Un asunto del que se habla poco, preocupados como estamos de las angustiosas cifras de fallecimientos, es de cómo Sánchez intenta justificar las decisiones de su Gobierno, un asunto al que ha dedicado horas de sus televisiones de las que dispone a plenitud, como un autócrata cualquiera.

Por detrás de su lamentable verborrea aparecen tres obsesiones que se enuncian como verdades indiscutibles: la primera es que se ha seguido el dictamen de los expertos, la segunda que estamos haciendo lo que se hace en todas partes y la tercera que no va a renunciar a que los gastos del desastre se los paguen las instituciones europeas. Vayamos a los dos primeras presunciones, falsas del todo.

Es mendaz pretender que una política se inspira en las decisiones de los expertos, en especial cuando se asume que estos hablan en nombre de una única e indiscutible ciencia que tiene el pequeño inconveniente de que no existe en parte alguna. Virólogos, epidemiólogos, salubristas y clínicos, especialistas con métodos de trabajo y objetivos muy diversos, suelen tener opiniones divergentes, como es lógico, en especial ante un virus desconocido, y eso explica que diferentes países que suelen hacer bastante más caso a sus científicos del que se les hace aquí, se hayan adoptado distintas estrategias frente a la epidemia.

Lo peculiar del caso español no está en que el Gobierno haya estado a la orden de lo que le dijeron los que sabían, sino que ha sabido escoger expertos que tienen la picardía de saberse poner de acuerdo con lo que le interesa al Gobierno.

La pura verdad es que nuestro Gobierno ha pasado en horas veinticuatro del “aquí no pasa nada” al “todo el mundo al suelo”, y cabe suponer que este exceso de celo tendrá algo que ver con el intento deliberado de tapar la responsabilidad de las autoridades en la escabechina que estamos padeciendo. No es ser mal pensado, porque existe toda una estrategia de acompañamiento desde la televisión, ya que lo que parece ocurrir si se está atento a la pantalla es que, en lugar de no poder enterrar a nuestros muertos, nos pasamos el día celebrando lo bien que lo estamos haciendo todo.

Nuestro Gobierno ha pasado en horas veinticuatro del “aquí no pasa nada” al “todo el mundo al suelo”

El Gobierno se parapeta tras los sanitarios, la Guardia Civil, la Policía y el Ejército y aquí parece estar todo en orden y la gente más contenta que unas castañuelas. Como dice Redondo, “este virus lo paramos entre todos”, pero de momento vamos a la cabeza en el número de muertos por habitante, un récord que no está nada mal para el mejor sistema sanitario del mundo y un gobierno que dice pensar solo en el bien general y, en especial, en los más débiles.

Pero los más débiles, los que viven del día a día, llevan ya más de tres semanas sin ganarse el jornal y Sánchez amenaza con prolongar este secuestro domiciliario de manera indefinida a base de ayudas que les va a sacar a los europeos insolidarios y aplicando el 128 que le ha recordado el constitucionalista Iglesias.

La única ciencia cierta que hay ante un asunto tan grave y peligroso como el del Covid-19 es la del éxito práctico, las estrategias que han aplicado en países como Corea o Singapur, donde se ha controlado la epidemia con un coste de vidas ínfimo y gran rapidez, o lo que están intentando otros países más capaces de apoyarse en la responsabilidad personal de sus ciudadanos y nada propicios a recortar derechos fundamentales, como el de la movilidad o el trabajo. Pero aquí el Gobierno trata de combatir una epidemia sin preocuparse mucho del costo moral y material y del ordenamiento jurídico.

Sánchez quiere que todo sea como en TVE, que puede hablar a cualquier hora y por todo el tiempo que estime oportuno (lo que muestra, dicho sea de paso, muy poca estima por la inteligencia media), y que todos permanezcamos en primer tiempo de saludo a la espera de sus sabias medidas, al parecer inspiradas en los expertos que se reducen, en la práctica, a un Simón tan adaptable que parece no tener ni memoria.

El Gobierno está dando un ejemplo memorable de improvisación, incompetencia y desprecio a los derechos ciudadanos, un comportamiento que resulta insufrible, y el confinamiento abusivo a que nos somete, que no parece tener ningún horizonte temporal definido, se acabará volviendo en su contra cuando se haga evidente la desproporción brutal entre el supuesto remedio y sus resultados efectivos. No les bastará que ningún Imperial College les asegure haber salvado millares de vidas porque serán muchas más las que habrán destruido con su ridícula rigidez.

Ahora ya sabemos que hay peligro de muerte, pero el Gobierno sigue creyendo que él sabe protegernos mejor

Me llama la atención que no se les conmuevan las entrañas al ver cómo están destruyendo la forma de vida de tantas personas, arruinando empresas y fabricando un horizonte de desesperanza y miseria. Si eso se hiciese estando a la cabeza en el éxito sería también objetable, aunque cabría alguna disculpa, pero cuando estamos ante un espantoso fracaso colectivo, se mida como se mida, el disimulo y las disculpas no servirán de nada, en especial a medida que las dimensiones reales de la tragedia que vivimos se vayan perfilando con mayor nitidez para todos.

No cabe ninguna llamada al populismo, a la antipolítica ni a la revolución (en la que puede estar pensando quien todos imaginan), porque la libertad política y el respeto a las instituciones será el único camino para superar todo esto, pero el Gobierno debería de empezar ya a ser crítico con sus políticas y a rectificar, a devolvernos la calle y la libertad, con todas las mascarillas y los guantes necesarios, sin espectáculos ni aglomeraciones, con la cuarentena más severa para quien sea imprescindible, pero acabando con este confinamiento ilegal y abusivo que no está sirviendo para nada que no se pueda lograr con medios menos autoritarios e intervencionistas.

Para eso, claro está, hacen falta millones de test, mascarillas y guantes, y el Gobierno ha dado sobradas muestras de no tener ni idea de lo que hay que hacer para conseguirlos, lo que trata de disimular siendo más severo y arbitrario, como hacen los malos profesores que suspenden a todo el mundo.

Ahora ya sabemos que hay peligro de muerte, pero el Gobierno sigue creyendo que él sabe protegernos mejor que lo haríamos nosotros mismos. Dice que hace lo que le dicen los expertos, pero eso solo es media verdad, que suele ser la más falaz de las mentiras.

Sánchez no es tan corto como para no darse cuenta de que se ha metido en un pozo financiero sin salida, y ya está preparando las disculpas para echarle en cara su falta de generosidad a la Europa rica (algo se llevarán, de paso, los sospechosos habituales), diciendo que no va a renunciar a los eurobonos, aunque a lo único que puede no renunciar es a pedirlos, al menos mientras no se le caiga la cara de vergüenza.

*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político.