Desaparecido el término español del lenguaje político y puestas en igualdad de condiciones el castellano, el catalán, el gallego y el vasco, era cuestión de tiempo que brotase en todas las autonomías la necesidad de dotarse de una lengua o idioma oficial que ayude a sus políticos a defender su diferencia respecto al resto de los españoles.

Cada cita electoral, cada legislatura autonómica, cada estatuto, es un paso más en una carrera sin meta a la vista. Ya tenemos el reino de taifas de los 17 miniestados en los que algunos ignorantes quieren convertir España. Una fragmentación que nos convertirá a todos en más débiles y más pobres respecto al resto de países.

Sumemos a los cuatro anteriores el bable asturiano, el fable aragonés, el castuero extremeño, el murciano, el andaluz y hasta el ladino que se habla en parte del norte de África y en Israel. Tenemos así un mosaico de los siglos XIV y XV. La gran apuesta de futuro con la que combatir al inglés, el chino o el árabe.

Nos convendría a todos recordar lo que en la primavera de 1961 escribió el historiador Américo Castro sobre su visión de España. Hoy merece que las derechas y las izquierdas, los unionistas y los separatistas lo lean, lo piensen y lo asuman:

“Al decir español pienso en un plano de coexistencia para quienes se sentían más próximos entre sí que junto a ningún otro pueblo, primero en la Península Ibérica, y más tarde fuera de ella. Comenzaron a llamarse españoles después del siglo XII, pues antes sus nombres étnicos fueron castellanos, aragonés, leonés, navarro, catalán…”.

Para acentuar la importancia de la historia forjada en común y del idioma como pegamento que respete las diferencias, pero impida la ruptura y la fragmentación, Castro añade:

La lengua común para todos ellos, cuando se reunían unos con otros, fue el castellano. La religión y el sentimiento de adhesión a la corona los mantuvo unidos en un vértice en el que todos coincidían, no obstante sus diferencias”.

Defender la democracia es lo contrario de lo que hacen los obsesionados con promover la diferencia entre españoles

Castro habla de la religión y de la Corona como dos elementos que podrían ayudar a entenderse a los habitantes de la antigua Hispania de los romanos:

“El nombre español y la coincidencia de estar conviviendo como españoles fueron adquiriendo más profundo sentido, a medida que las grandes empresas del Imperio y el esplendor de su civilización iban dotando al español de una dimensión internacional”.

Defender la democracia y todo lo que representa durante este inicio del siglo XXI es justamente lo contrario de lo que hacen todos esos representantes políticos obsesionados con promover la diferencia entre españoles. Diferencia que se transforma en desigualdad y que expulsa la solidaridad para dar la bienvenida al egoísmo.

Entre otros muchos ejemplos, Américo Castro pone el de España y Portugal en América. Mientras nuestro país veía como el antiguo imperio se descomponía en más de diez repúblicas, Brasil se mantuvo como un único Estado.

En Portugal reinaba Pedro de Braganza. En España se descomponía la dinastía de los Austrias.

*** Raúl Heras es periodista.