado todo el tiempo. Me enteré de que Fraga felicitó a alguien por no haberme torturado. Montaron una campaña internacional contra mi encierro y salí pronto.

P.- Forges decía que Franco no era fácil de dibujar, pero que usted lo hacía muy bien, con estilo propio.

R.- Quiero mucho a Forges. No puedo hablar mal de él porque era mi amigo y está muerto. Pero en eso se equivoca. Franco era fácil de caricaturizar, muchos dibujantes extranjeros lo bordaban. Pero aquí nadie tenía narices de hacerlo. Yo lo hice y tuve esos problemas.

P.- "Mis dibujos son el odio al odio; no el amor al amor. Eso es lo realmente efectivo". Explíqueme esto.

R.- La frase es de un amigo mío, un dibujante italiano. Estábamos los dos trabajando. Yo venga a tirar papeles al suelo. No me salía nada. Me dijo: "Andrea, porque me llamaba Andrea; te estás equivocando. Intentas mostrar tu amor al amor, pero debes dejar salir tu odio al odio. Esa es la verdadera sátira". Tenía razón. Hablar de la ternura es fácil, está al alcance de cualquiera. Lo complicado es dejar salir ese odio al odio.

P.- Andrés, cuando se vaya, ¿cómo le despedimos?

R.- La muerte no existe. Lo que existe es la vida. Quiero vivir hasta el último momento de mi vida. Con casi 95 años, podría estar jubilado, sentado al sol con un bastón y una sopita. Mañana me voy a Córdoba. Hace unos días estuve en Madrid. No paro ni tres días en casa. Viajo constantemente. Mi mujer lo sabe: quiero morirme en la carretera. O como Molière, en el teatro. No voy a ser viejo jamás en la vida. Me ha costado muchísimos años aprender a ser joven.