Sabemos que muchas de las más grandes y más bellas obras de la civilización se han construido gracias a la entrega de la vida de hombres y mujeres que voluntariamente, como artistas o artesanos, o involuntariamente, como trabajadores o esclavos, contribuyeron a levantarlas. Hoy solo vemos su brillante resultado, pero nunca pensamos en el sacrificio, coste humano, o dolor, que su logro encierra.

Cuatro largos meses llevamos presenciado la tragedia terrible de la escombrera de Zaldibar, con ese inacabable levantamiento de tierras donde podrían estar, ya convertidos en polvo, o piedra, como las víctimas de las erupciones volcánicas del Vesubio, los cuerpos inocentes de Joaquín Beltrán y Alberto Sololuze.

Sus familias y vecinos salen a gritar su dolor por las calles de Zaldibar, Ermua, Markina-Jemein, Elgueta, Zalla y Eibar, mientras que los responsables intentan defenderse de las acusaciones no solo del pueblo, sino de la Comisión Europea, ante las importantes deficiencias que se habían cometido en dicho vertedero, montaña de incalculables desechos que la sociedad de consumo origina. Aterra pensar que 1,7 millones de metros cúbicos de residuos continúan sin retirar, y que hasta el momento solo han conseguido cribar un 8% del derrumbe.

Las imágenes del brutal basurero me han remitido a aquel imaginario de los artistas de finales de los noventa que practicaban el trash art, con acumulación de residuos, como Tim Noble y Sue Webster, Jason Rhoades o Tom Deininger, como aireada visualización del más inclemente capitalismo.

Nadie alertó en Zaldibar sobre el peligro que la desidia humana iba, tarde o temprano, a producir, o si alguien lo hizo, no fue escuchado. El monumental montículo crecía hasta que empezó a agrietarse y desencadenó el trueno. Ahora, la lucha denodada del cribado o vaciado va produciendo, entre las montañas, en el antiguo valle de Zaldua, un agujero inmenso de tierra negra y de desolación.

El vaciamiento y la búsqueda de la muerte me ha hecho pensar irremediablemente en el escultor Jorge Oteiza y en su estética, recogida en ese texto de proyección mítica que es su Quousque Tandem…! Oteiza defiende la escultura como vacío, como espacio desocupado. Un vacío dotado de un valor espiritual, metafísico y trascendente, cuyo objetivo es alentar a una sensibilidad nueva, que conduzca finalmente a crear un hombre nuevo. El arte entraría así en una zona de silencio y en esa nada el hombre se afirmaría en su ser.

Se pagaría con ello, también, la deuda pendiente con el artista que más hizo por reconstruir la estética del pueblo vasco

Esta es la filosofía que contienen sus Cajas vacías, creadas entre 1958 y 1959, construidas con planchas irregulares, logrando un lugar de protección espiritual, una casa o un refugio, desde el que pensar lo absoluto.

Como escultora no me fue difícil imaginar, enclavado en Zaldibar, un templo abierto, una Caja metafísica, y desde la oscuridad de ese pozo, rodeada por sus altos muros de paredes de hierro, sentirme junto a otros muchos llevando la mirada a la inmensidad del cielo, como deseaba Oteiza, para intentar nacer de nuevo, limpios de nuestras iniquidades. Un lugar de silencio, como llama permanente, donde homenajear al fin a esos dos hombres, a los que no devolveremos a la vida, pero si contribuirán con su ausencia-presencia a recordarnos la humana y necesaria solidaridad.

Los escultores Txomin Badiola y Angel Bados, en su permanente reivindicación de Oteiza, como el padre de la escultura vasca, podrían ayudar a levantarlo… Se pagaría con ello, también, la deuda pendiente con el artista que más hizo por reconstruir la ancestral estética del pueblo vasco, “remando hacia atrás, para avanzar hacia adelante”, como él solía decir, y encontrar así el eco y la verdad no contaminada por siglos de un agresiva civilización. Al tiempo que plantear la cuestión más acuciante y grave del artista contemporáneo: su razón de ser.

Serviría, asimismo, como acto de contrición por haber preferido construir un Guggenheim que trajera aviones diarios de América a Bilbao, en vez de haber hecho realidad otro sueño de Oteiza, el Cubo de la Alhóndiga bilbaína como epicentro cultural, realizado junto al arquitecto Sáenz de Oíza, que ya nunca veremos, ni viviremos.

Zaldibar, con su nuevo crómlech convertido en ámbito sagrado. En el Génesis (28:17), leemos: “¡Qué terrible es este lugar! No es sino la casa de Dios y la puerta de los cielos”.

Ojalá así sea. Como lo he soñado, lo he escrito.

*** Esperanza d’Ors es escultora.