Hace noventa años no existía la palabra "genocidio". La inventó Raphael Lemkin en 1944 para dar nombre al horror que en aquel momento se vivía en Europa.
La palabra une el término "gen", procedente del griego (y que, de ahí, pasó al latín), que hace referencia a la raza o tribu, y la terminación "cidio", latina, que significa "matar" (como en "homicidio").
Matar un colectivo. Esto es, querer extinguir un grupo que, como se definió posteriormente (en el convenio de 1948 sobre prevención y sanción del delito de genocidio), viene determinado por la pertenencia a una etnia, nacionalidad, religión o raza.
El genocidio no es un asesinato en masa, sino la voluntad de exterminar a todo o parte de un grupo. El asesinato (y las otras actuaciones que se incluyen en el artículo 2 del Convenio de 1948) solamente se convierten en genocidio cuando la voluntad es la de exterminar al grupo como tal. La dificultad de probar esta "voluntad genocida" explica que sean tan pocos los casos en los que se ha condenado por este crimen.
Además, la jurisprudencia internacional ha interpretado que cuando esa voluntad de exterminio deba inferirse de las declaraciones que hacen los presuntos responsables del crimen, estas han de ser lo suficientemente claras como para que no pueda derivarse de ellas otra interpretación.
Una familia en Gaza.
Si las acciones horribles que recoge ese artículo 2 del convenio de 1948 no van acompañadas de esa voluntad de exterminio, podrán ser crímenes de guerra o de lesa humanidad, pero no genocidio.
Estamos ante un concepto que exige un análisis jurídico bastante fino. Sorprende, por tanto, que se utilice con ligereza en relación con lo que está sucediendo en Gaza. Y no sólo por opinadores diversos que, probablemente, ignoran todo lo anterior, sino, incluso, por algunos especialistas.
Llama la atención, por ejemplo, el informe de la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre el Territorio Palestino Ocupado, incluida Jerusalén Oriental, e Israel, de 16 de septiembre de 2025.
Este informe, a la hora de identificar esa voluntad genocida, utiliza declaraciones de responsables israelíes que pudieran resultar dudosas (como el propio documento admite) para optar por aquel sentido que apoya la calificación de genocidio. Lo que es contrario al criterio que debe regir la interpretación restrictiva de este crimen.
La contundencia con la que muchos afirman que lo que está sucediendo en Gaza es un genocidio choca con la obviedad de que podrá ser o no ser genocidio, pero que lo único claro es que, aunque existen elementos que pueden conducir a esa calificación, dista mucho de ser evidente.
Negar la duda se convierte en un acto de propaganda.
Personalmente, me repugna la instrumentalización tanto del genocidio como de la tragedia de Gaza. Los miles de muertos merecen el respeto del rigor y los millones que sufren allí las consecuencias de la guerra no deberían ser causa de división como consecuencia del afán de polarización de unos cuantos.
La guerra de Gaza es un episodio en un conflicto que ya dura más de ochenta años y que ha pasado por varias etapas.
"El concepto genocidio exige un análisis jurídico fino. Sorprende, pero se utiliza con ligereza en relación con Gaza por opinadores e incluso por algunos especialistas"
La propuesta de división de Palestina en un estado judío y uno árabe (1948), que fue rechazada por los países árabes.
La ocupación de toda Palestina por Israel en la guerra de 1967.
La extensión de asentamientos judíos en territorio palestino, pese a los acuerdos de Oslo de hace treinta años.
La construcción del muro que divide Cisjordania y que ha sido condenada por el Tribunal Internacional de Justicia.
Y la victoria de Hamás en las elecciones de 2006 que llevó a esta organización al control de la Franja de Gaza.
Estas décadas están llenas de horror. Varias guerras abiertas entre los países árabes e Israel. Masacres como la de Sabra y Chatila, en el Líbano, perpetradas por milicias proisraelíes. Ataques terroristas. Y, hace dos años, los atentados del 7 de octubre.
Tengo dudas de que el derecho a la legítima defensa que recoge el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas ampare las acciones de Israel en Gaza tras aquellos atentados. Y también sobre si dichas acciones cumplen con las reglas del derecho humanitario vigente.
Las guerras siempre han sido horribles y continúan siéndolo. Pero, en la actualidad, acciones que serían legítimas hace un siglo ya son objeto de reprobación y sanción.
Otra cosa es que esta sanción se aplique, porque todavía hoy vemos que hay varias varas de medir en función de las circunstancias.
En cualquier caso, creo que deberíamos ser cuidadosos y distinguir entre posiciones de las partes en conflicto (Israel y su voluntad de existir, los palestinos y su deseo de tener un Estado) y los medios, a menudo execrables, que se utilizan para defender las diferentes posturas.
En este sentido, la condena, por ejemplo, a los atentados del 7 de octubre de 2023 debería ser radical y sin matices. Me sorprendió hace dos años que inmediatamente después de aquellos atentados se convocaran manifestaciones propalestinas. Igual que me parecería reprochable que se hubieran convocado manifestaciones proisraelíes en 1982 tras la masacre de Sabra y Chatila.
Aquellas manifestaciones de 2023 me llevaron a pensar que quienes defienden la causa palestina jalean también los medios que se utilizan para intentar que prevalezca.
Resulta llamativo, por ejemplo, que en la salida hacia Gaza de la flotilla que acaba de ser interceptada, Ada Colau dijera que, si Gaza no se rinde, nosotros no podemos rendirnos.
Gaza no es un combatiente, sino el campo de batalla. Quienes combaten son Israel y Hamás y, por tanto, la frase de Colau solamente adquiere sentido si se lee como una referencia a la resistencia frente a Israel de Hamás, una organización terrorista.
Creo que en esta línea ha de interpretarse la insistencia en calificar como genocidio las acciones de Israel. El debate jurídico pasa a un segundo plano para dejar paso a la propaganda. Una propaganda que divide a nuestra sociedad, dificulta el análisis riguroso, instrumentaliza el sufrimiento en Gaza y no ayuda a traer la paz.
*** Rafael Arenas García es catedrático de Derecho internacional privado.
