No son fascistas. Ojalá lo fueran. Si la irrupción de Vox en las elecciones andaluzas simbolizara el eventual regreso del fascismo contaríamos con toneladas de artillería teórica y práctica para desactivar la amenaza. Lo relevante, precisamente, es la súbita transformación que ha sufrido el escenario político en los últimos años y la extraordinaria volatilidad con la que se hacen añicos las categorías que hasta hace muy poco eran útiles para entender lo que nos pasa.

No, no son fascistas porque un partido que se autoproclama liberal se sitúa, necesariamente, en las antípodas del fascismo. Por mucho que el fascismo resulte odioso deberíamos mantenernos a salvo de esa tentación que nos lleva a concluir que como el fascismo es despreciable todo lo que despreciamos debe necesariamente parecerse al fascismo. Cuidado con el trazo grueso. Del mismo modo no todo totalitarismo, ni toda lectura xenófoba, aporófoba o nacionalista puede resumirse con una palabra que no deja de candidatarse para convertirse en el gran sintagma vacío de las tertulias contemporáneas.

Serrat es fascista, tu vecino es fascista, Albert Rivera es fascista… y mientras el concepto se dilata, la vida (y el odio) pasa. Al tiempo que las pasiones políticas se envilecen, algunos nostálgicos corren a enarbolar eslóganes cuya ineficacia, por cierto, quedó probada. No pasarán, dijeron; pero pasaron. Ahí estarán a refugio unos pocos, desempolvando la mitología del antifascismo al modo en que de niños soñamos con ser cazafantasmas.

La confrontación va ganando terreno al diálogo, que hasta hace poco aspiraba a apuntalar la convivencia política

El problema, o el monstruo, para quienes aspiren a reconstruir la cosa en términos personalistas, es necesariamente otro. Más complejo, más actual, más perfectamente mutado. Y no atañe a un problema exclusivo de bandos sino al resentimiento de una convivencia cada vez más amenazada. La política de la desafección, la confrontación y la enemistad va ganando terreno a los maltrechos horizontes de consenso, diálogo y encuentro que hasta hace no mucho aspiraron a apuntalar la convivencia política. De un tiempo a esta parte el "nosotros" ha dado paso al "nosotros contra ellos".

No busquen colores ni banderas, observen el cuadro en términos abstractos, formales, sin rostro. Miremos atrás si queremos, pero no dejemos tampoco de mirar hacia los lados. ¿Qué nos está pasando? Los medievales leídos en Aristóteles definían la ciencia como la cognitio rerum per causas: conocer algo es conocer su causa. Vendría bien recordarlo hoy también en términos políticos. Que no nos cieguen los nombres, los símbolos ni los colores. Busquemos las causas, aunque nos duelan, aunque se parezcan demasiado a nosotros y a la gente a la que queremos. 

*** Diego S. Garrocho es profesor de Ética y Filosofía política en la UAM.