Hasta hace no mucho en España, si multaban a alguien por conducir rapidísimo un Lamborghini antes de los 30 y vestido con una camiseta pegada de Armani, sólo podía ser una cosa: futbolista. Pero en 2019, con el gusto relajado de los forrados, ya hay otra profesión surfeando la veintena: los youtubers han logrado entrar en la categoría de trabajadores a los que odiar si eres ocho o nueve años mayor que ellos. Pasaron el umbral de los deportivos, que es la línea roja de la envidia. No tengo nada en contra. Me siento parte del movimiento: a los 22 años puse muchos coches a 228 kilómetros por hora apretándole a la equis del mando.  

La novedad se podría resumir en este instante: un jovencito de Algete entró al concesionario de Lamborghini como si fuese Pablo Motos, hablándole a la cámara, con 300.000 euros en el bolsillo. La confianza desbordaba al vendedor, el Ángel Cristo de los ricos, qué no habrá visto ese hombre, como si a esa edad no hubiera otra cosa que hacer un martes por la tarde. Ni si quiera llevaba mochila. Hasta el tono de voz está trabajado, se le hinchan al protagonista los mofletes, tiene preparada la puesta en escena, decía Lambo, moviéndose entre los coches mínimamente sorprendido. La sorpresa parecía artificial. Estaba actuando. Quizá eso sea lo mejor: nadie actúa con 22 años frente a un coche de lujo.

“En el Lambo amarillo Pikachu”, canta Yung Beef en uno de sus clásicos. Repasar la iconografía de una época y convertirla en realidad puede que no tenga mucho mérito para algún vejestorio. Este jugador de Fortnite ha sido capaz de hacerlo a la única edad en la que tiene importancia: ya tiene su lambo mate justo cuando la vida va de tener o no tener, de mirar o de que te vean. Atropellando a los que escriben letras sin haber sostenido el volante. A los 25 empiezan a cambiar las cosas. 

Los ordenadores, que antes los teníamos para usar Messenger y guardar apuntes, han convertido las casas en platós, las vidas en guiones y los videojuegos en un oficio. A esa edad mis preocupaciones eran más simples. Descontaba minutos para responder los mensajes a las chavalas tratando de no parecer un desesperado sin saber que tecleaba sobre una mina. Ellos cuentan suscriptores descontando el dinero que les falta para pillarse el nuevo coche.