10 de mayo de 1974. En el debate previo a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, Valéry Giscard d’Estaing (VGE, como solían llamarlo entonces la prensa y muchos franceses) responde a François Mitterrand con una frase que habrá quedado como una de las más célebres en la política gala: "Vous n’avez pas le monopole du cœur" (Usted no tiene el monopolio de los sentimientos).

En opinión misma de los dos protagonistas, ese relámpago dialéctico pudo ser decisivo para inclinar la balanza a favor del candidato liberal, que ganó por menos de 2 puntos remontando los 11 que le había sacado el socialista en la primera vuelta.

Pero la anécdota refleja más profundamente lo que era y quería encarnar VGE. Hijo de una familia acomodada, con brillantes estudios de ingeniería y de administración pública, recompensado por su valentía en el campo de batalla, Giscard despegó rápidamente como tecnócrata, accedió rápidamente a puestos ministeriales en gabinetes conservadores, también como alcalde, pero demostró su olfato para no encorsetarse en esta familia ideológica.

Llegó a no apoyar a De Gaulle en el referéndum sobre la descentralización de 1968 por el que el general acabó dimitiendo. Y en lugar de buscarse un hueco en el escalafón del principal partido de la derecha, prefirió crear una pequeña formación que pudiera controlar y desde la que efectivamente acabó teniendo mayor influencia en el tablero parlamentario, en el que se reclamaba una posición más centrista.

VGE dejó claro que no tenía ningún complejo ético frente a la pretendida superioridad moral de la izquierda

Dejándose filmar haciendo deporte, en un cartel electoral con su hija adolescente, en el primer retrato presidencial sin uniforme de gala y sonriendo, resultó el gran innovador de su tiempo en una comunicación política más fresca y a la vez muy personalista (“populismo mainstream” como dice hoy Alain Minc de Macron, cuyo ascenso y estilo tienen bastantes semejanzas).

VGE pudo presentarse a sus 48 años como un presidente para la nueva generación frente a un Mitterrand que le sacaba diez años (aunque le ganaría en las elecciones siguientes) y varios candidatos de una derecha dividida que también provenían de la IV República.

Pero Giscard no se contentó con jugar esa ruptura para ganar en las urnas sino que marcó el inicio de su mandato con un decidido reformismo en las costumbres que desconcertó a muchos de sus votantes y que probablemente demostró un verdadero convencimiento en la necesidad de aliviar las leyes de un peso excesivo del tradicionalismo que la sociedad ya había dejado atrás.

Con el aborto, el divorcio por mutuo acuerdo, el reconocimiento a los discapacitados o la mayoría de edad a los 18 años, VGE dejó claro que no tenía ningún complejo ético frente a la pretendida superioridad moral de la que ya entonces se reclamaba la izquierda. Fue también preclaro y exitoso en anticipar el nuevo orden mundial apostando por Europa y siendo el artífice del G7.

Las formas del episodio de la réplica también reflejan otra característica que acabó marcando la carrera de Giscard: la altivez burguesa que denotaba su expresión. El Kennedy francés terminó siendo caricaturizado como un monarca versallesco cuyo desdén hacia sus colaboradores (empezando por quien fue su primer ministro y luego enemigo íntimo, Jacques Chirac) o para explicar un caso de corrupción menor y sin claro fundamento (unos diamantes recibidos como regalo de un déspota africano) le hicieron perder el favor del pueblo en 1981.

Hoy la Francia de la Covid entierra a los últimos protagonistas de la Resistencia y la Liberación

Con un tesón que es más fácil explicar por la pasión por representar a su país que por la vanidad de la revancha, volvió a comenzar de manera insólita desde el mismo año siguiente el cursus honorum de la política empezando por el primer escalón de los mandatos locales, luego diputado, presidente de región, europarlamentario… desde donde volvió a estar en primera línea de la construcción del proyecto de unión política a escala continental siendo el presidente de la convención constitucional, que acabó fracasando precisamente por el tibio compromiso de Chirac. En sus últimos años sirvió a las letras como académico de la lengua y al derecho como miembro vitalicio del Consejo Constitucional.

La trayectoria de Giscard en su tiempo tuvo el estigma de un presidente que no logró su reelección pero, vista hoy y desde nuestro país, representa una severa comparativa frente a las carencias que debemos combatir para que no se conviertan en crónicas para nuestra política: la falta de competencia académica o de experiencia profesional de los candidatos, el olor a cerrado de los partidos, las carreras políticas donde luce más optar a presidente del gobierno sin haber tenido una experiencia ejecutiva ni siquiera como concejal, el alejamiento de la realidad que refleja más crudamente que nadie una pseudoizquierda incapaz de conseguir ni apenas formular avances sociales porque tiene que hacer de bisagra a todos los nacionalismos y populismos.

La única vez que vi a Giscard en persona fue en los Inválidos clausurando la presentación de la edición francesa de El primer naufragio, de Pedro J. Ramírez. Era ya casi el nonagenario lúcido y aparentemente vigoroso que siguió siendo hasta su muerte.

Con una elocuencia que no palidecía ante la del VGE joven, habló de la Revolución y de la democracia. Hoy la Francia de la Covid entierra a los últimos protagonistas de la Resistencia y la Liberación, confiemos que les sobrevivan –o que resuciten– las luces de la Razón y el coraje individual que construyeron lo mejor de Europa en estos dos últimos siglos.

*** Víctor Gómez Frías es consejero de EL ESPAÑOL.