Han pasado ya 12 años desde que Claus Guth estrenó su ya clásica y legendaria producción de Don Giovanni en el Festival de Salzburgo de 2008, que por fin podemos disfrutar en Madrid. Sin duda es probablemente la más brillante, inteligente y audaz producción que de este título mozartiano se puede subir a un escenario hoy día.

Arranca -y no es spoiler- con una sorprendente propuesta: en el momento en que D. Giovanni mata al Comendador, éste le dispara fatalmente. El resto de las más de 3 horas de función supone la agonía y muerte del personaje principal.

Bajo esta nueva concepción de la ópera y el personaje, todo cobra una inusitada y nueva lectura ya que D. Giovanni no es el personaje excesivo, intenso, que se bebe la vida a tragos y ama desaforadamente como una simple adicción. En realidad es un hombre herido de muerte que sabe que apenas le quedan momentos de vida y quiere terminarlos como siempre vivió: amando, bebiendo, riendo y conquistando para llegar a un final en el que no se arrepiente de nada y que, bien bajo el efecto de las drogas o de la pérdida de sangre, cae fulminado.

Guth y Bolton deciden que la función termine en ese fatal instante y han cortado el coro final que, sinceramente, no se echa de menos.

Más cuestionable ha sido la eliminación del segundo aria de D. Ottavio Il mío tesoro, que se interpreta en el segundo acto y que para estas funciones ha desaparecido. Una pena, porque por una vez tenemos en el Teatro Real un magnífico cantante para este rol -Mauro Peter- que podría haberse lucido también en esa pieza tan hermosa, como hizo en Dalla sua pace, la única aria que le queda, en el primer acto.

El trabajo de Claus Guth es magnífico, una concepción que en Salzburgo ya triunfó pero que en estos doce años ha madurado para convertirse en un precioso engranaje.

Razones historicístas no faltan para tomar esta decisión: en el estreno de D. Giovanni en Praga, Mozart no había compuesto ese segundo aria, que incorporó para su estreno en Viena, pero tener a Peter en Madrid y no gozar de su talento es una lástima.

El trabajo del alemán Claus Guth es magnífico, una concepción que en Salzburgo ya triunfó pero que en estos doce años ha mejorado y madurado para convertirse en un precioso engranaje, una extraordinaria producción en la que cada frase, casi cada palabra cobra sentido y en la que, aunque parezca increíble, cada gesto responde a lo pedido por el libretista Da Ponte.

No solo hay una inteligencia abrumadora en cada escena, sino que el trabajo actoral con los cantantes es sobresaliente y Guth resuelve magistralmente momentos complejos: fantástica la incorporación de una hoja de helecho que lo mismo le sirve a D. Giovanni para conquistar a Zerlina que posteriormente usa Zerlina para re-conquistar a Masseto. Multitud de escenas divertidas, como un baile de máscaras genialmente resuelto o la escena final, con una presencia del Comendador como en pocas producciones ha quedado tan bien presentada.

Hay una preocupación por el detalle, por contar la historia y que no haya cabos sueltos extraordinaria. Impresionante la escenografía de Christian Schmidt, que en vez de la soleada Sevilla nos adentra en un tenebroso, oscuro y aterrador bosque alemán, excelentemente iluminado por Olaf Winter. Lástima que Schmidt sea mejor escenógrafo que figurinista: mientras el decorado que ha ideado es excelente, el vestuario naufraga entre soluciones espantosas y fallidas.

Del reparto del estreno salzburgués se recuperan para el Teatro Real el D. Giovanni (Christopher Maltman) y el Leporello (Erwin Schrott).

Los dos están entre los mejores intérpretes en el panorama internacional para sus respectivos roles: A Christopher Maltman le disfrutamos en Madrid el año pasado durante el recital de presentación de Netrebko y Eyvazov (conocido familiarmente como “el marido de la Netrebko”) y ya en aquella ocasión se reveló como la estrella más interesante del recital. Este barítono británico, bioquímico de carrera, llega a Madrid tras cantar el mismo rol en el Liceu hace unas semanas con un enorme éxito, el mismo que logra con este personaje allá donde va.

