Este año se cumple el 80º aniversario de la histórica Conferencia de Yalta, donde los líderes de la Gran Alianza (Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill y Joseph Stalin) negociaron el orden internacional de la posguerra.

Este orden ha sufrido importantes transformaciones, sobre todo tras la disolución de la Unión Soviética y la posterior integración euroatlántica de los Estados que en su día formaron parte de la URSS o que estuvieron dentro de su esfera de influencia.

La anexión de Crimea en 2014 se convirtió en un momento decisivo en la erosión del sistema de Yalta-Potsdam, lo que supuso un resurgimiento de la política de las grandes potencias y el rechazo de las normas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Con motivo del aniversario, el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Andriy Sybiha, escribió en X: "Hace ochenta años, en Yalta, se forjaron el orden de posguerra y las esferas de influencia. Hoy, Putin quiere un nuevo Yalta, nuevas fronteras y esferas de influencia. En aras de un mundo seguro, deben rechazarse las demandas ilegítimas del agresor. En su lugar, debe verse obligado a una paz justa".

El mundo percibe hoy el legado de Yalta de maneras diferentes.

Para Occidente, representa un compromiso necesario, pero imperfecto, que sentó las bases de la cooperación internacional.

Para Rusia, Yalta legitima sus ambiciones neoimperialistas.

Volodímir Zelenski, ante un mapa de recursos y objetos estratégicos de Ucrania. Valentyn Ogirenko Reuters

La Conferencia de Yalta (4-11 de febrero de 1945) y la Conferencia de Potsdam (17 de julio-2 de agosto de 1945) establecieron el marco geopolítico del orden internacional de la posguerra.

En primer lugar, formalizaron una división de influencia de facto. Europa del Este cayó bajo el control soviético, mientras que Europa Occidental se alineó con Estados Unidos y sus aliados.

En segundo lugar, sentaron las bases para la creación de las Naciones Unidas como mecanismo de seguridad colectiva y resolución de conflictos.

En tercer lugar, iniciaron los procesos de desmilitarización y desnazificación. En particular, Alemania se dividió y reestructuró para evitar futuras agresiones.

"En 2008, las fuerzas rusas invadieron Georgia con el pretexto de proteger a los separatistas prorrusos de la región de Tsjinvali"

La estabilidad del orden de Yalta-Potsdam se erosionó gradualmente con el fin de la Guerra Fría. El colapso de la Unión Soviética en 1991 desmanteló el orden mundial bipolar, despojando a Moscú de su dominio en Europa del Este. Las antiguas repúblicas soviéticas y los estados satélites buscaron la integración euroatlántica, debilitando aún más la esfera de influencia de Rusia posterior a Yalta.

Entre 1999 y 2004, la OTAN y la Unión Europea se expandieron significativamente, integrando a antiguos miembros del Pacto de Varsovia y a algunas ex repúblicas soviéticas (Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Eslovaquia, Eslovenia, Hungría y la República Checa) en las estructuras económicas y de seguridad occidentales.

La adhesión de estos Estados a la OTAN y a la UE debilitó de nuevo a Rusia, desafiando sus aspiraciones geopolíticas postsoviéticas.

En 2008, las fuerzas rusas invadieron Georgia con el pretexto de proteger a los separatistas prorrusos de la región de Tsjinvali (llamada Osetia del Sur en ruso) del control de Tiflis. Esta intervención militar representó un desafío directo al principio de soberanía estatal de la posguerra fría.

Luego, en 2014, Rusia se anexionó ilegalmente Crimea, violando flagrantemente el principio fundamental de integridad territorial y señalando el colapso del consenso global posterior a la Segunda Guerra Mundial.

La toma ilegal de Crimea y la posterior guerra a gran escala contra Ucrania desmantelaron definitivamente el consenso de las grandes potencias diseñado para prevenir guerras en Europa. Estos acontecimientos también pusieron de manifiesto las limitaciones de las instituciones internacionales, destacando la incapacidad de las Naciones Unidas y las potencias occidentales para disuadir la agresión o imponer una paz duradera y justa.

El portavoz del Parlamento ucraniano, Ruslan Stefanchuk, reunido este jueves en Kiev con Keith Kellogg, el enviado especial de Trump para Rusia y Ucrania. Vadym Sarakhan Reuters

El Estado ruso y sus élites políticas han invocado cada vez más el legado de la Conferencia de Yalta para justificar sus ambiciones geopolíticas contemporáneas. Por ejemplo, en junio de 2020, con motivo del 75º aniversario de la Gran Victoria de la Unión Soviética, Vladímir Putin escribió lo siguiente:

"El revisionismo histórico que estamos presenciando actualmente en Occidente, en particular en lo que respecta a la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias, es peligroso porque distorsiona cínicamente los principios de desarrollo pacífico establecidos en 1945 por las conferencias de Yalta y San Francisco. El principal logro histórico de Yalta y los demás acuerdos de esa época fue la creación de un mecanismo que permitió a las grandes potencias resolver sus diferencias en el marco de la diplomacia".

Menos de dos años después de invocar "el marco de la diplomacia", Putin lanzó una invasión a gran escala de Ucrania. Seis años antes se había anexionado Crimea y desatado una guerra en el este de Ucrania, acontecimientos que marcaron el colapso definitivo del sistema de Yalta-Potsdam.

La propaganda rusa afirma que fue Occidente, y no Moscú, quien violó el espíritu de Yalta al expandir la OTAN y "socavar" la seguridad de Rusia.

