En los más de cinco meses que van de guerra en Ucrania, Vladímir Putin ha dado sobradas muestras de una crueldad ajena a toda consideración humanitaria. Pero el ataque ruso sobre el puerto comercial de Odesa en el día de ayer debería servir para desengañar a quienes aún piensen que el Kremlin se conduce por unos objetivos estratégicos acotados que cabe compensar con soluciones pactadas. El único ánimo que inspira sus movimientos es el de humillar y someter por completo al país vecino.

Porque el ataque a la zona portuaria se produjo apenas un día después de que Rusia y Ucrania alcanzaran, con la intermediación de Turquía y bajo la supervisión de la ONU, un acuerdo que levantaba el bloqueo ruso de los puertos de Odesa, Yuzhne y Chornomorsk, para poder dar salida a los cargamentos de grano varados en sus costas.

El lanzamiento de misiles a un puerto que había pasado a ser zona protegida no sólo pone de manifiesto el nulo respeto de Rusia a los compromisos diplomáticos y al derecho internacional. También evidencia la absoluta indiferencia de Putin hacia el sufrimiento de los millones de personas afectadas por la carestía de cereales que el pacto aspiraba a aliviar.

¿Adiós al acuerdo?

La guerra en Ucrania ha desencadenado una crisis alimentaria global de igual o mayor dimensión que la crisis energética. Y en esta coyuntura, el puerto de Odesa constituye un punto crucial para la exportación del grano. Si como consecuencia del ataque el corredor marítimo habilitado por el acuerdo en Estambul se cierra, Rusia será responsable de una hambruna mundial devastadora.

El bloqueo del Mar Negro como consecuencia de la invasión rusa llevó a un aumento drástico de los precios del grano, que desencadenó a su vez una crisis humanitaria especialmente acuciante en el continente africano. La ONU calcula que hay 47 millones de personas en riesgo severo de hambruna.

Antes de la agresión, el restablecimiento de las exportaciones a través de los puertos ucranianos ya iba a demorarse unos días o incluso semanas. Y dar salida a los más de 20 millones de toneladas de grano acumuladas en el país requerirá meses.

Pero, ahora, el ataque sobre el puerto más importante del país deja en el aire el cumplimiento del acuerdo por el que Moscú se había comprometido a dejar pasar hasta Estambul los cargamentos de cereales y otras mercancías indispensables para el mercado internacional.

Si los misiles no han alcanzado directamente a las infraestructuras portuarias empleadas para transportar y almacenar el grano, podría considerarse que, técnicamente, Rusia no ha violado el acuerdo. Y si las instalaciones clave no han sido dañadas, Ucrania podría continuar con la exportación a pesar del ataque, tal y como es su intención.

En cualquier caso, está claro que Putin ha demostrado nuevamente que no es de fiar, y que nada hace pensar que Rusia cumplirá su palabra de excluir los cargamentos de grano de las hostilidades. Independientemente de si los objetivos de los misiles rusos han sido otros que los depósitos de cereales, está claro que atacar el puerto supone una provocación y una burla hacia el espíritu del acuerdo.

Desgraciadamente, la ofensiva rusa ha dado la razón al ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, Dmytro Kuleba, que adelantó antes de la firma que su país no confiaba en Rusia, sino en las Naciones Unidas para hacer cumplir el acuerdo. Tampoco inspira demasiada confianza la ambivalente postura hacia la invasión de Putin del presidente turco Recep Tayyip Erdogan, por lo que no cabe depositar demasiadas esperanzas en su labor supervisora.

La cintura diplomática de los países mediadores y la capacidad de monitorización de la ONU de los cargamentos de grano serán clave para que pueda mantenerse un pacto vital incluso bajo las amenazas rusas. Mitigar la inseguridad alimenticia mundial depende de ello.