El objetivo del Proyecto Mayhem en la película El Club de la Lucha es hacer volar por los aires bancos y compañías de tarjetas de crédito para “eliminar la relación de deudas y volver al punto cero”.

El ficticio Proyecto Mayhem es un movimiento revolucionario que intenta destruir los cimientos del mundo occidental. Es decir, el sistema financiero basado en el crédito y la deuda. El motor del mundo occidental sigue funcionando gracias a ellos y, de entrada, no tiene por qué ser malo. Las finanzas son necesarias. Pero ni son infalibles ni están libres de riesgo.

Actualmente, se apunta con creciente intensidad a la financiarización como uno de los males de la economía mundial y de muchas economías nacionales.

A ambos lados del espectro ideológico, desde Noam Chomsky en su Requiem for the American Dream hasta Steve Bannon en su Generation Zero, pasando por miles de artículos y opiniones de académicos, economistas y líderes políticos, las finanzas están en el punto de mira, señaladas como un sector que ha desplazado a todos los demás en la generación de riqueza. Que ha aumentado las desigualdades, que ha incrementado la inseguridad económica, que ha provocado crisis cataclísmicas y que no ha producido nada tangible para la economía real. Sólo humo.

El mismísimo Paul Volcker, expresidente de la Reserva Federal, dijo en 2009 que lo único útil que los bancos habían creado en los últimos 20 años había sido el cajero automático.

Kevin Philips, en su libro Bad Money, examina la transición de la economía industrial a la economía financiera en los Estados Unidos, y define la financiarización como “un proceso por el cual los servicios financieros, interpretados en sentido amplio, asumen el papel económico, cultural y político dominante en una economía nacional”.

El crédito y la deuda son las herramientas que han posibilitado la creación de hospitales, medicamentos, plantas de energía, coches...

Las finanzas vienen de antiguo. De acuerdo con Yuval Noah Harari en su libro Homo Deus, el crédito es la clave del progreso humano, basado en la combinación de avance científico y de crecimiento económico.

Si pensamos en el desarrollo de una vacuna, podremos entender esta afirmación con claridad.

Para la creación de una vacuna se necesita, en principio, un laboratorio, varios científicos, material y suministros. La empresa que ha iniciado la investigación tiene que pagar sueldos, alquileres y pedidos. Los científicos tienen que comer y dar de comer a sus familias y los proveedores tienen que cobrar sus facturas para hacer lo mismo.

La elaboración de la vacuna requiere tiempo y la empresa no va a generar rendimientos a corto plazo ni va a poder asumir sus obligaciones por sí misma. Por tanto, necesita de entidades de crédito (bancos) o inversores (particulares o fondos de inversión) para obtener, por adelantado, el dinero necesario para desarrollarla. Estos bancos e inversores aportan su dinero para recibir, en el futuro, una cantidad mayor que la que aportaron inicialmente.

Y así, son el crédito y la deuda las herramientas que han posibilitado la creación de hospitales, medicamentos, plantas de energía, coches, barcos, aviones, casas, redes de comunicación, satélites, teléfonos inteligentes, drones y etcétera.

La financiarización lleva con nosotros mucho tiempo, y todos somos parte de ella. Sin la capacidad de endeudarnos habría sido muy difícil progresar. El sistema de crédito y deuda es lo que nos ha permitido vivir con los estándares actuales. El dinero que ganamos, el dinero que gastamos, el dinero que invertimos y el dinero que pedimos prestado gira en torno la confianza en el futuro.

Si alguien invierte dinero en bitcoins o en acciones de alguna empresa es porque espera que, en el futuro, se produzca la gran subida

Y es que las finanzas actuales, como explica Esteban Hernández en su libro Así empieza todo son una apuesta sobre el futuro. Sobre todo, desde el momento que podemos datar como el principio de la financiarización: el 15 de agosto de 1971, cuando el entonces presidente de los Estados Unidos Richard Nixon terminó con el patrón oro (el activo adyacente del dinero que manejábamos) y dio comienzo a la era de dinero fiduciario, basado en la confianza.