Según esta narrativa, la Conferencia de Yalta legitimó el control de Moscú sobre las antiguas repúblicas soviéticas, mientras que su democratización y el compromiso occidental constituyen una intrusión ilegítima.

En un artículo de opinión sobre el legado de la conferencia, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, sostiene que Occidente "traicionó" los principios de Yalta. Afirma específicamente que el recién nombrado secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, percibe el orden mundial moderno como un arma contra los intereses estadounidenses.

"Es decir, ya no se considera inaceptable el orden de Yalta-Potsdam (con la ONU en su centro), sino que ahora se rechaza incluso el llamado 'orden basado en normas'. Lo que antes se consideraba la personificación de la arrogancia y el egoísmo de Occidente tras la Guerra Fría, liderados por Washington, también está siendo desestimado", escribió Lavrov. 

Luego añadió: "No se producirá un retorno al statu quo anterior, que Estados Unidos y sus aliados han defendido durante mucho tiempo, ya que las condiciones demográficas, económicas, sociales y geopolíticas han cambiado de forma irreversible".

"Moscú promueve con entusiasmo a la idea de una supuesta 'Nueva Yalta', presentándose como un actor clave en la configuración de un orden mundial revisado, al igual que en 1945"

Los medios de comunicación controlados por el Estado ruso, TASS, también han manipulado el legado de Yalta para justificar sus ambiciones contemporáneas.

En un artículo que conmemoraba el aniversario de la conferencia, el principal medio de propaganda del Kremlin escribió: "Los Tres Grandes aseguraron la paz en la Tierra durante los siguientes cincuenta años, y ahora han pasado ochente años. Durante aproximadamente medio siglo, la paz se mantuvo, con sólo conflictos locales, sin guerras importantes en Europa o América".

En otras palabras, los propagandistas rusos afirman que la "fecha de caducidad" del sistema de Yalta-Potsdam ha pasado, lo que requiere nuevos alineamientos geopolíticos y una nueva redistribución de las esferas de influencia.

Moscú se asocia con entusiasmo a la idea de una supuesta 'Nueva Yalta', presentándose como un actor clave en la configuración de un orden mundial revisado, al igual que en 1945. Sin embargo, la Rusia actual ocupa una posición geopolítica mucho más débil que la que tenía entonces la Unión Soviética.

Rusia carece del alcance y la influencia globales necesarios para servir como polo central en un sistema bipolar.

Esta narrativa, sin embargo, sigue siendo útil para el Kremlin porque fomenta la ilusión del mantenimiento del estatus de gran potencia. La nostalgia por el pasado, reforzada por referencias a cumbres históricas y grandes momentos diplomáticos, tiene otro propósito estratégico: bajo el pretexto de abogar por "la "paz", Rusia busca congelar la guerra actual y luego expandir sus reclamos territoriales.

El Kremlin argumenta que, así como la Unión Soviética acogió negociaciones en 1945 cuando Hitler enfrentaba una derrota inevitable, la Rusia moderna, como sucesora autoproclamada de la URSS, tiene derecho a dictar nuevos acuerdos geopolíticos.

Sin embargo, la estrategia actual de Putin se parece más a la de Hitler que a la de Stalin. Cuando se estableció el sistema de Yalta-Potsdam, Hitler ya había perdido su influencia en la escena mundial. Incluso si se comparara a Putin con Stalin, este último negoció desde una posición de fuerza innegable: su ejército controlaba físicamente los territorios sobre los que afirmaba tener influencia.

Putin, por el contrario, carece de tal influencia, y sus llamadas "realidades sobre el terreno" no le otorgan la autoridad geopolítica para dictar condiciones o afirmar su liderazgo en los asuntos mundiales.

En 2023, los funcionarios de Crimea declararon que Crimea volvería a convertirse en "el centro de la política mundial", mientras que los medios de comunicación locales especulaban sobre la posibilidad de una Conferencia de Yalta moderna. Comenzaron a aparecer artículos con titulares como Conferencia de Yalta 2.0: ¿Puede Crimea detener de nuevo el derramamiento de sangre?, lo que reforzó la narrativa del Kremlin.

El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, ha dicho que Rusia está preparada para una cumbre de este tipo, pero sólo con la condición de que dos de las tres potencias dominantes en la mesa sean antioccidentales. En esta Yalta-2 prevista, China sustituiría a Gran Bretaña, alineándose con Rusia contra Estados Unidos.

La Conferencia de Yalta de 1945 sentó las bases del derecho internacional moderno, pero al anexionarse ilegalmente Crimea, Rusia ha ignorado abiertamente los mismos principios del derecho internacional que en su día ayudó a establecer.

En lugar de reconocer esta violación, Moscú ha tratado constantemente de reescribir la historia, desviando la responsabilidad de su agresión hacia Occidente y culpando a Estados Unidos y a la OTAN de "provocar" a Rusia.

El Kremlin parece estar anticipando un acuerdo geopolítico que recuerda al de Yalta. Uno que serviría a sus intereses tras un pacto entre las grandes potencias. Para Moscú, asegurar tal pacto no sólo legitimaría sus conquistas territoriales, sino que también reforzaría la idea de que el orden global está dictado por el poder bruto en lugar de los principios de soberanía y autodeterminación.

En esencia, Rusia busca diseñar un mundo en el que la fuerza militar y la influencia política, en lugar del derecho internacional, determinen el destino de las naciones

*** Lesia Bidochko es profesora de Ciencias Políticas en la Academia Kyiv-Mohyla (Ucrania) e investigadora en la Universidad Europea Viadrina de Fráncfort del Óder, Alemania.