Explica el astrofísico estadounidense Kip Thorne en su libro La ciencia de Interstellar cómo sería el encuentro de un ser procedente de un universo de cuatro dimensiones (nosotros) con un ser de un universo pentadimensional.

O lo intenta explicar. Porque para un ser humano acostumbrado a vivir en una realidad de tres dimensiones espaciales y una temporal es intuitivamente muy difícil, por no decir imposible, imaginar una realidad con una dimensión espacial extra. Es la misma dificultad que tendríamos intentando imaginar un color que no existe o un sonido jamás antes escuchado.

Eso es Cataluña en 2017. Independentistas y constitucionalistas. Seres de cuatro dimensiones debatiendo con seres de cinco dimensiones. Cuál sea cuál es indiferente y no hay ninguna razón para pensar que la vida en un universo de cinco dimensiones vaya a ser intrínsecamente mejor que la vida en un universo de cuatro dimensiones. Pero no hace falta ser un lince de la astronomía para deducir que las leyes físicas que rigen un universo no rigen en el otro y que el intento de aplicarlas fuera de su contexto natural dará como resultado el caos. 

La inutilidad de los debates

Dudo que ninguno de los tres principales debates de esta campaña electoral (el de la 1, el de La Sexta y el de TV3) hayan movido de un partido a otro, o de la abstención a cualquiera de los siete partidos en liza, una cantidad de votos suficiente como para tener un impacto significativo en los resultados del 21-D.

Puede que Iceta le robara unos cuantos votos a ERC durante el debate de ayer y quizá otros tantos a Junts per Catalunya con su defensa de los indultos y de esa vergüenza supremacista que en Cataluña llamamos inmersión lingüística. Puede que Arrimadas le rascara unos cuantos miles a Albiol y otros tantos a la abstención. Puede que Domènech los perdiera con la CUP y con ERC dado que sus programas son idénticos y sólo les diferencian matices relativos a la intensidad y la velocidad con la que Cataluña debería caminar hacia la desconexión con España

La palabra "democracia" tiene un significado completamente diferente en boca de Inés Arrimadas y de Marta Rovira. Hablan de lo mismo pero no hablan de lo mismo

Pero si algo evidenció el debate de ayer es que existen dos Cataluñas y que esas dos Cataluñas no se tragan. Entre esas dos Cataluñas el diálogo es imposible porque ni siquiera hablan de lo mismo cuando hablan de lo mismo. La palabra democracia en boca de Josep Turull, por ejemplo, tiene un significado completamente diferente a la palabra democracia en la boca de Inés Arrimadas.

Como mucho, podemos intuir semejanzas. El concepto de democracia de la señora Arrimadas se parece más al concepto de democracia defendido por la UE que la democracia de Josep Turull. La Cataluña de Domènech se parece más a Caracas que a Nueva York. El catalán medio al que se dirige Iceta se parece más a los hijos de Jordi Pujol que a los obreros de la SEAT

Realidades divergentes

Cuando Carles Riera, de la CUP, habla de España, está hablando también de una España muy distinta a la que viven de forma cotidiana los votantes de Ciudadanos, PP y PSC. Es una España de bandoleros y caciques franquistas, guerracivilista, de monjas y moscas, de brokers cocainómanos y, al mismo tiempo, parecida a la que retrata Buñuel en Las Hurdes, tierra sin pan.

Los catalanes con los que sueña Marta Rovira son también muy diferentes de los que describe, no ya Arrimadas, sino Turull. Los de Rovira se parecen más a esos dowayo que describe el antropológo Nigel Barley en su libro El antropólogo inocente que a los daneses del sur de los que habla el avatar de Carles Puigdemont. 

Cuando Arrimadas le dice a Marta Rovira que no entiende la democracia, tiene razón y no la tiene. Es obvio que Marta Rovira no entiende la democracia de la que habla la cabeza de lista de Ciudadanos, porque en esa democracia los números no le dan para hacer lo que sea que Marta Rovira quiera hacer con Cataluña. Pero sí entiende, y muy bien, su democracia. La que le permite prescindir de las matemáticas y vivir en un universo de cuatro dimensiones en el que rigen las leyes físicas de un universo de cinco.

El independentismo nos invita a volar

Desde el punto de vista de Arrimadas eso significa "vivir en una república imaginaria". Y tiene razón Arrimadas. Pero desde el punto de vista de Rovira, esa es su realidad cotidiana. En la cabeza de la sucesora de Junqueras, Cataluña es una república independiente; el 1-O votaron dos millones de catalanes; la economía catalana va como un tiro; los Jordis y los consejeros presos son presos políticos; en España gobierna, si no Franco, sí un tipo que le imita bastante bien; y el 80% de los catalanes, un porcentaje que incluye a buena parte de los que votan a Ciudadanos, desea un referéndum de independencia.  

No hay terreno común. Las dos Cataluñas son ya irreconciliables porque las diferencias no son políticas sino fundamentales, en el sentido en el que son fundamentales la fuerza gravitatoria, la electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte. Si ni siquiera podemos ponernos de acuerdo en que la fuerza de la gravedad es atractiva y no repulsiva, ¿en qué podemos ponernos de acuerdo?

Lo único que queda es escoger bando. O con el de los que creen que la gravedad es, efectivamente, atractiva. O con el de los que creen que la gravedad no rige si deseas muy fuerte que no lo haga. El bando de esos que nos invitan día a día a tirarnos por la ventana en la creencia de que, de alguna manera, los catalanes arrancaremos a volar porque somos especiales y las leyes de la física no rigen para nosotros.

Y de ahí mi perplejidad frente al equidistante exquisito: ese Iceta que sabe que si te tiras por la ventana de un noveno piso te matas… pero que defiende el derecho de los catalanes a creer que tienen alas y a adoctrinar a los niños en esa creencia. Singularidad lo llama él.