La desconexión entre la sociedad y las instituciones políticas se extiende por toda Europa. Incluso en países como Francia, donde la conversación política sigue teniendo un peso importante, el desencanto ciudadano con el sistema de partidos es cada día más evidente.

El mejor ejemplo de ello es el récord de abstención que se ha batido este fin de semana en la primera vuelta de las elecciones regionales y departamentales francesas, donde sólo uno de cada tres franceses ha votado. Una abstención de entre el 66,1% y el 68,8% es algo nunca visto en la Francia contemporánea.

Es obvio que las elecciones regionales no tienen el mismo atractivo que las presidenciales. Pero este estado de ánimo colectivo no es buena señal para la primavera que viene, cuando se tiene que elegir (o reelegir) al presidente de la República.

Uno de los grandes damnificados con el resultado de la primera vuelta de las regionales es el actual presidente, Emmanuel Macron. Su partido, La République En Marche! (LREM), ha recogido poco más del 10% de los votos. Macron ha quedado por debajo de los partidos tradicionales, es decir de la derecha de Les Républicains y sus aliados (principales beneficiados de los resultados de la primera vuelta, con casi un 30% de los votos), de los socialistas e incluso de los partidos ecologistas.

Eso sí: si tenemos en cuenta la abstención, la representatividad de los candidatos es bajísima, sin superar prácticamente en ningún caso el 20% de los electores.

Los pocos electores que han optado por acercarse a las urnas este fin de semana han optado, además, por asegurar el tiro. Es decir, por dar una segunda oportunidad a los mismos candidatos que ya ostentan la dirección de las regiones.

Una propuesta política sólida en un país con partidos consolidados requiere liderazgos secundarios

Estas elecciones, en resumen, no aclaran la posición de los electores desencantados. O quizá la posición de los desmotivados es, precisamente, de distanciamiento total respecto a la política.

Estos malos resultados de LREM confirman la fragilidad del partido creado por Emmanuel Macron. El éxito de Macron en 2017 se basó en un excelente trabajo de construcción mediática de un liderazgo alrededor de su figura. Y eso es una tarea que se puede hacer a cierta velocidad.

Pero construir una propuesta política sólida en un país con partidos consolidados requiere mucho más tiempo y, también, muchos liderazgos secundarios. Es decir, individuos capaces de desarrollar y transmitir el liderazgo de Macron a nivel territorial. Y eso es algo en lo que LREM, al menos de momento, está fracasando.

No ayuda tampoco la relativa indefinición política del partido de Macron. Su construcción, cercana a la de los partidos atrapatodo, no parece haber conectado con las necesidades de los ciudadanos ni haber suplido esas deficiencias que alejan cada vez más a los votantes franceses de las urnas.

Mientras Marine Le Pen, que tampoco ha tenido los resultados esperados en las regionales y departamentales, y que parece tener sólo a su alcance la región de Pirineos Atlánticos-Costa Azul, aglutina de forma clara a los votantes a la derecha de la derecha, y Melénchon hace lo propio con la izquierda, LREM sigue en tierra de nadie. Tierra que, efectivamente, nadie ocupa. Pero que, al parecer, tampoco nadie acaba de comprender muy bien.

En cambio, en la derecha francesa, y a pesar de sus resultados discretos en proporción al número de electores, sí parecen tener claro hacia dónde pueden ir los liderazgos de cara a las presidenciales. Xavier Bertrand, que ya ha anunciado su intención de presentarse como candidato a la presidencia, ha sacado una ventaja bastante cómoda en su feudo de los Hauts-de-France y parece consolidar una buena posición de salida en la lucha por ocupar el liderazgo del movimiento.

Si en 2017 Macron fue capaz de conectar con una parte importante de los franceses, en 2021 eso se ha diluido

De hecho, la situación de Bertrand es especialmente representativa ya que para ocupar la presidencia de la región deberá contar con el voto de Emmanuel Macron. Y es que el presidente vota en Le Touquet, donde está censado. Y, hoy por hoy, Bertrand necesita el apoyo de LREM para asegurarse su continuidad.

Del resultado de estas elecciones no surgirán sólo presidentes regionales, sino también decisiones importantes de cara a la configuración de los perfiles de los candidatos presidenciales. En función de lo que suceda en la segunda vuelta, los partidos tradicionales celebrarán, o no, elecciones primarias. Hasta ahora parecían una herramienta indispensable. Pero, de encontrarse con liderazgos lo suficientemente solventes, quizá los partidos opten por no arriesgarse al espectáculo de las luchas interinas que suelen suponer este tipo de procesos internos.

Si en 2017 Macron fue capaz de conectar con una parte importante de los franceses gracias a un liderazgo consistente e innovador y a un mensaje de esperanza (y, no lo olvidemos, al convertirse en la única forma de evitar que Marine Le Pen fuera presidenta), en 2021 todo se ha diluido rápidamente.

Y aunque antes de unas presidenciales los partidos no suelen ser críticos a la hora de elegir a su futuro candidato, sí lo son las bases. A la vista de los resultados de estas elecciones regionales, prácticamente ningún partido parece tener un candidato claro.

Está por ver si los resultados de la segunda vuelta perfilan nuevos liderazgos, permiten recuperar la confianza de los ciudadanos (o al menos disminuir la desconfianza en los partidos clásicos) y aclaran o no el camino para las presidenciales de 2022.

*** Bethlem Boronat es PhD de la EAE Business School.

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