Pedro Sánchez dejará al PSOE como un erial. Lo sabe, pero, os lo puedo asegurar, no le importa. Él e Iván Redondo, soldados de fortuna, aspiran a dos legislaturas, y el que venga detrás, que arree. Intentaré mostrar cómo el populismo, con retórica de izquierda o de derecha, da lo mismo, no se mantiene en píe sin un conglomerado mediático que le proporcione oxígeno en forma de charlatanería.

En España, el desafío diario para un sector mediático, que no hace periodismo, que fabrica propaganda, consiste en mantener la reputación del gobierno que en todos los estudios mundiales sobre la crisis Covid lidera los rankings de muertes y caída de PIB en solitario. Desentrañar cómo lo consiguen, desenmascararles, es hoy una prioridad del interés público.

Desde que el bloque conocido como Frankenstein domina la política española, se ha consolidado un periodismo populista que ha ido perfeccionando un método de normalización de la falsedad y, especialmente, de la falsificación, mucho más rentable. Técnicas investigadas por Harry Frankfurt, que realizó un renombrado estudio sobre la utilización de la charlatanería –bullshit– como una variante más útil que la mentira a la hora de falsificar hechos al servicio de un fin.

“Nunca digas una mentira cuando puedas salir al paso con charlatanería” es la sentencia que resume sus tesis. Nuestros bullshitters locales, que desarrollan su actividad como apoyo al bloque de populismos que sostienen al gobierno de la “España plurinacional”, siguen literalmente esta doctrina en sus faroleos diarios para ocultar una gestión desastrosa que sufrimos 47 millones de españoles y que amenaza el futuro del país.

Veamos un ejemplo. Uno de los más activos periodistas del populismo sanchista es conocido por gráficos en los que relaciona el liderazgo español en la pandemia con los “recortes en sanidad”. Para avalar su argumentación, en uno de esos diagramas representa la proporción de UCI por habitantes, en la que se muestra cómo Alemania y EEUU superan ampliamente a España.

Ya nadie se acuerda de toda la charlatanería sobre barrios obreros esparcida con el fin de salvar la cara al gobierno

Como enseña Frankfurt, no dice ninguna mentira, pero tampoco le importa la verdad. Lo que le interesa a nuestro destacado creador de opinión es lo que él tiene en la cabeza, es decir, cómo descargar al gobierno de su responsabilidad en el desastre. Cierto, EEUU y Alemania tienen mejores dotaciones en unidades de cuidados intensivos, pero lo que un buen bullshit exige es ocultar que –según la misma fuente– Japón, Dinamarca o Grecia, con resultados muchísimo mejores en la pandemia, tienen una proporción de UCI inferior a España. O que, a pesar de esos datos, EEUU tiene resultados casi tan malos como los nuestros.

La verdad –¿por qué nuestro país destaca en proporción de víctimas?– no importa. Como argumenta Frankfurt, “no es falso, pero es fraudulento”. El serial de trampas es inagotable. Destacaron que, durante un tiempo, Madrid ocupó el primer lugar en datos de contagios de Europa, pero ocultaban que, entre las diez primeras, nueve eran regiones españolas. Y, cuando la situación se invirtió y Madrid mejoró radicalmente con respecto a otras regiones, ya no interesaba la comparación territorial.

Pura técnica de bullshit: un juego de engaño rápido, que se diluye inmediatamente, una vez ha cumplido su función. Ya nadie se acuerda hoy de toda la charlatanería sobre barrios obreros y otras basuras argumentales –shit significa mierda– esparcidas con el único fin de salvar la cara al gobierno de Sánchez e Iglesias. Charlatanerías que, como las mentiras, son formas de tergiversación, pero con una mayor eficacia. Pueden pasar de exaltar un pacto con Bildu a negarlo en horas, y argumentar lo uno y lo otro como si nada.

El pasado 6 de octubre, en medio de una pandemia de mil demonios, se reunió el Consejo de Seguridad Nacional presidido por Sánchez. Una ocasión única para, al fin, ejercer la competencia ineludible que la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) asigna al presidente para liderar la “lucha contra pandemias y epidemias” y aprobar un plan nacional. Pero ocurrió que una gestión de crisis se convirtió en un asunto de comunicación y propaganda, previsible cuando se pone al frente de la seguridad nacional a un mediocre publicista.

Se acordó una norma sobre control de la prensa, que han clasificado en amiga y enemiga, y que nada tiene que ver con la coartada utilizada sobre protección frente a la guerra híbrida de Rusia, Irán y compañía contra la UE, como hacen Alemania o Francia, ellos sí, como un asunto de Estado. Nuestros populistas en el gobierno sólo saben de publicidad y publicidad.

En la reunión, Illa informó de la marcha de la epidemia. Pues, qué bien. Como lo que interesa es hacer creer que estamos ante una simple administración sanitaria, ya transferida a las CCAA, pretenden ocultar que la gestión de una pandemia forma parte de nuestro Sistema de Seguridad Nacional, con mandato claro sobre propuestas normativas y planes nacionales. Y, que yo sepa, no se ha transferido la seguridad nacional.

Banalizan el riesgo de bildutarras como un mal menor frente a "la vuelta de los falangistas": ¿queda alguno en España?

El objetivo es falsificar hechos, como con la persecución del castellano en las escuelas de media España. Franco persiguió el catalán, y ahora los socios del PSOE de Sánchez, con su apoyo, se esfuerzan por expulsar, hasta de los patios de recreo, la lengua materna ampliamente mayoritaria –en Cataluña, 55%, por 34% del catalán–. El populismo mediático repica la propaganda que traduce este fraude como un beneficio para “los trabajadores”. ¿Deben agradecer que les prohíban la utilización de su lengua materna?

Por las conversaciones grabadas a los golpistas independentistas, sabemos qué piensan de Pedro Sánchez: le quieren de presidente, “aunque sea gratis”. Ya les va bien para su plan de expulsar a España de media España. Aunque, impresiona ver al PSOE convertido en un machaca de Bildu, ERC y compañía, incluida la CUP. Al sanchismo, encadenado al bloque plurinacional, no hay Lambán que le pueda desencadenar. Son los siete millones de electores socialistas los que tienen la palabra.

Durante décadas el PSC ha engañado pidiendo el voto para la izquierda y usándolo al servicio del soberanismo y, ahora, Pedro Sánchez demanda votos socialistas para ponerlos al servicio del populismo. Una trampa que necesitan ocultar bajo toneladas de charlatanería.

Iván Redondo y la prensa amiga lo saben, de ahí sus desvelos por la polarización como única opción de retener esos votantes decisivos. Banalizan el riesgo de bildutarras, separatistas y populistas, como un mal menor frente a “la vuelta de los falangistas” –¿queda alguno en España?–. Y lo hacen “con esa lógica peculiar que da el odio”, que diría Borges, manteniendo a la nación permanentemente “al rojo vivo”, mientras se autodestruye.

En la falsificación instrumental de la realidad, los populismos políticos y mediáticos van de la mano, pero, la verdad, sí importa. Harry Frankfurt se pregunta “cómo una sociedad que no se preocupa por la verdad puede emitir juicios y tomar decisiones bien informadas”. No, no se puede, y ya vemos los resultados, en vidas y haciendas.

*** Jesús Cuadrado Bausela es geógrafo y ha sido diputado nacional del PSOE en tres legislaturas.