El nombramiento de Patricia Ortega como primera general de las Fuerzas Armadas es un paso más en la integración plena de las mujeres en nuestros Ejércitos y Armada Española.

Lejos queda ya la incorporación en 1988 de aquellas 26 pioneras, las cifras así lo avalan. A día de hoy, el número de mujeres (alumnas incluidas) en las Fuerzas Armadas españolas es de 15.519. Dejando a un lado a las alumnas, el número de mujeres es de 14.974, lo que representa el 12,7% del total.

Todas ellas demuestran que, por encima de los riesgos que acompañan a la milicia, tienen el firme compromiso de servir a la paz y seguridad internacional con la máxima entrega que se puede exigir a un militar, su propia vida.

Pero más allá de su trabajo diario, teniendo en cuenta que la participación en operaciones en el exterior es una de las principales características de las Fuerzas Armadas del siglo XXI, quiero destacar el valor operacional de las mujeres. España es un referente internacional en la integración real de la mujer en las unidades de combate. Actualmente hay un total de 3.287 militares desplegados en operaciones internacionales, de las que 250, un 7,6%, son mujeres.

Si se comparan estos datos con el promedio de los países de la OTAN, España presenta un 7,6% de mujeres desplegadas, frente al 6,3% del promedio de países de la Alianza.

El papel de la mujer como agente de paz y seguridad en el mundo es un objetivo prioritario para Naciones Unidas, como subraya la Resolución 1325 de la ONU sobre “mujer, paz y seguridad”, en la que España está plenamente comprometida. En las Misiones de Paz en las que participan nuestras Fuerzas Armadas hay muchas mujeres capaces de luchar por una sociedad más justa (Líbano, Afganistán, Irak…).

Para lograr la paz no basta con imponer fuerzas pacificadoras, sino que es esencial implicar también a las mujeres

Para lograr la paz no basta con imponer las fuerzas pacificadoras sino que es esencial implicar también a las mujeres de esos países como agentes del proceso de paz. Se ha comprobado que en estos lugares tan convulsos, si no hay mujeres que decidieran convertirse en agentes de paz, no existiría una paz duradera. Y en esta labor se encuentran nuestras militares desplegadas.

Algo en lo que ha incidido, recientemente, la subsecretaria general de Naciones Unidas, Amina Mohamed, al abogar por que la voz de las mujeres afganas se escuche en todos los ámbitos de la vida pública, incluida la política y, en concreto, los actuales contactos para reanudar el diálogo de paz entre los talibán y el Gobierno. "Las voces de las mujeres, especialmente de las víctimas, deben escucharse en la mesa del proceso de paz y más allá", aseveraba.

Que haya mujeres en procesos de paz ayuda a empoderar a las mujeres de las zonas de conflictos. Solo se puede preparar un futuro de paz duradera si las mujeres de esos países trabajan como agentes de paz.

No podemos olvidar que las mujeres y niñas están más expuestas a la violencia sexual en los conflictos armados. Ésta se utiliza como arma de guerra porque permite dominar grupos de población y ocasionan graves secuelas psicológicas. El que las mujeres participen como agentes de resolución de los conflictos, que hoy parece evidente, al menos teóricamente, no siempre fue así.

Hasta que la costarricense Elisabeth Odio Benito no llegara a ser jueza del Tribunal Penal Internacional de la Haya, en 1993, no se tuvo en cuenta la magnitud de la violencia sexual en los conflictos armados. Ella, junto a la estadounidense Gabrielle Kirk Mc Donald, también jueza de ese Tribunal, sentaron las bases en la concepción de que los crímenes cometidos contra las mujeres en situaciones de conflictos armados eran crímenes de lesa humanidad.

Las mujeres soldados aportan una perspectiva adicional en la planificación de operaciones y en la toma de decisiones 

Gracias a la iniciativa de ambas magistradas, la violencia sexual aparece tipificada en el derecho internacional de manera expresa y el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional en su artículo 7 g), relativo a los crímenes de lesa humanidad, recoge una definición muy amplia de violencia sexual, que incluye la violación, la esclavitud sexual, la prostitución forzada, el embarazo forzado, la esterilización forzada y otras formas de violencia sexual de gravedad comparable.

Sin embargo, estas prácticas siguen siendo un reducto de impunidad, a pesar de algunos avances significativos como el que representó, en 2016, la primera condena de 18 años de prisión impuesta por la Corte Penal Internacional en el caso Bemba, a pesar de que un par de años después esa condena fuera revocada en apelación.

Por ello, es muy importante resaltar el papel sobresaliente que están jugando nuestras Fuerzas Armadas en zonas de conflicto, y especialmente las mujeres militares, quienes provocan un efecto moral importantísimo en la población femenina local, a la que su imagen de liderazgo y profesionalidad transmite ánimo, orgullo y esperanza en el futuro.

Como reconoce Naciones Unidas, las mujeres soldados aportan una perspectiva adicional en la planificación de operaciones y en la toma de decisiones clave, sobre todo en aquellas que afectan a civiles y, en concreto, a mujeres y niñas.

Es imprescindible que las mujeres impregnen todos los ámbitos de toma de decisiones, para evitar la impunidad y lograr igualdad real. Tenemos que hacer una revolución por la paz, como hacen las Fuerzas Armadas. Tenemos que seguir apoyando a las mujeres en zonas de conflicto, para que ellas sean agentes de cambio y constructoras de la paz en el mundo.

*** Margarita Robles es ministra de Defensa.