Ahora que los populistas y los extremistas reniegan de la Transición, se hace más urgente que nunca volver a poner la mirada en aquellos españoles dolientes que sufrieron por no posicionarse del lado de bárbaros como los que ahora nos amenazan. Son los españoles de la tercera España de Manuel Chaves Nogales y de tantos otros olvidados.

La existencia de esa España no sería posible, ni necesaria, sin la existencia de las otras dos. Un mito que hemos asumido como sociedad, pero del que pocos conocen su origen, a pesar de mencionarse casi a diario en prensa.

El reciente centenario de don Benito Pérez Galdós, interrumpido desgraciadamente por la crisis sanitaria, sirve de pretexto para realizar este ejercicio histórico. Ejercicio que es también una propuesta de futuro que pretende ayudarnos a sobrevivir en los duros tiempos que se avecinan.

Fue Pérez Galdós quién puso nombre al mal que hoy nos aqueja cuando introdujo el concepto de las dos Españas para hacer referencia a la división de las elites intelectuales españolas en dos bloques o partidos: el liberal y el conservador, división que provenía de la recepción de las ideas ilustradas casi un siglo antes.

En Doña Perfecta, el escritor canario habla de una España integrista, con una aristocracia y una burguesía moderada, que acaba abrazando el fanatismo y la intolerancia. Enfrente, una España liberal, burguesa y reformista, que busca el progreso a través de un ansia reformadora basada en la ciencia y la técnica.

El liberalismo español fracasó al no ser capaz de eliminar los valores negativos de nuestro conservadurismo

Es durante el reinado de Alfonso XIII, en plena crisis del sistema de la Restauración, cuando Galdós en Cánovas, su último Episodio Nacional, escribe sobre la existencia de “las dos Españas” al poner el énfasis en el divorcio de la España real y la oficial, dominada por una burguesía que, emparentada con la antigua aristocracia, controla la economía, perdiendo así el impulso liberalizador que el autor le atribuía en un primer momento.

Quizás, y parafraseando a Mario Vargas Llosa, fue en ese instante cuando se jodió nuestra era contemporánea, pues el liberalismo español, dice el canario, fracasó al no ser capaz de eliminar los valores negativos de nuestro conservadurismo, mezclándose con este por intereses meramente económicos y abandonando a su suerte a esa España que representaba en un momento primigenio.

El mismo año que Galdós llegaba a esta dolorosa conclusión, Antonio Machado ponía en verso el problema de las dos Españas en el poema titulado Españolito, incluido en su obra Campos de Castilla. Ya se sabe: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios...”, que haría aún más popular Joan Manuel Serrat durante la Transición.

Solo dos años después, el periodista metido a filósofo José Ortega y Gasset, en una célebre conferencia llevada a cabo en el Teatro de la Comedia de Madrid bajo el título Vieja y nueva política, asume la idea galdosiana de las dos Españas. Una España, dice Ortega, oficial, empeñada en perpetuar una época ya pasada, y una España viva, regeneradora, “que no acierta a entrar de lleno en la historia”.

El historiador Joaquín Riera, en su obra La Guerra Civil y la tercera España, afirma, entre otras ideas, que es la radicalización de esas dos Españas, hacia el integrismo y la barbarie, la que provoca, entre otras cosas, nuestro mayor desastre. Guiados por unas minorías llenas de fanatismo, los españoles desembocan en una guerra civil y en una división irreconciliable que algunos todavía se empeñan en perpetuar a pesar del paso del tiempo y de los enormes cambios sociales vividos desde mediados del siglo XX.

Es precisamente en medio de esa vorágine de horror, en la que todo parece perdido, cuando una brizna de esperanza nace. La Tercera España, un término ideado por el expresidente de la II República Niceto Alcalá-Zamora, en un artículo publicado en Francia.

¿Cómo debía ser esa España? Constitucional y parlamentaria, igualitaria, producto de la justicia social y aconfesional, aunque de mayoría católica. Una utopía que pretendía superar la división entre españoles.

Esa tercera España, olvidada y castigada hasta la Transición, sería una síntesis de las dos existentes. Nacida para intentar salvar a la España vital y progresista de los radicalismos, debía captar el bagaje cultural de la España oficial, pero sin su dogmatismo y su corrupción endémica.

Quiso Chaves Nogales "permitirse el gusto de no tener ninguna solidaridad con los asesinos"

Contra la España reaccionaria y la revolucionaria, una España reformista y de centro, una tercera vía que buscaba una democracia liberal y estable con intelectuales como Ortega, Claudio Sánchez-Albornoz, Salvador de Madariaga, Ramón Menéndez Pidal o tantos otros que, decepcionados por la República, pedían su rectificación y que, a su vez, no quieren ser cómplices de la falta de libertades de los sublevados.

Chaves Nogales, en el prólogo de A sangre y fuego: Héroes, bestias y mártires de España, se define como antifascista y antirrevolucionario. Un prólogo, dice hoy Arturo Pérez-Reverte, que habría que leer en las escuelas y que es un perfecto manifiesto involuntario de esa España. Quiso Chaves “permitirse el gusto de no tener ninguna solidaridad con los asesinos”. Al igual que Miguel de Unamuno, que sufrió mientras “los hunos y los hotros” descuartizaban España.

Quedaron estos nombres sepultados bajo la losa del Franquismo, hasta que la Transición trajo la ansiada concordia, la libertad y el respeto entre los españoles de cualquier signo. Transición que quedó plasmada, además de en nuestra Constitución y en el nuevo sistema democrático, en el célebre cuadro de Juan Genovés El abrazo, símbolo desde entonces de aquella España moderna e ilusionante de nuestros padres que sustituyó a la triste y gris España franquista.

Hoy, tras la muerte del pintor, parece que los partidos, y buena parte de los españoles, dan por amortizado ese espíritu de concordia que nos ha traído los mejores años de nuestra historia reciente. O resurge la tercera España, con verdaderos líderes que movilicen al país en estos tiempos de crisis, o volvemos a los duelos a garrotazos, al fanatismo y a la barbarie. Dios no lo quiera.

*** Cristóbal Villalobos es profesor, escritor, historiador y columnista.