Lo que estamos viendo en Cataluña estos días, tras la sentencia del procés, es una nueva manifestación desaforada de una de las tres variantes en las que se descompone lo que podríamos denominar el procés permanente al que nos tienen acostumbrados los llamados nacionalismos periféricos en España desde finales del siglo XIX hasta hoy. Esas tres variantes responden a un mismo propósito, cual es el de subvertir el orden constitucional y forzar al Estado a que reconozca una soberanía alternativa sobre una parte de su territorio.

Las tres variantes del procés se lanzan continuos guiños de comprensión y de apoyo mutuo. Así, este sábado todo el nacionalismo vasco se juramenta en San Sebastián contra la sentencia. Además, acabamos de ver a Quim Torra y Juan José Ibarretxe, uno presidente actual de la Generalitat y el otro ex lehendakari del Gobierno vasco, marchando juntos en manifestación cortando la AP-7, en un gesto saludado efusivamente por Otegi, que desde EH Bildu propone “sincronizar las agendas” de los nacionalismos vasco y catalán. Mientras, los dirigentes del PNV se manifiestan en contra de cualquier aplicación del 155 o de la Ley de Seguridad Nacional en Cataluña.

Aunque a veces esa complicidad de fondo chirría, como cuando el fugado Puigdemont sale desde Bruselas, a propósito de la detención de siete miembros de los CDR por terrorismo, diciendo que en el País Vasco, cuando ETA mataba, nunca se pensó en aplicar el 155. Y entonces el PNV tuerce el gesto, porque sabe que gran parte de su ascendiente actual en el País Vasco se asienta directamente sobre los años de plomo, pero eso es siempre muy impertinente e inoportuno sacarlo.

Por tanto, el tridente del procés está compuesto por estas tres púas: la de los herederos del terrorismo etarra, que asoló Euskadi durante cincuenta años y patentó la kale borroka, esa que ahora se ha propuesto quemar literalmente las calles de Barcelona; luego está la que podríamos denominar la insurgente institucionalizada, que es la catalana actual propiamente dicha, la de Torra, los fugados y los encarcelados, y de la que tomamos el nombre para denominar a las tres; y la tercera es la institucionalizada de ritmo lento pero seguro, “amarrategui”, típica del PNV, que es la que más disimula para que no la mezclen con las otras dos e incluso protesta airadamente cuando eso ocurre, pero que comparte exactamente sus mismos objetivos.

Las tres variantes del 'procés' comparten un tipo de nación: el que pretende entenderse de tú a tú con la nación española

Las tres variantes del procés comparten además un mismo tipo de nación, que es el que Andoni Ortuzar, presidente del PNV, volvió a equiparar hace unos días con la nación española, con la que pretenden entenderse de tú a tú, “en condiciones de igualdad y bilateralidad”. ¿Pero de qué naciones vasca y catalana hablamos y en qué se parecen a la nación española?

Para dilucidar esto lo mejor es dejarnos de teorías abstrusas e ir directamente a los significados de nación recogidos en los diccionarios, tanto el de la lengua española como los de la vasca y catalana. Empezamos por la primera, con su serie histórica de diccionarios consultable en la web de la RAE. En el primer diccionario, el de Nebrija de 1495, nación va relacionada con nacimiento, el lugar donde se nace. Así, durante toda la época moderna en España (siglos XVI al XVIII) se podía hablar, por ejemplo, de los estudiantes de la nación vizcaína en la Universidad de Salamanca, o de los fijosdalgo de la nación vascongada en las colonias americanas, todos ellos súbditos de la monarquía hispánica y para los que regía el doble principio de patria chica y patria grande. Nación entonces podía ser, como decía el diccionario de Autoridades de 1734 el conjunto de habitantes de una provincia, país o reino.

Al final de ese periodo llegamos al concepto pleno de nación moderna, con Estado, lengua y territorio. Así, el diccionario de Terreros y Pando de 1787 define nación como el colectivo sujeto a un mismo Príncipe o gobierno, que habla una misma lengua o habita un mismo paraje, definición que se corrobora en el diccionario de Gaspar y Roig de 1855 y luego en el DRAE de 1869 y que en nuestro ámbito solo lo cumple, como es obvio, la nación española, que cuenta con Estado propio, lengua común –con la que también se comunican entre sí nacionalistas vascos y catalanes–, y un territorio que incluye a los territorios vasco y catalán.

Por su parte, a lo que nuestros nacionalismos vasco y catalán llaman nación vasca o catalana le sería aplicable una variante incorporada en el DRAE de 1925, que define nación como un conjunto de personas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común. Y ese fue precisamente el espíritu que impulsó la aparición de los nacionalismos vasco y catalán a finales del siglo XIX: la defensa de una etnia supuestamente inmemorial y supuestamente oprimida.

Los líderes del nacionalismo vasco y catalán, para defender la legitimidad de su nación, apelan a su origen intemporal

Pero resulta que cuando a un nacionalista vasco o catalán le preguntas hoy en qué consiste su nación vasca o catalana, te dirá que sobre todo se trata de una cuestión de sentimiento y voluntad. Ser nacionalista vasco o catalán es, sobre todo, sentirse antiespañol y querer independizarse de España, lo demás es secundario. Entonces, ¿en qué quedamos?

La incorporación a los nacionalismos vasco y catalán de efectivos procedentes de la inmigración, que llegó a País Vasco y Cataluña de todos los rincones de España hace tan solo un par de generaciones, no ha sido en absoluto anecdótica. Artur Mas, en un debate con Felipe González auspiciado por Jordi Évole, admitió que nada menos que un 70% de los independentistas catalanes son, bien ellos o bien sus padres o abuelos, nacidos fuera de Cataluña. Para el caso vasco, entre los presos de ETA actualmente encarcelados, un tercio largo no tienen ningún apellido euskérico. O en la última encuesta realizada por el Gobierno vasco entre la llamada Diáspora vasca, un 40% dice que para ser vasco es suficiente con querer serlo.

Sabemos que los líderes del nacionalismo vasco y catalán, cuando defienden la legitimidad política de su nación, lo hacen apelando a su origen intemporal, por supuesto anterior a la aparición de la nación española. Pero cuando se trata de definir a su nación, y para sacudirse cualquier acusación de supremacismo o de etnicismo, los diccionarios oficiales de catalán y euskera –y ahí se ve a qué intereses responden– recurren al sentimiento (“sentiment d’identitat” en catalán) y a la voluntad (“nahia” en euskera), dos recursos con los que incorporan masivamente a su nación a cualquiera que desee hacerlo, mientras reservan para los pata negra de la etnia vasca y catalana la representación de todo el colectivo

Entonces a Ortuzar habría que decirle muy claramente que ya hemos descubierto el doble juego de los nacionalistas con su nación y que, por tanto, no puede situar en pie de igualdad las que él considera naciones vasca y catalana con la nación española, porque responden a dos tipos de nación que no son equiparables desde ningún punto de vista. Para que Ortuzar entienda lo absurdo, delirante y hasta monstruoso del caso: sería como poner a dos hijos a disputar con el padre qué hacen con el caserío. Y, como muy bien sabe el presidente del PNV, el baserri es sagrado, jamás se trocea, y mucho menos entre el padre y sus hijos.

*** Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.