Habría que retroceder hasta épocas felizmente superadas en la Unión Europea o viajar hasta la Rusia de Vladímir Putin para encontrar un caso similar al vivido ayer en Bielorrusia, cuando el dictador Aleksandr Lukashenko obligó a aterrizar a un avión comercial de la compañía Ryanair que sobrevolaba el país para detener a Roman Protasevich, un joven periodista y opositor al régimen que viajaba en él, y a su novia. 

La UE ha actuado esta vez, y a diferencia de otras ocasiones, sin medir su lenguaje. "Terrorismo de Estado", "secuestro" y "piratería aérea" han sido algunos de los términos utilizados por los líderes europeos para referirse a la barbaridad llevada a cabo por Bielorrusia, que llegó a mentir a los pilotos de Ryanair diciéndoles que había una bomba en su avión para obligarles a aterrizar en Minsk.

Por si la mentira no era suficiente, un avión de combate bielorruso, un MiG-29, acompañó en todo momento al avión de Ryanair. ¿Qué habría ocurrido si este se hubiera negado a aterrizar, tal y como le ordenaban los controladores aéreos bielorrusos?

Una vez en tierra, los agentes de Lukashenko detuvieron a Roman Protasevich, que ahora afronta la pena de muerte en su país por su labor de oposición al régimen. Según algunas fuentes, otros cinco pasajeros habrían sido también retenidos en Minsk, aunque no existe confirmación oficial de este punto.

Tras el secuestro de Protasevich, la dictadura permitió despegar el vuelo de Ryanair y continuar su viaje hasta su destino final, Vilna, la capital de Lituania, adonde se dirigía desde Atenas. A bordo viajaban 120 pasajeros de distintas nacionalidades. 

Torturas y encarcelamientos

Roman Protasevich, de 26 años, es el redactor jefe del canal de Telegram NEXTA, que cuenta con un millón y medio de suscriptores en Bielorrusia y que es considerado por muchos como una de las fuentes de información más fiables acerca de la situación en el país gobernado con mano de hierro por Lukashenko, el último tirano de Europa. 

El crimen de Protasevich, en la mente del régimen, ha sido haber puesto en duda la limpieza de la victoria de Lukashenko en las elecciones que tuvieron lugar en agosto de 2020 y que el dictador ganó con un 80% de los votos. La victoria de Lukashenko, que provocó protestas por todo el país, alentadas tanto por NEXTA como por otros opositores, no fue reconocida por la UE ni por ninguna otra nación occidental. 

Protasevich vivía en Polonia y en Lituania, donde también viven otros activistas como él. La inmensa mayoría de los que se han quedado en Bielorrusia voluntariamente (o que no han podido escapar del país) han sido encarcelados y torturados por las fuerzas de Lukashenko, el más fiel aliado de Vladímir Putin en territorio europeo.

Condena unánime

La condena ha sido unánime en Occidente. A Ursula von der Leyen y Charles Michel se han sumado Anthony Blinken, secretario de Estado de los Estados Unidos, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y los gobiernos polaco y lituanos, entre muchos otros. 

También ha respondido muy duramente la opositora bielorrusa Svetlana Tikhanovskaya, que se vio obligada a huir de su país cuando Lukashenko intensificó la represión de la oposición. Según todos los indicios, Tikhanovskaya fue la verdadera ganadora de las elecciones de agosto de 2020.

La UE afronta una segunda crisis en su frontera este mientras aún no se ha solucionado la generada por Marruecos en su frontera sur con la invasión de Ceuta por parte de al menos 8.000 inmigrantes ilegales.

Es urgente que la diplomacia europea responda a ambos desafíos con contundencia y no sólo con declaraciones de indignación que poca mella hacen en regímenes como el marroquí o el bielorruso.

La coincidencia de ambos hechos puede ser una simple casualidad, pero amenaza con transmitir la idea de que la UE es un gigante económico con los pies de barro. Es decir, una mole supranacional incapaz de defenderse de aquellos que tienen la osadía suficiente como para violar todas las reglas de juego que las democracias avanzadas que conforman la UE dan por supuestas.