El aval del Tribunal Constitucional a la ley de amnistía, consumado este jueves, supone la convalidación de una "autoamnistía", tal y como la ha definido la minoría discrepante de la corte de garantías.

Es decir, una ley "arbitraria" con un "origen espurio" aprobada "con los 7 votos del grupo político a los que pertenecen los líderes amnistiados". Un intercambio de "impunidad" por los votos necesarios para la investidura del presidente del Gobierno.

Y se trata, además, de una autoamnistía autoaprobada por el PSOE. Porque un TC configurado a la medida de Pedro Sánchez ha "claudicado", según el magistrado César Tolosa, ante el Poder Legislativo, pasando "de garante constitucional a notario del legislador".

La conversión del TC en un "poder constituyente que reescribe a su gusto la Constitución", según el magistrado Enrique Arnaldo, supone un hito ("un cataclismo jurídico", en palabras de Tolosa) que quiebra también la historia del Partido Socialista.

Porque con esta "ruptura del pacto constitucional de 1978", el PSOE ha participado de un atropello legislativo que conculca el principio elemental de la igualdad entre todos los ciudadanos. Un principio que está en la medula del ideario socialdemócrata que le había caracterizado hasta ahora.

La concesión de inmunidad penal a los líderes del procés, por el abandono que supone de los valores fundamentales del PSOE, marca una auténtica refundación del partido, equivalente a la que asumió cuando abandonó el marxismo en los años setenta.

Entonces nació la socialdemocracia española, como adaptación del socialismo marxista y revolucionario a un partido burgués de izquierda democrática. Puede decirse que este jueves ha nacido algo distinto, aunque no está claro cuál será el futuro que le espera a la socialdemocracia bajo el sanchismo.

Es elocuente que quien capitaneó entonces la refundación del PSOE, Felipe González, haya clamado contra esta autoamnistía, que "es una vergüenza para cualquier demócrata del Partido Socialista, para cualquier votante o militante del PSOE".

Patxi López ha defendido a su formación de la crítica argumentando que cuando has "comprado el argumentario a la derecha, tienes que plantearte seriamente qué haces en ese partido".

Pero no es cierto que González se haya vuelto de derechas: se trata más bien de que el partido que él conoció ya no existe.

En el Congreso de Suresnes de 1974, el expresidente quebró la historia del PSOE al abandonar el marxismo. Como él, Pedro Sánchez también abandonó la Secretaría General del PSOE en 2016 tras lanzar un órdago a sus marxistas (el "no es no"), y como él volvió luego para retomar el liderazgo.

La diferencia entre ambos episodios es que las consecuencias fueron muy diferentes.

La apuesta de González captó el signo de los tiempos y alumbró el PSOE democrático que ha llegado hasta nuestro tiempo. Mientras que, en el caso de Sánchez, toda la motivación de la metamorfosis se reduce a un tacticismo personalista. Aquí no hay proyecto ni ideología: su único plan es la supervivencia.

Cincuenta años después, la aprobación de la ley de amnistía ha hecho emerger a Sánchez como un nuevo Lutero del PSOE. Tal es el vuelco doctrinal que ha impreso en su partido este atentado contra la separación de poderes y el Estado de derecho, que ya no hay marcha atrás posible en su huida hacia delante.

Porque después de que el TC ha consentido que la mayoría parlamentaria del PSOE haya modificado la Constitución a su antojo y de forma ilegítima en virtud de una transacción política con los separatistas, el siguiente paso sólo puede ser la república de federaciones ibéricas.

Tal es el final lógico del camino emprendido por Sánchez una vez que el tribunal de garantías ha bendecido la mutación esencial que introduce la amnistía en nuestro orden constitucional.