Si un banco nos concede un préstamo o una hipoteca es porque confía en que, en el futuro, se darán las condiciones para que le devolvamos el monto principal más los intereses.

Si un inversor invierte en una empresa es porque confía en que, en el futuro, la empresa le devolverá no sólo lo que invirtió, sino una cantidad superior y recurrente en forma de dividendos.

Si alguien invierte dinero en bitcoins o en acciones de alguna empresa puntera es porque está esperando que, en el futuro, se produzca la gran subida. Vender lo comprado y obtener beneficio.

Hasta aquí, todo bien. No obstante, en la actualidad, este ciclo de inversión y rendimiento sufre un apalancamiento transversal. El dinero que han invertido los inversores lo obtuvieron prestado a su vez de otras entidades que probablemente también se endeudaron para invertir.

En un mercado perfecto, con libre entrada de oferentes y demandantes, el beneficio tiende a cero

Y cuando el sistema económico, político y social depende de este ciclo sin fin, si la cadena se tambalea, lo hace todo lo demás. Y, en muchas ocasiones, se caen todos juntos, como en una partida de Twister. Sobre todo, si ya no se presta para producir y, por el contrario, se invierte con apalancamiento en productos financieros. O si el dinero fácil y rápido se descontrola y proliferan las prácticas fraudulentas.

En la crisis financiera de 2008, los costes en Estados Unidos fueron terribles. Entre los años 2007 y 2009 se destruyeron 27 millones de empleos (cifras de la Organización Mundial del Trabajo) y 50 billones de dólares desaparecieron de la riqueza global (informe del Banco Asiático de Desarrollo). En todo Occidente, el terremoto financiero produjo además una desestabilización política que padecemos hasta el día de hoy.

Pero ¿alguien se acuerda de por qué se produjo esta crisis? Los términos subprime, CDO y Lehman Brothers nos suenan, pero nos costó entenderlo. Aún no se ha dicho todo sobre dicha crisis. Pero una cosa es segura, desde arriba hacia abajo, bancos, empresas y particulares formaron parte de ella y tenían su parte de responsabilidad.

Según desvelan Anastasia Nesvetailova y Ronen Palan en su libro Sabotage, en un mercado perfecto, con libre entrada de oferentes y demandantes, el beneficio tiende a cero. Y por ello la obtención de beneficio se produce saboteando el mercado.

Y de ahí, por ejemplo, la industria de servicios low cost (romper los precios), la tendencia a la concentración de empresas (obtener más cuotas de mercado) o la aparición de las criptomonedas (creación de un sistema paralelo).

Las finanzas son necesarias, pero deben ser controladas

Estos sabotajes suelen ser legales y aceptados. Pero en 2008 (y en la década anterior) el sector financiero se pasó de frenada saboteando. Desde entonces, los bancos de Estados Unidos han pagado la friolera de 321.000 millones de dólares en multas.

El 11 de febrero de 2021, Michael J. Burry, conocido por ser el primero que se dio cuenta de que los bonos hipotecarios iban a estallar por los aires (interpretado por Christian Bale en la película La gran apuesta) ha tuiteado que el desastre se avecina de nuevo con los cheques de estímulo y la hiperinflación. Esperemos que esta vez se equivoque.

En definitiva, las finanzas son necesarias, pero deben ser controladas. De lo contrario, de una forma o de otra, (pero sobre todo si desaparecen) acabaríamos viviendo el sueño de Tyler Durden y su Proyecto Mayhem:

“Se cazarán alces en los bosques húmedos de los cañones que rodearán las ruinas del Rockefeller Center, se llevarán ropas de cuero que durarán toda la vida, se trepará por cepas gruesas como mi muñeca que envolverán el edificio Sears y cuando se mire hacia abajo se verán figuras machacando maíz, colocando tiras de venado en el arcén de alguna autopista abandonada”.

*** Elías Cohen es abogado y profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Francisco de Vitoria.

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