Cabe entender el procesismo como la fase superior del pujolismo; es la reivindicación secesionista caliente una vez consumada la etapa autonomista diseñada por Jordi Pujol (lluvia fina, estrategia de catalanización, nacionalismo banal o frío). En este salto cualitativo juega un papel determinante el editorial conjunto, “La dignidad de Catalunya”, publicado hace ahora diez años –el 26 de noviembre de 2009– en una gran parte de la prensa catalana. La pieza supone, por una parte, el acta notarial del éxito del pujolismo, en tanto que un sector mayoritario de los medios asume los postulados de aquel; y anticipa, por otra, el giro hacia esa fase superior en la que se declara superado el momento autonomista. Veamos ambos aspectos.

El éxito de la placenta cognitiva pujolista

Hace unos días, claustros universitarios (además de ayuntamientos y otras instituciones), sintonizados con los colectivos estudiantiles más significados, secundaban la interpretación secesionista de la sentencia del Tribunal Supremo a los condenados por los hechos del otoño de 2017. Puesto que la intelectualidad es considerada como un actor esencial para la cultura política no está de más señalar que este sesgo de la Academia catalana se inscribe en una secuencia de precedentes, lo que revela la profundidad de la socialización identitaria de buena parte de la intelligentsia, aquella precisamente que se arroga la titularidad de la representación.

Entre esos precedentes cabe citar la ceremonia de presentación del manifiesto a favor del monolingüismo en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona (alentado por filólogos y sociolingüistas del grupo Koiné), el Simposio España contra Cataluña (capitaneado por historiadores), la celebración del Tricentenario con su epicentro en el enmarcado necrofílico de El Born (dirigido por arqueólogos), la contribución de grupos de investigadores especializados en temas identitarios o jurídicos o algunas declaraciones de colegios profesionales. Mientras se redactan estas líneas el balcón de la fachada principal de la Biblioteca de Catalunya está engalanado con una pancarta que proclama: “Tsunami Democràtic. Tornem als carrers. #Tsunami Democràtic”.

El punto de arranque para este enrolamiento institucional se encuentra en el editorial conjunto, que trasluce la asunción de una posición nacionalista militante por parte del “espacio catalán de comunicación”, un ecosistema decisivo para el ensamblaje de los otros actores responsables de la inflamación etnonacionalista: el gobierno autonómico, las corporaciones (AMI) y las organizaciones de la sociedad civil (ANC, Òmnium Cultural).

La iniciativa se inscribe en la plantilla interpretativa que fijó Pujol como respuesta al juicio por Banca Catalana del que resultó extrañamente absuelto: movilización en la calle “en desagravio” a Pujol-Cataluña y apropiación simbólica de la retórica noble (“De ética, moral y juego limpio [es decir, de democracia] hablaremos nosotros”). Ni la confesión de Pujol hace cinco años ha conseguido perforar la mistificación.

El poder performativo del editorial

La versión secesionista oficial establece como punto de arranque del procés la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña redactado por el gobierno tripartito de Pascual Maragall; una lectura que se inscribe en la lógica adversarial y victimista. Pero esta versión no es congruente con dos datos demoscópicos: el escaso interés por la cuestión territorial a lo largo de 2009 y un aumento significativo de la opción secesionista meses antes de la sentencia. La hipótesis del efecto termodinámico del editorial conjunto es compatible con ambas observaciones.

El editorial es un indicador de la servidumbre de un sector tan crucial para la cultura cívica como el de los medios

Situémoslo en su momento. Acaban de aflorar los casos Palau y Pretoria. Millet confiesa el 23 de octubre. El tema ocupa las páginas principales hasta el 12 de noviembre, cuando se conocen las conversaciones entre Mas y Montilla, precedidas de muchas otras. Progresivamente la sentencia, a la que le falta medio año largo, desplaza a la corrupción en la atención mediática. ¿Casualidad? Pujol despeja dudas en TV3 (27/10/2009): “Si entramos aquí [la corrupción], nos haremos mucho daño. […] No entremos”.

Enseguida observamos el cambiazo, la transferencia de atribución de culpabilidad. Se traslada el foco de la cuestión social (corrupción, dimensión estratificacional o vertical) a la identitaria (dignidad, dimensión territorial u horizontal), el objeto de la atribución de los responsables del expolio a los causantes venideros (el TC) de la victimación; en definitiva, se reformula el problema en términos de contencioso entre España y Cataluña.

El 26 de noviembre aparece el editorial, “La dignidad de Catalunya”. Es una astuta jugada, que sigue el canon de Banca Catalana o de la sentencia del Tribunal Supremo del pasado octubre: espiral de adhesiones amplificadas por la megafonía adepta, cultivo de la indignación, retórica de la humillación y la desafección, descalificación de la democracia española. Olvidadas quedaron las preocupaciones concretas que encabezaban las encuestas; los hechos alternativos acaparan la atención.

El discurso victimista es un clásico, lo particular de esta ocasión es su llamada apenas velada a la acción, su performatividad: “Si es necesario, la solidaridad catalana volverá a articular la respuesta de una sociedad responsable”, remata contundente el alegato que es ya una respuesta articulada.

La relación entre el editorial y la movilización secesionista es explícita y literalmente avalada por Salvador Cardús, uno de los agentes nacionalizadores escogidos por Pujol en los años de sementera, en una columna en La Vanguardia (04/09/2013): “La Vía Catalana es aquella solidaridad catalana de una sociedad responsable que debía articular una respuesta legítima, tal como anunciaba el editorial conjunto. Hay, claramente, un hilo que enlaza aquel editorial de 2009 con la Vía Catalana de 2013. […] Todo el mundo que lo advertía se siente ahora cómodo con el acierto de su pronóstico”.

Cardús obvia que los enunciados performativos (aquellos que se realizan por el mero hecho de la enunciación) no pueden errar el pronóstico: las movilizaciones de 2010 son leídas desde esa plantilla. La sentencia sirve de coartada ex post a la vez que de combustible proactivo: el aliento de la sentencia fue el principal resorte movilizador, editorializó La Vanguardia (11/07/2010). Como lo que estamos viendo ahora, pero esta vez con el recorrido acumulado de hechos consumados y la muy preocupante depresión del umbral de tolerancia a la violencia; incluida su justificación, bien en cuanto útil para visibilizar el conflicto, bien como sello de devoción patriótica.

El editorial es a la vez una jugada retórica maestra y un indicador de la servidumbre de un sector tan crucial para la cultura cívica como el de los medios. El momento incandescente de hoy se nutre de la fórmula cualitativa articulada entonces; aunque algunos de sus muñidores se mantengan inmaculados en sus púlpitos. Qué lejos estamos de la exigencia ética de Balmes: “no has pisado el linde prescrito por la ley, no has exasperado los ánimos, no has atizado el incendio”.

*** Martín Alonso es politólogo y autor de 'El catalanismo, del éxito al éxtasis' (El Viejo Topo).