En estos doce años desde que estrenó esta producción ha interiorizado de tal manera el personaje que no canta D. Giovanni, lo es. Ya no tiene aquella lozanía ni el físico imponente que lució y que se puede apreciar en el DVD que de las funciones salzburguesas se registró, pero ha ganado en empaque vocal, en seguridad, en una poderosísima vis escénica y una seguridad en la línea vocal que llega al escalofrío en su nota final, ese “no” con el que rechaza las propuestas del Comendador de arrepentimiento y que Maltman convierte en un grito por la libertad individual y el libre albedrío.

Erwin Schrott, justamente ovacionado, no solo es un cantante que está en sus mejor momento vocal y canta con una ortodoxa pulcritud su parte sino que en esta producción consigue recrear un personaje acomplejado, perseguido por sus adicciones, convulso, histriónico. Tiene una agotadora intensidad escénica y aún así, ¡canta de maravilla!

No solo hay una inteligencia abrumadora en cada escena, sino que el trabajo actoral con los cantantes es sobresaliente.

Increíbles las 3 cantantes femeninas de las que sobresalen la Donna Anna de Brenda Rae, excelsa en su canto mozartiano, tan elegante y señorial, tan impecable y con un gusto delicioso, como la apabullante Louise Alder como Zerlina, que se muestra arrebatadora y sobresale en los dos dúos más intensos que interpreta con D. Giovanni y posteriormente con un Massetto que en esta ocasión tuvimos la suerte de gozar en la voz de Krystof Baczyk.

Anett Fritsch, la donna Elvira, es una vieja conocida de los aficionados madrileños. Habría que remontarse a 2013 con su deliciosa interpretación de la Fiordiligi en la legendaria producción del Cosí Fan Tutte de Haneke (2013) o la estupenda Illia (Idomeneo, 2019) aunque más recientemente abríamos este nefasto 2020 con ella como Pamina en La Flauta Mágica. Algo destemplada en su arranque tan potente, fue ganando cuerpo y estuvo realmente estupenda en el segundo Acto.

Ivor Bolton es uno de los grandes directores mozartianos del momento. En Salzburgo es adorado por su riqueza armónica, su capacidad de hacer giocosa la partitura cuando debe y encontrar esos sonidos lúgubres, aterradores y dramáticos que descifra como un alquimista. Sobrecogedores fueron especialmente toda la escena de la conquista y violación de Zerlina -qué intensidad- como toda la última escena. Apabullante.

Bolton es meticuloso, ilumina pasajes que muchos otros hacen de paso y él los dignifica.

Bolton es meticuloso, ilumina pasajes que muchos otros hacen de paso y él los dignifica, obsesivo porque los cantantes “fraseen” y cuiden los recitativos -algo tan importante en una ópera como esta- y para la producción propone varios niveles para la orquesta creando un sonido rico, diverso y estereofónico.

Sin duda este D. Giovanni tendrá mucho éxito en las 14 funciones que arrancan tras la del estreno. Tiene todos los mimbres para entusiasmar: una producción moderna, una lectura inteligente, cuidada en extremo y con una obsesión por el detalle, arropada por una inmensa calidad músical en el foso y un reparto cohesionado, en el que todos tienen un altísimo nivel vocal.

La nota fastidiosa de la noche fueron esos tres teléfonos móviles que sonaron en algunos momentos de la interpretación. Increíble pero cierto. Aun hay espectadores despistados, o directamente idiotas, que todavía se olvidan de apagar su móvil.

El caso más lamentable se produjo justo antes de uno de los momentos más intensos de la ópera, el La ci darem la mano, cuando el móvil de la espectadora de la butaca 1 de la fila 1 de patio de butacas, ¡justo detrás de Bolton! empezó a sonar con música de pachanga y la señora no era capaz de apagarlo. Si las miradas mataran, la que le echó el maestro Bolton la hubiera dejado seca. ¡Por favor, apaguen sus móviles!