En las relaciones de pareja, a muchos nos han hecho luz de gas personas aparentemente románticas que, a base de constantes mentiras y manipulación, han acabado por hacernos cuestionar nuestra propia cordura. La verdad es un concepto resbaladizo sujeto a la percepción personal, por eso es manipulable. De eso se aprovechan los manipuladores para ganar poder y control sobre sus víctimas. La única forma de defenderse en estos casos es percatarse de la situación, algo que es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Pero la mayoría de las veces, la única solución factible es alejar de tu vida a ese tipo de personas, por tu propia cordura y salud.    

"Deepfakes" (ultrafalsos) es el nuevo nombre que se da a los vídeos falseados o manipulados, muchos de los cuales son fáciles de detectar, pero lo cierto es que cada vez están mejor hechos. Empiezan a formar parte de las noticias falsas que se difunden a través de las redes sociales e incluso por los medios. Saber que este poder de manipulación puede ser utilizado por los políticos hace que uno se sienta abrumado e indefenso. Cada vez que se publica una historia sobre este tema -incluyendo probablemente ésta- te invade la sensación de estar pisando arenas movedizas. Y surge la pregunta de cómo empezar a discernir qué es verdad y qué no. Te prometes abandonar Facebook, pero no lo haces. 

Uno se siente aún más inquieto cuando ve que estas falsificaciones las comparte en Twitter con descaro el llamado líder del mundo libre, si bien la tenue relación del presidente Donald Trump con la verdad ya es conocida y aburre. A fines de mayo, tuiteó un vídeo de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, que había sido alterado para que pareciera que tartamudeaba e incluso arrastraba las palabras como si estuviera borracha. Rápidamente se demostró que el vídeo era falso al compararlo con el original, pero Facebook se negó a retirarlo. Luego simplemente desapareció. Facebook negó haberlo eliminado y el Congreso de los Estados Unidos está investigando el caso.

Durante una reciente charla organizada por el Consejo de Relaciones Exteriores, el diputado Adam Schiff, presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes que dirige la investigación mencionada, explicó que incluso cuando se prueba que un vídeo como el de este caso es falso, la víctima nunca podrá sacudirse el daño infligido. A esto se le llama "liar's dividend" (el provecho del mentiroso).

Trump tuiteó un vídeo falso en el que Nancy Pelosi arrastraba las palabras como si estuviera borracha

El Instituto Poynter explica que "acreditar que un material es falso o ha sido manipulado -como vídeos, audios o documentos- puede avivar en última instancia la creencia en la falsedad. La consecuencia es que, incluso después de haber puesto de relieve lo falso, será más difícil para el público confiar en cualquier información sobre ese tema en particular".

Casi cualquiera tiene hoy acceso a la tecnología necesaria para cambiar un vídeo y hacer que parezca que alguien está haciendo o diciendo algo que no hace ni dice. Todo esto, que comenzó con los famosos (las famosas escenas de pornografía en las que se sustituían las caras verdaderas por las de grandes estrellas), está derivando ahora hacia la política, lo que puede tener efectos devastadores en la democracia.

Según Schiff, cuando alguien no puede discernir qué es verdad y qué no, tiende a refugiarse con sus tribus, es decir, a hablar sólo con personas y a atender sólo aquellas noticias y redes sociales que apoyan su particular punto de vista político. Y los estudios revelan que cuando nos encerramos así, nos volvemos más radicales y es fácil acabar en cualquiera de los extremos del espectro político. Por el contrario, quienes se mezclan con personas y medios que cuestionan sus puntos de vista terminan en el centro más moderado.

Una encuesta reciente de Pew Research mostraba que los estadounidenses culpan mucho más a los líderes políticos y grupos activistas por la proliferación de noticias inventadas que a los periodistas. Sin embargo, sí piensan que los medios de comunicación deberían asumir la mayor parte de la responsabilidad a la hora de combatirlas. 

Los creadores de falsedades no conocen fronteras y prefieren actuar en democracias y sociedades abiertas

Esto demuestra una profunda falta de comprensión acerca de dónde vienen las falsificaciones, cómo funcionan los medios de comunicación y las enormes diferencias en los estándares de calidad que aplican, el papel de las redes sociales y las consecuencias que se derivan para nuestras democracias. Pero sucede como cuando mantienes una relación con alguien que te hace luz de gas: nadie puede resolver el problema por ti.

Ni podemos retirar a todos la tecnología para manipular las imágenes, ni Facebook ni otras redes sociales muestran interés en una tarea imposible de vigilar la verdad, que tampoco tendrían que hacer ellos. Tal vez los medios de comunicación deberían insistir en la denuncia de las falsificaciones, pero eso contribuye a dar alas a las mentiras, reafirmándolas aún más en las cabezas de quienes se las creen.

Los expertos prevén que las elecciones presidenciales de 2020 en EEUU estarán inundadas de deepfakes y que los candidatos demócratas no están preparados para esa situación. Los consejos van desde poner en marcha un plan de respuesta rápida hasta filmar constantemente a sus propios candidatos para que puedan probar cuándo se ha manipulado un vídeo suyo. Pero no piense que esto sucede sólo en EEUU. Los creadores de falsedades no conocen fronteras y prefieren actuar en las democracias: cuanto más abiertas a la libertad de expresión sean las sociedades, mejor para ellos.

Al igual que estamos obligados a proteger nuestra salud emocional frente a quien nos hace luz de gas, tendremos que aprender a reconocer las deepfakes y otros intentos de manipular nuestras ideas políticas, para así poder evitarlos y eliminarlos de nuestra dieta. Aquí hay un plan de nueve puntos para lograrlo. Se necesita un poco de trabajo y esfuerzo, claro, pero la democracia lo merece.

*** Alana Moceri es experta en relaciones internacionales, escritora y profesora de la Universidad Europea de Madrid.