Los profesionales del sector eléctrico destacan a menudo que sólo se habla de la electricidad cuando el precio sube. Esto es así y es lo normal. Pero llevamos varias semanas sufriendo un bombardeo informativo que advierte del aumento del precio de la electricidad.

Cada uno aprovecha para vender su eslogan. “El PP lo hizo mal”. “El PSOE lo está haciendo mal”. “El impuesto al sol”. “Los beneficios caídos del cielo”. “Las primas a las renovables”. “La moratoria nuclear”. “Necesitamos una eléctrica pública”. “La gestión pública de la hidroeléctrica”. “Recortar beneficios a las nucleares”.

Pero ni las causas ni las soluciones están en esos eslóganes.

No voy a explicar cómo funciona el mercado eléctrico. No sería capaz de explicarlo mejor que Sergio Fernández Munguía en este artículo.

Lo que sí voy a hacer es explicar qué papel juega la energía nuclear en el sistema eléctrico español.

Los que producen energía la ofertan al precio que consideran. Si ofertan muy caro, se arriesgan a no vender. Y se vende tanta energía como se necesita para abastecer la demanda. Ni más ni menos. Todos los productores cobran además el mismo precio: el del MWh más caro que se ha vendido en el mercado.

Esto, que es el sistema marginalista, puede parecer raro o abusivo. Sin embargo, es utilizado en toda la OCDE, pues resulta en un mercado que incentiva que los productores busquen formas de generar más barato para beneficiarse de ese diferencial, haciendo así que el precio baje a medio y largo plazo.

Por lo general, la nuclear y las energías renovables (exceptuando la hidroeléctrica) ofertan su energía a precio muy bajo para asegurarse venderla toda. Eólica y fotovoltaica, porque sus costes variables son muy bajos. Nuclear, porque sus costes fijos son altos y si no produce, entra en pérdidas.

La hidroeléctrica y los ciclos combinados de gas ofertan la energía a precios mayores.

La forma de bajar el precio es expulsar la generación fósil del mercado

Cuando no hay suficiente producción para cubrir toda la demanda con nuclear y renovables, hace falta quemar gas. Los precios del gas natural no han parado de subir en todo el mundo.

Eso, sumado a lo que pagan estas centrales por emitir CO2 a la atmósfera (una forma de desincentivar la producción de energía mediante combustibles fósiles, haciéndola menos competitiva en el mercado), provoca que la energía eléctrica producida con ciclos combinados tenga un coste de unos 100 €/MWh.

Todos los años, en las épocas más cálidas, la generación eólica disminuye y, para compensar, aumenta la generación fósil (gas).

Parece claro que la forma de bajar el precio de la electricidad, la contaminación y las emisiones de CO2 es expulsar la generación fósil del mercado. Y la principal medida para conseguirlo es instalar más generadores renovables (solar y eólica principalmente) para satisfacer el máximo posible de la demanda de energía. Se espera tener una potencia instalada de 161 GW en 2030, siendo el récord de consumo eléctrico hasta la fecha de 45 GW.

La desventaja de eólica y fotovoltaica es que son variables (no gestionables, es decir que no podemos encenderlas y apagarlas a voluntad). Cuando no sopla el viento o está nublado, y por muchos aerogeneradores o paneles que existan, la generación va a ser baja [mientras escribo esto, el 22 de agosto a las 12:00, la eólica está generando 3 GW de un total de 27,7 GW instalados].

Esto implica que el sistema necesite ciertas tecnologías gestionables que sean capaces de producir energía a voluntad cuando las condiciones meteorológicas dificulten la producción renovable para ajustar la producción hasta cubrir el 100% de la demanda.

Obviamente, las centrales de gas y carbón son capaces de aumentar o reducir su producción a demanda. Pero ya sabemos que son caras, contaminantes y emisoras de CO2.

La energía hidroeléctrica juega un papel muy importante al ser capaz de modificar su potencia con cierta facilidad mientras haya suficiente agua en sus embalses. Pero ya vemos que las épocas de sequía, que se prevén cada vez más frecuentes, van a dificultar su uso.

Lo ideal es (o será) el almacenamiento de energía barata cuando haya mucha generación renovable para utilizarla (a mayor precio) cuando la producción escasea. Esto, a día de hoy, aún es testimonial y faltan años para poder almacenar grandes cantidades de energía a un precio competitivo.

¿Y qué pasa con la energía nuclear?

En España, los siete reactores nucleares operativos proporcionan unos 7,4 GW de potencia de forma continua. Tienen cierta capacidad de regulación, pero no se diseñaron para variar su potencia a menudo. Tienen un factor de capacidad del 90% (producen el 90% de la energía que podrían producir si funcionaran el 100% del tiempo al 100% de potencia).

La industria nuclear está haciendo esfuerzos por ser un aliado de la generación renovable

Su papel en el sistema eléctrico actual es crucial porque generan más de un 20% de la electricidad consumida en España. Entre el 35% y el 40% de la electricidad libre de emisiones de CO2 es de origen nuclear.

A pesar de estos datos, no parece una tecnología demasiado valorada por la sociedad ni por el Gobierno. La presión fiscal sobre las centrales nucleares ha aumentado un 430% desde 2008.

Las centrales pagan aproximadamente 22 €/MWh de impuestos. 8 €/MWh para costear la gestión de residuos y desmantelamiento, 5 €/MWh de tasas autonómicas, 5 €/MWh de impuesto por generación de residuos radiactivos, 2 €/MWh de impuestos locales y otros tributos, y otros 2,4 €/MWh del impuesto del 7% (suspendido temporalmente durante el tercer trimestre de 2021).

El plan actual del gobierno (Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, PNIEC) tiene previsto el cierre nuclear en los próximos 10-15 años con la esperanza de que la instalación masiva de renovables y la aparición de almacenamiento masivo barato puedan satisfacer un sistema 100% renovable.

