Sucedió el 29 de enero de 2000. Los premios Goya se celebran por primera vez fuera de Madrid. En Barcelona. Pedro Almodóvar consigue sacarse la espina con la Academia de Cine, que al fin le reconoce como director por la película Todo sobre mi madre. Cuando Marisa Paredes lee su nombre, parece más aliviado que contento. Besa a su hermano, besa a su equipo, besa a Carmen Maura.

Ya en el escenario, con la estatuilla en la mano, empieza a creérselo. Comienza a desbordar felicidad. El discurso del premiado arranca de un modo inesperado. Almodóvar se dirige directamente al más importante representante público presente, el entonces príncipe de Asturias, Felipe de Borbón. “Me han dicho, Su Alteza, que es su cumpleaños hoy, ¿es cierto?”. (Al haber pasado de la medianoche ya se podía considerar que era día 30).

“Así es, ¡qué le vamos a hacer!” parece indicarle por gestos el aludido, desde la platea. La intensidad de los aplausos obliga al heredero a levantarse para agradecerlos. Volviendo a hacer uso de la mímica, expresa algo que bien pudiera traducirse como “¡cómo eres, Pedro, qué cosas tienes!”.

“Bueno, no sé cuántos años cumple, pero lo lleva muy bien. Naturalmente, este Goya va por usted. No sé cómo llamarle, porque te veo que eres tan joven. Si yo fuera un poco más nosequé, pues como Marilyn Monroe le cantaría Cumpleaños Feliz. Pero no me atrevo y te lo digo, se lo digo, de todo corazón”.

Alguien sí se atreve, y un piano empieza a tocar la melodía. La realización muestra a Esther García y a Candela Peña animando a los presentes a entonar la letra. Y así lo hacen, en número suficiente como para forzar que Felipe vuelva a levantarse del asiento. Está flanqueado por dos autoridades. Una es del PP, el ministro de Cultura, Mariano Rajoy. La otra, el alcalde de Barcelona, Joan Clos, pertenece al PSC-PSOE. El segundo llega a levantarse también para ovacionar al cumpleañero.

La politóloga Marta Marcos rescató las imágenes en su cuenta de Twitter con motivo de la última ceremonia de los premios. El usuario @RImperatrix las compartió con este comentario: “El canto del cisne de la España constitucional. El cambio de siglo, fin de época”.

Vivimos en la era de la hipérbole. Pero, caramba, qué descripción tan certera. Contemplar ahora el vídeo es toda una experiencia en la que unas emociones se superponen sobre otras. Algunas son incluso contradictorias entre sí. Como la sorpresa ante algo que se recuerda haber visto en su día en directo.

Hubo un día en que España fue un país de gente diversa, pero que compartía en sus esencias un proyecto común

No, la memoria no ha jugado esta vez un papel deformante. Hubo, en efecto, un día en que España fue un país de gente diversa, sí, pero que compartía en sus esencias un proyecto común de país. Uno en el que Rajoy y Candela Peña podían participar gozosos en el mismo juego. Fue hace 21 años, no dos siglos. Compartirlo en Twitter se convierte en un ejercicio de alto riesgo.

Sí hay cierto consenso en que esa España ya no existe. Pero a partir de ahí las sensaciones se bifurcan. A grandes rasgos: la nostalgia se enfrenta al repudio. El “¿cómo hemos podido llegar hoy a este punto?” frente al “¿cómo hubo un día en que pudimos ser así?”.

La tendencia mayoritaria es elegir un pack de culpables. En uno encontramos a Aznar, la guerra de Irak, la corrupción del PP y los presuntos delitos fiscales de Juan Carlos I. En otro a Zapatero, el independentismo y Pablo Iglesias. Cantar un Cumpleaños Feliz es definido como un “acto de vasallaje” (sic). La visión nostálgica es atacada por la del repudio. Todo era una farsa. La cara vista un anuncio de Signal. La cara oculta un montón de porquería que se iba metiendo debajo de la alfombra que, una vez desbordada, ya no podríamos seguir pisando.

Nos van a permitir saltarnos lo de Vargas Llosa y el Perú por demasiado manido. Pero el repaso de la secuencia de acontecimientos de estas últimas dos décadas no deja lugar a muchas dudas.

Resumiendo mucho: los partidos del sistema han terminado sobreviviendo a sus errores ayudados por extremistas de todo pelaje. Cierta decadencia sirvió de caldo de cultivo al populismo. El inquilino original de La Zarzuela se olvidó de que la Historia es una asignatura de evaluación continua.

El debate público renunció a fiscalizar cuentas y adoptó la lógica identitaria del fútbol. Los posicionamientos siempre son en contra y jamás se reconoce un error propio. El espacio común no llega a ser ni zulo. Añorar los días felices se interpreta como dar bula a toda forma de corrupción.

¿Está condenada la generación de españoles nacida tras la Transición a no compartir un andamiaje de país?

No se trata de que nos volvamos una sociedad de teletubbies inhabilitada para discrepar y enfrentar modelos, como si fuéramos Malcolm McDowell después de la terapia de La naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1971). Pero quizá ser capaces de compartir ratos agradables en actos transversales no debería suponer pedir demasiado.

Hoy se cumplen siete años de la muerte de Adolfo Suárez. “La concordia fue posible” dice su epitafio. Es difícil discutir el acierto del tiempo verbal.

*** José Ignacio Wert Moreno es periodista.