Hace cuarenta años, cuando Chapman asesinó a Lennon, Radio Moscú interrumpió la programación para poner canciones de John; cuando Oswald asesinó a Kennedy, se derramaron lágrimas por las calles de Rusia.

Aunque el músico había sido un hombre violento, se impuso su mensaje pacífico; aunque el presidente había aprobado un plan de la CIA para asesinar a Fidel Castro, se acabaron imponiendo su carisma y su sonrisa.

Aviones nazis bombardeaban Liverpool el día que nació John. Uno de sus biógrafos, Jordi Sierra i Fabra, habla de “La maldición de los Lennon”: “Comenzó cuando Alfred Lennon se quedó huérfano a los cinco años, continuó cuando John vio partir a su padre a la misma edad. En 1968, cuando Julian Lennon, el primer hijo de John, tenía cinco años, él se enamoró de la japonesa Yoko Ono y se divorció de su primera esposa, Cynthia. Julian se quedó con su madre. Finalmente, Sean, el segundo hijo, le perdería también a los cinco años, esta vez físicamente, para siempre…”.

En Normandía los nazis comprenderían que la superioridad de la raza aria era una estupidez. Uno de los jóvenes norteamericanos que allí desembarcaron fue Salinger, que llevaba consigo los seis primeros capítulos de El guardián entre el centeno, pues quería tener un motivo para sobrevivir. Si Salinger hubiera muerto bajo la luna llena de aquel desembarco, es posible que John Lennon hubiese cumplido el pasado nueve de octubre ochenta años.

El guardián entre el centeno obsesionaba a Mark David Chapman. Después de disparar al exbeatle cinco balas —otra vez la maldición del número cinco—, se sentó en la acera del edificio Dakota y se puso a leer la novela. (En la cuarta planta, Lauren Bacall creía haber oído el motor de un coche o el estallido de un neumático; Bogart había muerto hacía muchos años, ya no podía detener a los malos). Y cuando le preguntaron si quería declarar algo, leyó unas frases en voz alta. Se veía reflejado en el protagonista, Holden Caulfield: “Me identifico con él, con su sufrimiento, con su soledad, con su alienación social”.

A finales de los 70, harto del éxito, disfrutando de su segundo hijo, Lennon vivió los días más felices de su vida

De niño, Chapman creó una ciudad imaginaria —“Gente pequeña”—, con él como alcalde (eliminaba a quien no le obedecía). Su fascinación por los Beatles se rompió cuando John dijo que eran más populares que Jesucristo. Como si fuera de nuevo el alcalde de aquella ciudad, la venganza de Mark —cristiano devoto— comenzó cambiando la letra de Imagine: “Imagina que Lennon estuviese muerto”.

Chapman también pudo haber matado a Bob Dylan: en 1979 se le acercó en un aeropuerto para, igual que a Lennon, pedirle un autógrafo. No sabemos si alguna declaración de Dylan pudo disgustarle (“He cargado con el peso de la voz de una generación, como Cristo cargó en su día con la cruz”), pero es fácil imaginar el escalofrío de Bob al conocer el asesinato de su amigo.

A finales de los 60, “consumido por el virus de la fama”, Bob Dylan tenía una fantasía: llevar una vida de oficinista, “de nueve de la mañana a cinco de la tarde, en una casa anónima de los suburbios con los árboles perfectamente alineados y con una valla blanca protegiéndome del mundo exterior”.

A finales de los 70, harto del éxito, disfrutando de su segundo hijo, John Lennon vivió los días más felices de su vida: “Yo era un beatle cuando Julian nació; en cambio, al nacer Sean, solo era un ser humano normal, y quise seguir siéndolo para que no me perdiera”.

El 8 de diciembre de 1980 Mark David Chapman gritó “¡Señor Lennon!” antes de agujerear aquella felicidad, dejando una viuda y dos huérfanos. Condenado a cadena perpetua, la mayoría de años ha estado en Attica, la cárcel que, tras una batalla entre prisioneros y guardias en 1971, inspiró a Yoko y a John una canción que hablaba de “liberar a todos los presos de todas partes”. Cada vez que Chapman ha pedido la libertad condicional, Yoko Ono se ha opuesto, argumentando que teme por su vida y por la de Sean.

El Chicle violó a Diana Quer durante una hora y luego la estranguló. Cuando el padre de Diana consiguió dos millones de firmas para que no se derogara la prisión permanente revisable, Pablo Iglesias habló de “venganza” y Alberto Garzón de “tropa nostálgica del medievo”. Sin embargo, unos meses antes, Iglesias y Garzón habían aplaudido que la justicia argentina condenase a cadena perpetua a los responsables de la represión durante la dictadura.

La vida es todo lo que tenemos, algo precioso, ya de por sí efímero; quien la arrebata no merece reinserción

Hace un año, El Chicle fue condenado a prisión permanente revisable. Dicha condena, como la de Chapman, como la de los torturadores argentinos, es justa. En los principales países de la Unión Europea está vigente la cadena perpetua.

La vida es todo lo que tenemos, algo precioso, ya de por sí efímero; quien arrebata una vida no merece reinserción, aunque nuestra Carta Magna diga lo contrario (el Tribunal Constitucional lleva cinco años y medio sin pronunciarse sobre la constitucionalidad o no de la prisión permanente revisable).

A propósito de la desaparición y el asesinato de Marta del Castillo, Pérez-Reverte declaró en Canal Sur: “Si a mi hija la mataran, yo pediría venganza, no te quepa la menor duda. Y si pudiera procuraría vengarme yo; es más, procuraría que saliera de la cárcel pronto el asesino para poder ocuparme yo de él; me dejaría mucho más satisfecho. Yo creo que el Estado no llega a veces a cubrir esa necesidad, ese anhelo, del ser humano”.

Esas palabras, que cualquier padre puede llegar a entender, no son justificables en una democracia. Lo que no se entiende, bajo ningún punto de vista, es que Rubén Múgica se cruce por el centro de San Sebastián con uno de los asesinos de su padre, Valentín Lasarte.

Darle a un asesino una vida confortable en una cárcel no es venganza, es justicia. Las cuatro décadas arrebatadas a Lennon, Chapman ha mantenido relaciones sexuales con su mujer (japonesa como Yoko), han comido pizza casera, han visto la televisión mientras hablaban del asesinato del artista…

Lennon, inmortal junto a un piano blanco, sigue imaginando un mundo donde toda la gente viva en paz, un mundo utópico que, por desgracia, nunca existirá.

*** José Blasco del Álamo es escritor y periodista.