Sin embargo, contempla mantener toda la capacidad de generación de gas natural. ¿Por qué será?

Puede que esto acabe siendo así, o no. En cualquier caso, la industria nuclear está haciendo esfuerzos por ser un aliado de la generación renovable, que permite producir energía limpia, fiable y a precios competitivos de varias formas.

Uno, alargar la vida de las centrales actuales. Esta es, según la Agencia Internacional de la Energía y la Agencia para la Energía Nuclear, la forma más barata de producir electricidad. Ya hay ocho reactores en Estados Unidos con licencia para operar hasta los 80 años. En España se están haciendo las inversiones necesarias en términos de seguridad y fiabilidad para operar nuestros reactores a largo plazo.

Dos, construir nuevos reactores. Actualmente hay más de 50 reactores en construcción en todo el mundo. Los precios de la energía con estos nuevos reactores son competitivos en Oriente, donde se construyen varios reactores y la curva de aprendizaje disminuye los tiempos y los costes de construcción. En Occidente, el precio es todavía poco competitivo, hasta que la construcción de varios reactores del mismo tipo permita mejorar plazos y coste.

Tres, nuevos reactores. La industria apuesta por reactores pequeños (decenas o centenas de MW) y modulares (producidos en fábrica y ensamblados in situ). Se espera que estos reactores tengan costes competitivos, plazos de construcción reducidos y la capacidad de adaptar su producción de forma ágil (flexibles). Algunos, incluso, son portátiles. También existen varios proyectos de desarrollo de reactores modernos que son capaces de reciclar los residuos (combustible usado), minimizar la producción de residuos, utilizar torio como combustible y producir hidrógeno o calefacción urbana.

Con las posibilidades que ofrece esta tecnología se puede plantear un sistema fiable, asequible y que minimice emisiones. Francia, Ontario o Suiza llevan años cerca de lograr ese objetivo con un mix basado en nuclear y renovables.

Sin embargo, parece que el objetivo de 100% libre de emisiones se confunde con el objetivo de 100% renovable. Para lograr ese modelo, que depende en mayor medida de energías variables no gestionables, se requieren muchas más herramientas (almacenamiento, gestión de la demanda, consumidores activos, redes inteligentes, mayor potencia de respaldo) que para un modelo basado en la nuclear como base, renovables complementando lo que la meteorología les permita y una mínima capacidad de almacenamiento para el seguimiento de la demanda.

Lo que parece tener bastante consenso técnico es que alargar lo máximo posible la vida de las centrales actuales es una de las piezas fundamentales en la estrategia de la transición ecológica. Y, a largo plazo, no es descabellado seguir contando con una energía fiable, gestionable y económicamente competitiva planteando la construcción de nuevos reactores de cuarta generación.

Sin embargo, la ideología, el miedo, el desconocimiento y los réditos políticos tienden a obviar las mejores soluciones tecnológicas. El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima prevé reducir la aportación nuclear del 22% actual al 7% en 2030 y al 0% en 2035.

Si la presión fiscal sobre la energía nuclear no cesa, se está abocando a esta a su cierre prematuro

Mientras, la generación de electricidad mediante gas natural y biomasa va a aumentar un 26% entre 2020 y 2030. Pero ¿qué sentido tiene esta estrategia enmarcada en un proceso de transición ecológica que debe minimizar las emisiones de CO2?

Más a corto plazo, en la actual vorágine de propuestas (casi todas absurdas) para bajar el precio de la electricidad, se está planteando recortar los ingresos a nuclear e hidroeléctrica. Las dos tecnologías que cubren un 36% de la energía libre de emisiones. Tecnologías fiables y con precios moderados.

Recordemos que el mercado de derechos de emisión de CO2 tiene como objetivo que el coste de generar electricidad con combustibles fósiles sea artificialmente más caro, haciendo que (debido al mercado marginalista) las tecnologías que no emiten CO2 aumenten sus ingresos. Lo que propicia, a su vez, que las empresas se esfuercen por encontrar formas de generación libres de emisiones a medio y largo plazo.

Esta propuesta de recorte de ingresos podría abaratar la factura en 3.200 millones de euros. La cifra coincide aproximadamente con los ingresos extraordinarios del Gobierno por los derechos de emisiones de CO2 y por el aumento de precio de la electricidad (recordemos que los impuestos se aplican al precio de la energía: a mayor precio, mayor recaudación en impuestos).

Pero a corto plazo es más populista decir que vas a recortar ingresos a las nucleares y desviar así la atención de la sangría de impuestos que se recaudan mediante la factura eléctrica.

Si la presión fiscal (como esta propuesta de recorte de ingresos) sobre la energía nuclear no cesa, se está abocando a esta a su cierre prematuro. Y esto no tendrá otro efecto que un aumento de la electricidad producida con gas natural, prorrogando la situación actual durante años.

Hay que diseñar a largo plazo, olvidar soluciones rápidas y milagrosas, evitar cambios y bandazos regulatorios, y dar seguridad y estabilidad jurídica para que las empresas se decidan a invertir en un sistema eléctrico que aporta beneficios económicos con bajo riesgo mientras la sociedad se beneficia de un sistema fiable, asequible y limpio.

Y todo este despropósito de medidas contra la energía nuclear coincide con las recomendaciones de la Agencia Internacional de la Energía de aumentar un 80% la generación de electricidad de origen nuclear.

Esperemos que la cordura técnica impere y que logremos una sociedad más informada y menos temerosa a lo desconocido para que los gobernantes se atrevan a defender soluciones óptimas sin miedo a perder votos.

*** Fran Ramírez es ingeniero nuclear e instructor de operación nuclear.

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