Puede que la economía española, como afirmó Pedro Sánchez en junio de 2023, vaya "como una moto". Pero esa bonanza no está sirviendo para que España recupere el terreno que la separa de la media de la Eurozona en términos de riqueza por habitante.
Porque aunque la economía española crece, lo hace menos que el resto de países europeos, lo que indica que ese crecimiento no es ni lo suficientemente intenso ni lo suficientemente sostenido en el tiempo como para que España regrese a esa "Champions League" en la que, según Zapatero, jugaba en 2007.
Los datos dicen que el PIB per cápita español avanzó un 1,2% en 2023.
Pero aunque el del resto los países europeos retrocedió un 0,4%, España sigue un 25,9% por debajo del promedio. En euros, los 25.210 euros del PIB per cápita español siguen muy por detrás de los 31.740 europeos.
Hace una década, la diferencia era del 29,15%. Que en esos diez años la brecha apenas se haya cerrado tres puntos es una mala señal por dos motivos.
El primero, la lentitud de la convergencia española con Europa. Recordemos que a principios de 2000 se llegó a especular con la posibilidad de que España superara el PIB de Francia en el plazo de una década.
El segundo, la evidencia de que la convergencia con Europa se ha convertido en la eterna asignatura pendiente de la economía española. Una convergencia que otros países de la UE que partían de niveles de PIB muy inferiores a los españoles están a punto de alcanzar gracias al dinamismo de sus economías y a un entorno regulador laboral y fiscal mucho más libre y atractivo para el emprendimiento y la inversión.
España ni siquiera está a la par de Italia y Francia. La renta española sigue siendo un 32% inferior a la francesa y un 13,4% a la italiana.
La inflación es otro de los problemas españoles, ya que los precios en nuestro país han crecido cuatro puntos más que la renta por habitante, lo que quiere decir que incluso aunque los sueldos hayan aumentado, el poder adquisitivo de los ciudadanos se ha visto reducido. En términos relativos, somos más pobres que hace una década.
La explicación de las malas cifras españolas de PIB per cápita está, en buena parte, en la baja productividad de los trabajadores españoles. A ello se suma el envejecimiento de la población y la escasa inversión, lastrada por un entorno político si no hostil, sí desde luego escasamente amigable con el sector privado. La OCDE ha llegado a hablar de una "productividad empresarial débil" y de las "bajas habilidades de los trabajadores".
No será desde luego este Gobierno, dependiente de un partido de izquierda populista como Sumar y de unos socios incluso más radicales que los de Yolanda Díaz (y más centrados en la reivindicación particularista que en el bien común) los que cambien el rumbo de una economía que se distancia poco a poco de los estándares europeos.
Carlos Cuerpo, el ministro de Economía, apenas lleva dos meses como ministro de Economía. Pero tiene una enorme tarea por delante: la de poner en marcha un cambio de mentalidad económica en su propio Gobierno, pero también entre los españoles.
España sigue viviendo de la inercia de logros pasados y la tarea de las actuales generaciones no es administrar lo avanzado durante las dos primeras décadas de la democracia hasta que ese impulso se frene definitivamente, sino generar nueva riqueza hasta converger definitivamente con Europa.