Hoy, 27 de enero de 2020, se cumplen 75 años de la liberación por las tropas soviéticas del campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau, en Polonia. He querido destacar en el título la advertencia del químico y escritor italiano Primo Levi. Judío él, superviviente de Auschwitz, resistente antifascista, y, un aspecto que quiero acentuar, de origen sefardí. Y lo quiero subrayar porque, como refiere el filósofo español en su cita más conocida, George Santayana, “aquéllos que no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo”.

Es obligado recordar el capítulo más estremecedor y horroroso de la historia reciente de la humanidad. Auschwitz fue construido por los alemanes en 1940 como lugar para encarcelar a disidentes polacos, y, a partir de 1942, se convirtió en una verdadera fábrica de exterminio.

Los datos del propio Museo de Auschwitz nos dicen que en el campo, cuyo comandante, Rudolf Höss, se enorgullecía de haber encontrado una fórmula rápida y eficaz de acabar con los reos judíos, fueron asesinados 1,1 millones de personas. De los cuales, un millón eran judíos. El resto, polacos, soviéticos, homosexuales, discapacitados y de etnia gitana. Por eso, este campo de concentración es el símbolo del genocidio perpetrado por los alemanes. Destrucción alemana de los judíos europeos que supuso, como señala Raul Hilberg, un auténtico tour de force.

¿Cómo -nos podemos preguntar- el mundo libre y democrático pudo abandonar a los judíos y dejarlos en manos de los verdugos alemanes? Entiendo que la respuesta no está en que el comienzo de las políticas y las medidas antijudías fue en 1933. No. Durante siglos, segunda mitad del siglo XVII, los judíos ya habían sido víctimas de una acción destructiva.

La imagen que se daba de los judíos como parásitos, criminales, sucios, piojosos…, acusarles de todo y de lo contrario al mismo tiempo, no fue en 1933. En ese año, el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei (NSDAP), tomó el poder y activó a toda la sociedad alemana, a todos sus estamentos administrativos, públicos y privados, para, con el racismo antijudío inoculado, destruir a los judíos europeos.



Nadie hasta Merkel había tenido el coraje de relacionar directamente los crímenes nazis con la identidad alemana

Lo que vino después, promulgando normas aberrantes como la Ley de ciudadanía del Reich y la Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes en 1935, que negaban la ciudadanía alemana a los judíos alemanes, entre otros aspectos; la quema de sinagogas y el encarcelamiento de decenas de miles de judíos en 1938, durante la Noche de los Cristales Rotos (Kristallnacht); y el discurso de Hitler en el Reichstag el 30 de enero de 1939, vinculando de forma explícita la guerra a la eliminación del pueblo hebreo, no fueron sino el pistoletazo para la aniquilación de la raza judía en Europa.

Por todo ello, me ha parecido de una relevancia extraordinaria la visita que la canciller Merkel realizó a Auschwitz el pasado 6 de diciembre. Lo relevante no era la visita. Otros cancilleres ya habían estado: Helmut Schmidt en 1977 y Helmut Kohl en 1989 y en 1995. Lo sustantivo fue lo que dijo Merkel y que, hasta ahora, ningún dirigente alemán lo había expresado con esta claridad y rotundidad.

La canciller dijo sentirse profundamente avergonzada por los atroces crímenes que cometieron “los alemanes”. Nadie, como digo, hasta ahora, había tenido el coraje de relacionar directamente los crímenes nazis con la identidad alemana, cuando -y está contrastadísimo- todas las categorías administrativas y burocráticas de la sociedad alemana de los años 30 del siglo pasado, pero absolutamente todas, estuvieron involucradas en la destrucción de los judíos europeos.

Hubo un compromiso inaudito de la totalidad de las grandes estructuras industriales alemanas con el nazismo. Marcas comerciales alemanas conocidísimas de coches, de seguros, de ropa, de electrodomésticos, y un largo etcétera, que son punteras en nuestra economía de mercado, apuntalaron el régimen nazi comercial e ideológicamente. Y aquí siguen.

Y ahora, ¿han cambiado las circunstancias?, ¿puede volver a ocurrir por muy presente que tengamos el pasado? He de reconocer que la respuesta me produce escalofríos. El aumento del antisemitismo en Europa es una constante. Se exterioriza a través de insultos, expresiones, lenguaje abusivo visual y verbal, amenazas, hostigamientos, etc.

El antisemitismo nunca se ha ido de Europa, y ahora el brote de ataques contra la comunidad judía está en EEUU

Esta es la visión light, si se me permite la expresión. El reflejo crudo es el de los atentados. Y en Alemania, como en casi todos los países de Europa, el racismo y los delitos motivados por el odio están experimentando un nuevo auge. El antisemitismo amenaza actualmente la vida de los judíos de Alemania y Europa.

Pero, ¿se fue el antisemitismo alguna vez de Europa? Pues está claro que no. Si enumeramos todos y cada uno de los actos de antisemitismo que reflejan los medios de comunicación no habría espacio suficiente para verlos. El problema no acaba en Europa. Ahora -y ya es para tomárselo muy, pero que muy en serio- el brote de ataques contra la comunidad judía está en Estados Unidos.

Es en la tierra refugio, fuera de Israel, donde se han batido récords de ataques antisemitas. El año pasado, el ataque mortal de un supremacista blanco contra una sinagoga en Pittsburg causó la muerte a 11 personas. El último, el 30 de diciembre de 2019, el ataque contra la residencia de un rabino en Nueva York, hirió a cinco judíos que celebraban la fiesta de las luces, Hanukkah (Janucá), y ha sido considerado por las autoridades como un “acto de terrorismo”.

Deseo terminar, para conmemorar el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz, con una dosis de optimismo. Seguro que recordando la Memoria de las Víctimas del Holocausto -seis millones de judíos asesinados durante la II Guerra Mundial-, el pasado no volverá a repetirse. Seguro.

*** Martín Corera Izu es letrado de la Administración de Justicia, profesor del Máster Abogacía UPNA y especialista en Derecho Registral.