Dentro de unos años, cuando alguien pase a limpio la biografía de Rafa Nadal encontrará una frase demoledora: “Siempre ayudaba”. Es lamentable unir su palmarés a esa actitud provocadora con la que va por la vida, saludando, sonriendo, capaz de esforzarse. Triunfador, simpático y del Real Madrid, Nadal ya era una persona a evitar antes de esta semana, momento en el que decidió suicidarse públicamente ayudando a retirar el barro de una casa destrozada por culpa de un torrente de agua. Ahora, se ha quitado la máscara dando a luz al personaje horrible que escondía, capaz de aterrorizar sin medias tintas al mundo como el sicópata perfecto que es.

Las alarmas saltaron cuando apareció esa fotografía captada con un móvil y subida a Twitter. Parecía un avistamiento ovni, me recordó a la película Señales, el instante en el que un alien aparece entre unos matorrales en la grabación casera de un cumpleaños. Los niños gritaban igual que gritaron los niños españoles al observar al tenista remangado. Nadal pone los vellos de punta con esa imagen tal mal enfocada, sucia y alejada, su figura atlética desaprovechada empujando una pala, agachado, la cara torcida. El delito es flagrante, hay resignación y tristeza. Las botas de plástico son directamente inadmisibles.

Con toda lógica, parte del país se ha levantado contra este hombre que pretende dinamitar lo que somos. “De qué va”, han dicho a los que la empatía cruda les ha provocado diarrea, acostumbrados a tomarla procesada por Toñi Moreno, Juan y Medio o Pablo Iglesias, expertos en rentabilizar el mal. A nadie le hace bien este tipo de ejemplo, a mí me parece un espejo demasiado exigente. Dudo que en su situación hubiese hecho lo mismo, siempre me veo arruinado moralmente, pegado a mi propio fango, achicando agua con la conciencia a punto de asfixiarme.

Nadal no conseguirá nunca nada fuera de las pistas de tenis si sigue así. Aunque algunos lo consideran el guía espiritual que la España de las convicciones y los valores necesita, el patriota silencioso que golpea la bola con el esfuerzo de todos –un enviado del otro mundo para sacrificarse por el espectador de sofá–, esta acción le va a perseguir siempre, su reputación está hundida. Espero que a partir de ahora lo pixelen por ser tan buena persona.