Un socialista no puede recordar a Enrique Tierno Galván sin hacerlo con emoción y orgullo, un madrileño tampoco, pues su estela ejemplar como alcalde, como político, intelectual, ciudadano, y hombre se sigue manteniendo a pesar del paso del tiempo, que termina dejando todo en el olvido.

Don Enrique, como le gustaba que le llamaran en muestra de esa hidalguía castellana de la que hacía estandarte -lo de Viejo profesor era el cariñoso apelativo de aquellos que en un ejercicio de sana envidia le admiraban por ser un docente, un pedagogo de la vida en todo- es una imprescindible referencia para entender lo que es hoy Madrid y lo que significó el paso de la dictadura a la democracia.

Él vivió en primera persona lo trágico de una dictadura, con la cárcel y la expulsión de su puesto de trabajo como profesor universitario. Por ello, con sencillas palabras dejó plasmado en el Preámbulo de nuestra Constitución lo que era el deseo de todo un pueblo: "establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran…".

Por ello, pasadas más de tres décadas desde que se fuera prematuramente cuando su lucidez intelectual alcanzaba el cénit de la plenitud y cada acción política era una guía del camino a seguir para construir ciudadanía, los socialistas lo evocamos con añoranza, pero también tomando de su decir y hacer un nuevo impulso renovador para abrir el camino hacia un futuro que se nos presenta con muchas incertidumbres y retos a vencer para llegar a una sociedad mejor.

Creó un proyecto tan ambicioso como capaz de concitar la ilusión de la mayoría de los ciudadanos

Madrid en 1979 no era más que un pueblo castellano con una vitalidad soterrada y sin un lugar en el mundo de las grandes ciudades. Una ciudad sombría, triste y mediocre. El gobierno municipal que capitaneó Don Enrique hizo real el ideal de que Madrid fuera un territorio de pluralidad, entendimiento, convivencia cívica y bienestar. Era un proyecto tan ambicioso como capaz de concitar la ilusión de la mayoría de los ciudadanos que fueron capaces de ver que era un modelo de ciudad en el cual todos cabían y además en el cual todos ganaban.

Se hizo posible combinar la importancia de la dotación cívica de infraestructuras que mejoraban la habitabilidad de la ciudad con aquellos otros equipamientos que incrementaban y mejoraban la vida espiritual de los ciudadanos. También puso en evidencia que la labor de un político no está solo en edificar a base de ladrillos sino esencialmente en construir el edificio cívico donde la vida en común se desarrollara de forma armónica y solidaria y donde los habitantes de la ciudad de Madrid, vinieran de donde vinieran, estuvieran orgullosos de sentirse madrileños.

En ello la cultura fue un elemento determinante para sentar las bases de compartir un patrimonio que, a la par de enriquecer los valores como personas, permitiera a los más jóvenes y a los más mayores vivir la ciudad de una forma divertida. Por ello, cuando a veces se simplifica la acción cultural de aquel ayuntamiento a movimientos musicales, dignos de todo encomio, es doloroso que algunos no hayan sabido ver en todas aquellas manifestaciones artísticas el enriquecimiento del concepto de vecindad.

El Viejo profesor no solo era un líder en hacer que la ciudad adquiriera el brillo y esplendor que realmente posee, sino que lo hacía desde un sentido compartido, convocando a su equipo de trabajo a que le siguiera entusiasta en dicho impulso, y no como una mera actuación anodina de satisfacción de un posible votante. Todo lo contrario, era una estrategia que hay que volver a recuperar y modernizar, de relación sincera y cómplice entre las instituciones y los hombres y mujeres que habitan Madrid.

Si Tierno tenía un don, era el hacernos ver a todos que no había ciudadanos de primera y de segunda

Esa complicidad estaba en múltiples actuaciones: en la recuperación de sus parques y jardines, haciendo que las flores dieran color a calles y plazas; permitiendo que el ciudadano paseara los distintos rincones llenos de belleza y esplendor, casi consiguiendo lo imposible, como que el río Manzanares fuera un lugar al que acercarse las tardes del domingo a ver los patos.

Fue un tiempo de reencuentro del ciudadano con la cultura, pero también con el deporte. Posibilitando que en los barrios más pobres existieran las mismas instalaciones deportivas públicas que en los más ricos. Porque si Tierno tenía un don, era el hacernos ver a todos que no había ciudadanos de primera y de segunda y mucho menos en razón de sus condiciones económicas. Porque si para algo tenía que servir la política, si para algo sirve la política, es para cohesionar a la sociedad, para compartir la ciudad como un patrimonio único del que todos puedan disfrutar y que todos deben respetar.

Don Enrique decía que la democracia es la trasposición de lo cuantitativo a lo cualitativo: "Que lo que quieren los más se convierta en lo mejor". En definitiva, es el ideal que los socialistas ambicionamos para Madrid.

Este año conmemoramos los socialistas, los madrileños y los españoles el centenario de Enrique Tierno. Él con su aguda sabiduría entendía la política como defensa del interés general, conectando con las demandas y anhelos de la ciudadanía. Una forma de entender y concebir la política en la que las personas se sientan representadas.

Esa es la estela que los socialistas madrileños vamos a seguir.

*** José Manuel Franco es el secretario general del PSOE de la Comunidad de Madrid.