Protesto por su situación de penuria y sufrimiento frente a un mundo indiferente e insolidario, hedonista y consumista que, más que buscar soluciones, quiere desconocer a las victimas de los problemas que hemos causado los mayores, pésimos albaceas de la generación que apenas inicia su vida.

Protesto por todos los niños y por cada niño, por nuestros niños. En primer lugar por los que ni siquiera tienen la oportunidad de vivir y son victimas de aborto, o como dicen eufemísticamente ahora, por la interrupción del embarazo, forma cínica, despreciable y criminal de acabar con una vida.

Protesto por la irresponsabilidad paterna que condena al abandono, o al menos a una vida familiar hemipléjica y matriarcal a tantos niños, evidenciado que el machismo, en el fondo, no es sino una manifestación de padrotes de ocasión.

Protesto por los niños que no comen lo que deben, pero tienen que digerir todo lo que no deben. Lo que deben recibir en proteínas y carbohidratos, para mantener el mínimo calórico, no les llega, pero sí reciben innecesariamente cualquier cantidad de pésimos mensajes de violencia, sexo, brujería, masacres, torturas, guerras, sangre y demás truculencias que los medios trasmiten diariamente, sin medida ni control y a cualquier hora, aunque sea como promoción de películas que luego pasan en horario para adultos (esta sola palabra merecería todo un ensayo). Y no digamos todo lo que tienen que tragar por la vía del mal ejemplo de una sociedad con sus valores en crisis, donde lo que priva es lo adjetivo y fácil y donde no hay sanción moral, legal ni social para los deshonestos.

Protesto por una burocracia voraz e ineficiente y devastadora de nuestros recursos por décadas, con todo lo que ello significa en perjuicio de la educación y la salud.

No es hora de preocuparnos por el mundo que dejaremos a nuestros hijos, sino por los hijos que dejaremos en el mundo

Protesto porque, por años estamos celebrando el día, el mes, el año y hasta la década del niño, de la salud, de la alfabetización y de la cultura, con recursos escasos frente al ingente despilfarro armamentista de la mayoría de los países del mundo.

Protesto porque la preocupación por la desertificación del planeta angustia mucho más  que el increíble proceso de desertificación de los espíritus.

Protesto porque es ya hora, ahora porque mañana -como dice Federico Mayor- es siempre tarde, de enfrentar el problema de nuestros niños con decisión y valentía.

Protesto porque tenemos la gente y los recursos para luchar con fe y optimismo por lo más preciado que tenemos, que son nuestros hijos. Por eso propongo un compromiso de todos para ayudar a nuestros niños colaborando con mayor generosidad con las instituciones públicas y privadas que se ocupan de ellos, un programa especial nacional urgente, y con recursos proporcionados.

No me canso de repetir, al hablar del tema, que no es hora de preocuparnos por el mundo que dejaremos a nuestros hijos, sino por los hijos que dejaremos en nuestro mundo. Al fin y al cabo sólo ellos podrán construir un mundo donde la sonrisa de un niño merezca mas interés y sea mas importante que un diálogo de sordos con los delfines. Un mundo donde exista, como nos dijo Su Santidad Juan Pablo II “una cultura de solidaridad que prevalezca sobre la voluntad de dominio o de una vida egoísta”.

*** José Domínguez Ortega es abogado y fue asesor de la Misión Parlamentaria de Venezuela a la promulgación de la Constitución Española.