Cualquier imagen que veo de Juanma Moreno la convierto automáticamente en un meme. El candidato tiene el carisma congelado de la fauna nacida en las sedes peperas protegida por los padres de la patria del partido. Los tiempos de Nuevas Generaciones me dieron la habilidad de reconocer a estos especímenes sólo por su forma de andar y Moreno Bonilla posee esa presencia árida de los que empezaron a vivir gracias al sistema de relaciones tejidas sobre la ambición de tocar cargo: conocieron la esencia de la vida, amor, celos, traición, cuernos, borracheras, amistades fugaces, bajo la bandera azul; apoyaos en el quicio de las secretarías.

Los partidos políticos son un imán para los solitarios. Las capitales de provincia están llenas de jóvenes idealistas sin habilidades sociales y sin rumbo. Compran existencias a precio de saldo dentro de los actos-mercadillos. El PP regala vidas a quienes sólo tienen un armario lleno de camisas. Probablemente suceda lo mismo en el resto de partidos –cambiando camisas por palestinas– pero yo conocí eso.

Moreno Bonilla, como se le llamaba en los ambientes, fue siempre detrás de Antonio Sanz, un centauro combinando energúmeno con señorito, que a su vez seguía las migas dejadas por Javier Arenas. Aquellos mítines eran la marejada de lamentaciones de una generación estrellada contra su propia incapacidad. Es decir, Juanma es heredero de esa estirpe de perdedores culminada por su apoyo a Soraya en las primarias del partido. Se ve sin necesidad de prismáticos.

El candidato enclenque del PP en un momento crucial para Andalucía ha dejado la campaña amarrada a la bromilla. Para lo serio ya estaba Casado, disfrazado de cruzado en el sur con la misión de frenar la tendencia ruinosa, acabar con el postureo fantasma del perdedor. Será difícil destruir el andamiaje construido alrededor de la derrota, allí subidos estaban cómodos todos, incluidos los brillantes, tranquilos en esa isla del segundo puesto donde han convivido cuarenta años. Creo que al PP le merecía la pena seguir ahí y apostó siempre por esos militantes de laboratorio con licenciaturas atascadas que cambiaron las americanas por los chalecos de plumas. A Casado le venía impuesto Bonilla y ha habido una simbiosis forzada. Lógico: no hay nada más triste que entenderse con un hombre menor y acomplejado.

La cazuela electoral calentada por Vox mantiene un ambiente de ilusión, como si las encuestas estuvieran destinadas al fallo estrepitoso. Desde el PP esperan coger el rebote de algún voto distraído. Esa es la meta después de tantas décadas asentados en la comodísima sala de espera del cortijo burócrata del PSOE. Pase lo que pase hoy, los populares ya han vuelto a perder con Moreno Bonilla, el lastre de aquellos años en los que valía más ser pelota que una buena idea.