Pekín se ha blindado para albergar hoy el XX Congreso del Partido Comunista Chino. La jefatura de la segunda organización política más grande del mundo designará a los nuevos miembros del Comité Central y el Politburó. Y, sobre todo, oficializará la continuidad del secretario general del PCCh y presidente de China, Xi Jinping, por otros cinco años.

El Congreso prácticamente coincide con el centenario del terrible PCCh. Con esta coreografía de una democracia interna puramente formal, el presidente chino asume su tercer mandato, después de 10 años al frente de la jefatura de Estado del país más poblado del mundo.

La maquinaria propagandística del régimen está haciendo alarde de los logros de la era Xi, cuyo emblema es el megaproyecto de infraestructuras económicas bautizado como Nueva Ruta de la Seda.

Hasta ahora, el tecnoautoritarismo chino ha pretendido legitimarse sobre los altísimos índices de prosperidad que se han vivido bajo la dictadura china. Un capitalismo de Estado que le ha llevado a ser la segunda economía mundial, sólo por detrás de EEUU. Unos EEUU a los que está disputando la hegemonía, para alumbrar un nuevo orden multipolar con el país asiático como superpotencia global. Bajo la era Xi, China ha duplicado su PIB y ha experimentado un apabullante desarrollo tecnológico.

Pero la economía china ha entrado en crisis. El vertiginoso crecimiento económico al que China nos había acostumbrado se ha estancado, y sólo crecerá un 3,2% este año, frente al 8,1% de 2021.

Sobre el país se cierne una mastodóntica burbuja inmobiliaria, en un sector que supone el 30% de su PIB. Devastador está siendo también el impacto económico de su rigorista política de Covid cero, que ha generado protestas contra sus severas medidas de restricción de movimientos.

A lo anterior se le suma un creciente descontento entre la clase media, el desempleo juvenil en niveles récord, un sector privado ahogado por el férreo control estatal de la economía, el deterioro de la solvencia de su sistema financiera, una deuda creciente y un exceso de inversión y ahorro.

La mayor crisis económica en China en cuarenta años supone que se ha truncado la senda meteórica que había seguido el gigante asiático hasta ahora. Por primera vez desde 1990, no será el país asiático que más crece, con el consiguiente menoscabo a la autoridad de este colosal Estado policial que esto puede implicar.

Sin embargo, no parece que la magnitud de la crisis vaya a ser tal como para hacer peligrar el liderazgo del presidente. Xi ha venido acumulando poder en su persona y reforzando el culto a la personalidad, hasta convertirse en el líder chino más poderoso desde Mao Zedong.

Y es que los 10 años de Xi al frente del Partido son inusuales en una autocracia en la que la norma ha sido la sucesión de liderazgos breves. Sin embargo, Xi suprimió en 2018 la limitación de mandatos para el presidente de China.

Los horrores de la era Mao intentaron ser corregidos con una fórmula de liderazgo colectivo que pretendió conjurar los peligros del mando unipersonal, dificultando la concentración del poder en un sólo hombre.

Xi se ha despojado de los mínimos contrapesos institucionales que el poder político tenía en China. Y, con la ayuda de un recrudecimiento de la represión y la vigilancia estatal, ha profundizado en la transición hacia una dictadura personalizada y una extensión ilimitada de su poder.

De momento no se han cumplido los pronósticos de muchos analistas, que supusieron que la liberalización económica traería también consigo una apertura política. Además, Xi ha enterrado el legado de reformas y pragmatismo de Deng Xiaoping, que alentó esperanzas en una liberalización política del régimen. Y China se ha vuelto más aislada y hermética.

Los dos mandatos anteriores del presidente han estado marcados por el refuerzo de la verticalidad y la jerarquía en el Partido. Con su continuación en el poder, Xi rompe con la tradición del comunismo chino y retorna a la tradición de la China imperial. 

Pero esta obsesión con el control del Partido y la sociedad podría írsele de las manos. Apretando tanto las tuercas, podría ser que Xi esté fortaleciendo su liderazgo a costa de debilitar a China.

Sea como fuere, este nuevo Congreso del PCCh no permite augurar una relajación del gobierno dictatorial ni cambios sustanciales. Si bien el presidente tendrá que afrontar una época de menor pujanza económica, y mayores tensiones geopolíticas

Porque China también está inmensa en la transformación del orden internacional para proteger los intereses nacionales chinos, alentando la configuración de un eje de autocracias que ya se ha movilizado con motivo de la Guerra de Ucrania. Una nueva gobernanza global que se traducirá en un nuevo espíritu de guerra fría.

¿Cumplirá Xi Jinping en el poder la treintena durante la que gobernó Mao? Por el bien de las democracias liberales occidentales, sólo puede desearse que no.