Si usted es de Iowa, tiene el privilegio de reunirse con todos los candidatos a las elecciones presidenciales que desee, y además su voto es más poderoso que cualquier otro en las primarias de Estados Unidos. ¿Por qué? Porque desde 1972 su estado fue el primero en celebrar las primarias, lo que otorga a sus ciudadanos un papel decisivo en el desarrollo de las nominaciones de cada partido.

No hay ninguna razón para que esta situación se mantenga, pero la tradición persiste y voy a explicar por qué esta costumbre es perjudicial para la democracia estadounidense.

Para empezar, echemos un vistazo a los orígenes del por qué Iowa va primero. El sistema de primarias no aparece por ningún lado en la Constitución de EEUU. Todo empezó después de la infausta Convención Demócrata que tuvo lugar en Chicago en agosto de 1968. Era un momento crítico: la Guerra de Vietnam se prolongaba ya durante 14 años y Martin Luther King y el candidato presidencial Robert Kennedy acababan de ser asesinados.

Los líderes del partido habían elegido tradicionalmente a los candidatos, si bien los simpatizantes votaban en algunos estados en lo que eran entonces solo primarias simbólicas. La cosa se complicó cuando el presidente Lyndon B. Johnson anunció en marzo que no concurriría a las elecciones. Kennedy había sido el líder de los Demócratas antes de que lo asesinaran.

Por resumir: los líderes del partido eligieron al vicepresidente de Lyndon B. Johnson, Hubert Humphrey como candidato, sin que hubiera ganado primaria alguna. Como miembro de la Administración Johnson, Humphrey estaba detrás de la Guerra de Vietnam, en tanto que uno de los aspirantes perdedores, el senador Eugene McCarthy, se había postulado en contra de aquel conflicto.

La decisión provocó protestas violentas que tuvieron que ser reprimidas por la Policía. Para evitar en el futuro nuevos episodios así, el Partido Demócrata creó la Comisión McGovern-Fraser, que proponía un proceso de nominación que otorgaba a los votantes mayor protagonismo a la hora de elegir al candidato presidencial.

Ahí es donde entra Iowa, que celebraba un largo y tradicional proceso de nominación mediante caucus, sistema en el que los votantes se reúnen en persona para discutir y elegir a los candidatos en actos locales y también a nivel estatal. Dada su complejidad, tenían que comenzar pronto en el nuevo proceso de nominación establecido en 1972, y terminaron siendo los primeros.

Pero no fue hasta 1976 que los medios de comunicación, el público y las propias campañas le prestaron atención, y ocurrió porque un candidato bastante desconocido entonces llamado Jimmy Carter ganó los caucus de Iowa.

Con esa atención llegó el dinero, tanto de los candidatos como de sus partidos, ansiosos por influir en estos tempranos e importantes votantes. Lo hicieron a través de eventos, comprando espacios en medios de comunicación estatales y locales, lo que a su vez atrajo a multitud de reporteros y encuestadores que intentaban calcular y predecir qué rumbo podrían marcar aquellos votos. Todas estas personas necesitaban ser alojadas y alimentadas, y eso, para un estado pequeño como Iowa, suponía un impulso significativo para su economía.

Pero más allá del dinero, tener el primer caucus le da notoriedad e influencia nacional e internacional a Iowa. Y lo mismo ocurre con New Hampshire. Un estudio concluyó que los votantes de Iowa tienen veinte veces más influencia que los pardillos de aquellos estados que celebran sus primarias más tarde.

Allí han elegido con éxito al candidato Demócrata en siete de las diez primarias disputadas desde 1972 y, en menor medida, han acertado con los Republicanos, al hacerlo en tres de ocho.

¿Quién renunciaría a esto? Los líderes de Iowa y New Hampshire han luchado para mantener su condición de ser los primeros del país en votar. Ambos estados han aprobado leyes que consagran su estatus e importantes lobbies de ambos partidos presionan en la misma dirección: después de todo, las primarias son procesos internos que intenta controlar cada formación.

Pero la ventaja de estos dos estados hace que el proceso de nominación presidencial de los Estados Unidos sea menos democrático, y lo es por dos razones principales: primero, es injusto para los votantes en otros estados y, en segundo lugar, favorece las preferencias de los votantes blancos.

Tanto líderes como ciudadanos de Iowa y New Hampshire han creído la historia que cuentan para justificar su posición de privilegio: que se toman muy en serio estas votaciones, que asisten a los eventos y que analizan a los candidatos para tomar decisiones bien informadas. Sin embargo, ¿quién puede afirmar que la gente de cualquier otro estado afrontaría esa oportunidad con menos seriedad?

Una de las ventajas de extender el proceso de nominación a lo largo de seis meses es dar a los candidatos tiempo para viajar por el país, conocer a los ciudadanos y permitir que estos los conozcan a ellos. Pero eso requiere dinero, por lo que algunos justifican comenzar en estados más pequeños donde cuesta menos hacer campaña que, por ejemplo, en California. Si lo hacen bien, el dinero llegará y podrán continuar.

Sin embargo, si un candidato no puede ganar o colocarse arriba en Iowa o New Hampshire, su campaña habrá terminado. Y eso aun cuando ninguno de los dos estados se acerca ni de lejos a ser representativo del país. Ambos son predominantemente blancos y de personas mayores. Ninguno tiene grandes ciudades. Eso supone un problema mucho mayor para los Demócratas que para los Republicanos, porque su base de votantes es principalmente no blanca, más joven y vive en áreas urbanas.

De hecho, esto tiene su impacto en quién es nominado. El campo Demócrata comenzó siendo el más diverso de su historia y ahora se ve reducido principalmente a una carrera a cuatro entre el senador Bernie Sanders, el ex vicepresidente Joe Biden, la senadora Elizabeth Warren y el alcalde Pete Buttigieg. Dos hombres blancos mayores, una mujer blanca y un hombre blanco más joven.

Candidatos como los senadores Kamala Harris y Cory Booker, ambos afroamericanos, han quedado relegados en gran medida ante el convencimiento de que no pueden coger impulso en Iowa o New Hampshire. Esto no quiere decir que las personas de estos estados sean racistas, simplemente no son representativas de todo el país. Vale la pena señalar que Barack Obama ganó el famoso Iowa en 2008 y quedó muy cerca de Hillary Clinton en New Hampshire.

Los resultados de los caucus de este lunes en Iowa tendrán un enorme impacto en las fragmentadas primarias Demócratas, cuando lo que está en juego no podría ser de mayor envergadura: poner fin a la pesadilla de Trump. Y el proceso es profundamente defectuoso y antidemocrático. Hasta que los líderes de ambos partidos no le den un giro y lo rehagan, los estadounidenses seguirán atrapados en él.

*** Alana Moceri es experta en relaciones internacionales, escritora y profesora de la Universidad Europea de Madrid.