El gobierno más izquierdista desde Salvador Allende dirigirá Chile a partir del próximo marzo tras vencer el domingo en unas elecciones que se preveían más ajustadas. Gabriel Boric superó al candidato ultraconservador José Antonio Kast por más de diez puntos (56% sobre 44%) y será el hombre más joven en alcanzar la presidencia del país. Tiene 35 años y un currículo que salta del sindicalismo estudiantil al Palacio de La Moneda.

Resulta ciertamente significativo que el presidente saliente, Sebastián Piñera, investigado por un posible caso de corrupción y rehén de sus errores de cálculo político, pase el testigo a los estudiantes que se levantaron contra su mandato en 2011, con unas movilizaciones que no cesaron ni cuando entraron en la política institucional.

Las similitudes entre la coalición de Frente Amplio y Unidas Podemos salta a la vista, tanto ideológicamente como en el estilo de Boric y Pablo Iglesias. Incluso algunas declaraciones del candidato elegido ("tendremos un pie en la calle") remiten al exvicepresidente español en los inicios de su ascenso político.

Pero la curiosidad no rebaja la preocupación por un país que se incorpora al buque a la deriva que comanda el populismo de izquierdas en Hispanoamérica. Chile se aleja de la moderación y la excepción liberal que lo caracterizó en democracia, y sigue los pasos de Perú, Argentina, Ecuador o Venezuela.

Líderes con pies de barro

Las violentas protestas de octubre de 2019, iniciadas anecdóticamente por el encarecimiento del billete de transporte público en la capital, marcaron la cuenta atrás de un proceso que ha ido laminando un orden social mucho más frágil de lo que parecía y que ha acabado por jubilar a una clase política tradicional que tenía los pies de barro. De ahí que acabaran siendo dos outsiders como Boris y Kast los que se disputaran el poder.

Las revueltas ya son el símbolo de la caída en desgracia de un Estado del bienestar aceptable (aunque mejorable), una democracia respetada internacionalmente y un nivel de vida muy superior al de sus vecinos socialistas. El tiempo dirá si el país acaba fracturándose en dos polos irreconciliables o si el nuevo presidente es capaz de flexibilizar sus posiciones para atraer a una mayoría más amplia a su proyecto.

Por lo pronto, el populismo de izquierda radical se consolida en Chile, un país razonablemente próspero. Esa misma experiencia en los países vecinos habla de pobreza, corrupción y más desigualdad. Exactamente el efecto contrario al que prometieron sus cabecillas para alcanzar el poder.