Salvador Illa ha concedido a EL ESPAÑOL su primera entrevista como candidato del PSC a la presidencia de la Generalidad y la última, por tanto, como ministro de Sanidad.

En la entrevista, Illa afirma que el mejor Gobierno posible para Cataluña sería uno del PSC junto a los comunes de Podemos. Es decir, una réplica a la catalana de la coalición de Gobierno que actualmente ocupa la Moncloa

La respuesta de Illa es previsible y comprensiblemente voluntarista. Pero no es eso lo que va a ocurrir el 14 de febrero. Porque ningún sondeo, incluido el de SocioMétrica para EL ESPAÑOL, da ninguna posibilidad a una mayoría absoluta del PSC y Podemos. 

A esa obviedad, Illa responde que "en España tampoco suman PSOE y Podemos, y están gobernando. A algunos les gustará más y a otros menos, pero esta fórmula ha hecho frente a una pandemia imprevista y ha sacado adelante los Presupuestos. Este enfoque puede funcionar en Cataluña". 

Gobierno en minoría

Dicho de otra manera. Illa está planteando la posibilidad de gobernar en minoría y buscar el apoyo de fuerzas externas a medida que vaya necesitándolo. Pero ¿qué incentivo tendrá una ERC derrotada para apoyar un Gobierno de PSC y Podemos?

¿Y qué incentivo tendrán Ciudadanos y el PP para apoyar un Gobierno cuya lealtad constitucionalista estaría en entredicho por la presencia de unos comunes que, si no defienden abiertamente la independencia, sí los indultos a los presos del procés y un referéndum de independencia pactado con el Gobierno central

Illa deberá, en fin, ampliar su base para poder gobernar. Y ampliar su base quiere decir abrirse a la posibilidad de gobernar junto a Ciudadanos. Es cierto que eso provocará tensiones en la coalición de Moncloa, pero la alternativa es sustituir la inestabilidad provocada en Cataluña por los independentistas por la inestabilidad que provocaría un gobierno débil y obligado a buscar apoyos día a día

No resulta fácil adivinar, además, que un independentismo derrotado no vendería barato su apoyo. Sería paradójico que, tras lograr desalojarlos del gobierno regional, se les concediera de nuevo una posición de fuerza en la oposición desde la que conseguir, mediante el chantaje, prácticamente lo mismo que conseguirían desde la Generalidad. 

La opción para acabar con la hegemonía separatista no deja, en fin, de cabalgar contradicciones. 

Reto constitucionalista

Pero todo esto no es más que política ficción. Porque Salvador Illa necesita, en primer lugar, ganar las elecciones. Y, en segundo lugar, que el independentismo no sume mayoría. Si Illa no consigue esos dos objetivos, todas las cábalas y las especulaciones del candidato del PSC volarán por los aires. 

A favor de Illa juega la evidente disposición de Ciudadanos a pactar con él. En contra, la posibilidad de que Podemos se sienta mucho más inclinado a pactar con ERC que a hacerlo con Ciudadanos. Algo que, desde ya, podemos dar por garantizado. 

Las elecciones, además, se presentan complicadas por su deriva judicial evidente. Hasta el 8 de febrero, con la campaña electoral ya en marcha, no se sabrá, de hecho, si los comicios se celebran finalmente el 14 de febrero o no.

También, por su deriva sanitaria. Pedro Sánchez no quiere dejar escapar el efecto Illa para posicionar al PSC como primera fuerza en Cataluña. Pero lo hace a costa de sustituir a su ministro de Sanidad en el pico de la tercera ola. Al cierre de esta edición ya se cuentan cerca de 94.000 contagios desde el viernes pasado.

El hombre tranquilo

Pero cabe la posibilidad de que los resultados no sean tan halagüeños como parecen indicar los sondeos. Un resultado mediocre del PSC sería desastroso para el constitucionalismo y podría resultar demoledor para el partido en beneficio de ERC y de Podemos. Secundariamente, también para JxCAT, que tendría muchos más argumentos para obligar a ERC a sumarse a un nuevo gobierno independentista. 

Sólo el tiempo dirá si, llegado el momento, Salvador Illa es el hombre tranquilo que precisa Cataluña y el presidente que puede acabar con la eterna coacción separatista. Porque la epidemia no ha cerrado la crisis catalana: sólo la ha hibernado