Un nuevo espectro recorre Europa, a escasos días de las fiestas navideñas. La aparición de una cepa en el Reino Unido con una capacidad de infección que acelera en un 70% la transmisión del virus ha puesto en jaque a Europa, y no han sido pocos los países que han vetado la entrada de los vuelos procedentes de las Islas Británicas. De momento, hoy está prevista una reunión de los 27 miembros de la UE, con carácter de urgencia, para abordar una postura común y consensuada, tal y como había exigido, en toda lógica, el Gobierno español. El Ejecutivo ha optado, de momento, por reforzar las PCR a los viajeros procedentes de Reino Unido. 

En realidad, aunque no se quiera caer en el alarmismo, es que es más que tangible el temor a una tercera ola mortífera estas navidades, porque se dan, con las características de las fiestas, las condiciones para una tormenta perfecta. Cierto es que no está comprobado aún que esta mutación del coronavirus redunde en su capacidad mortífera, pero la velocidad de contagio de la variante británica nos obliga más que nunca a hacer caso de dos posturas fundamentales que, cuando menos, no se han tenido en cuenta: creer que al virus se le había vencido y no escarmentar en cabeza ajena, esto es, tener en cuenta las restricciones del Reino Unido. Conviene resaltar que a última hora del domingo se decretó el cierre del Eurotúnel, que une a las Islas con Francia. 

Récord histórico

El premier Boris Johnson ha decretado una alerta de nivel 4 en Londres, su área metropolitana y el sureste de Inglaterra cuando su nación contabilizó el domingo un récord histórico de contagios diarios, con casi 36.000 nuevas infecciones.

Toda prudencia es poca, y conviene que nos mentalicemos de que podemos volver a vivir una situación casi bélica. Las incógnitas que la ciencia mantiene sobre la cepa británica -incluso que la vacuna siga siendo efectiva con la nueva variante- sólo pueden tener una respuesta: la responsabilidad de los ciudadanos y la unidad de los políticos.

Lo desconocido

Si se llegara al peor escenario, el de que la altísima trazabilidad del virus británico volviera a colapsar las UCI, sería la demostración de que nada hemos aprendido. Por eso urge hacer un inventario de los fallos cometidos desde que comenzó la pandemia: es el déja vu de volver a enfrentarnos a lo desconocido.

Fue la propia OMS la que avisó de que una segunda ola podía ser mortífera y, a la luz de los hechos, sus previsiones han quedado incluso cortas. No obstante, el hecho de que la industria farmacéutica haya conseguido empezar a vacunar antes de que acabe este dramático 2020 es un motivo de esperanza, dentro de la incertidumbre, para confiar en la Ciencia y en su capacidad de evolucionar e innovar a contrarreloj.