Podemos ha presentado unas propuestas (el documento se llama “Dejar atrás la austeridad”) cuya aceptación (al menos su mayoría) es la condición que pone para negociar los nuevos Presupuestos con el Gobierno de Pedro Sánchez. Las propuestas parten del siguiente relato: la UE, para beneficiar a bancos y grandes corporaciones, impone el control del déficit fiscal y la “precarización” de las condiciones laborales. Eso impide aumentar la inversión pública y resiente el consumo, debilitando la economía. De ahí el aumento de la pobreza y la “desigualdad”.

Para remediar esa situación, los comunistas proponen derogar la Ley de Estabilidad Presupuestaria (para que el déficit público pueda subir tanto como ellos decidan) y aumentar el gasto público en casi todas las áreas. Además, plantean el reemplazo del “techo de gasto” por un “suelo de ingresos”, creando nuevos impuestos (a la banca, a las grandes fortunas, verdes) y subiendo los demás.

El relato comunista es falso. Aunque el de Rajoy fue el Gobierno que más controló el gasto público, eso no bastó para evitar que el sector público gastara más de lo que ingresaba. Este 2018 es el undécimo año consecutivo con déficit fiscal. El objetivo era llegar al equilibrio en 2020; Podemos propone aplazarlo sine die. Podría criticarse que la estrategia de reducción del déficit fue muy pausada, pero nunca lo contrario. Lo que Podemos llama “austeridad” es un exceso de gastos sobre ingresos de 710.000 millones de euros desde 2009.

La banca, que en la imaginación de Podemos “siempre gana”, perdió 3.900 millones de euros en 2017

El control del déficit fiscal (de 11% en 2009 a menos de 3% en 2017) permitió el aumento de la confianza, la reducción de la prima de riesgo y, de ahí, el crecimiento genuino del consumo y la inversión. Entre 2013 y 2017, el consumo interior de los hogares creció 11%, la inversión bruta un 22% y se crearon 1,9 millones de empleos. ¿Dónde está la economía débil que exige el auxilio del gasto público según el relato imaginario de Podemos?

Entre esos mismos años, el salario promedio en el empleo principal permaneció constante. No obstante, el ingreso medio del 10% que menos gana subió un 17%, al mismo tiempo que la remuneración promedio del 10% que más ingresa cayó un 2%. La disparidad de ingresos durante los años de “austeridad” se redujo. Es probable que los economistas comunistas se hayan visto influidos por lo que pasa dentro de Podemos, donde sí hay indicios de que la brecha de ingresos entre los dirigentes y los militantes se ha disparado.

La banca, que en la imaginación de Podemos “siempre gana”, está siendo castigada por los bajísimos tipos de interés. De ganar 11.300 millones de euros en 2014, pasó a perder 3.900 millones en 2017. Es evidente que cualquier nuevo impuesto sobre los bancos, al no haber beneficios, repercutirá directamente en el coste del crédito a familias y empresas.

Solo la ignorancia o el resentimiento pueden dar por útiles unas propuestas probadamente fracasadas

Aunque la agenda comunista se presente como favorable al pueblo, en verdad es profundamente regresiva y antisocial. Por caso, proponen eliminar la deducción en IRPF por aportaciones a planes de pensiones, que los autónomos coticen en proporción a sus ingresos reales y eliminar la tarifa plana de autónomos. Medidas todas que golpearían directamente a las clases medias y humildes, pero no a los adinerados.

Estas propuestas de Podemos no solucionarían ningún problema y crearían muchos otros. De ponerse en práctica en su totalidad, la economía sería por completo dislocada (tal vez sea el objetivo deseado, pues el caos es el paso previo a la “revolución” soñada por los comunistas). El déficit fiscal y la deuda pública retomarían una tendencia ascendente y sin límite, por lo que la confianza caería y los telediarios volverían a abrir informando sobre la prima de riesgo. La inversión bajaría y con ella la creación de nuevos empleos. Entonces, Podemos propondría aumentar más la dosis de gasto público, con lo que acabaría de cerrarse el círculo vicioso de empobrecimiento generalizado.

Solo la ingenuidad, la ignorancia o el resentimiento pueden dar por útiles unas propuestas probadamente fracasadas, contrarias al interés general. Sin duda, antes de aceptar cualquiera de ellas, es mucho mejor prorrogar los presupuestos vigentes.

*** Diego Barceló Larran es director de Barceló y asociados.